Acudimos al hogar del pintor Joan Vila-Grau, un pequeño y añoso edén en medio del barrio de la Bonanova. Nos destapa las puertas de su casa con aspecto afable y elegante.
Estaremos más cómodos en mi estudio –insinuó.
Traspasamos el salón apacible, donde en cada esquina se respira el arte al mínimo detalle, para llegar al jardín pequeño y privilegiado de atrás, que separa el hogar del taller.
Todo el mundo que atraviesa este pequeño pénsil me recuerda la suerte que tengo -nos confesó después de haber adivinado nuestra dentera.
Vila-Grau se define como un pintor, pero su pasión la comparte con otro arte: los vidrios. Él es el padre del diseño de los vitrales de la Sagrada Familia. Aunque sea un artista que nunca ni ha buscado ni le ha importado la notoriedad, ya ha dejado su vestigio en el templo y para siglos. Lo más probable es que los transeúntes que visiten la Sagrada Familia desconozcan quien ha creado el diseño de las vidrieras, pero seguro que cuando levanten la vista su obra no les será indiferente y mucho menos dentro de cinco años cuando se concluya el proyecto y los vitrales gocen del súmmum de su esplendor.
El taller está repleto de libros de arte y de sus obras las cuáles parte de ellas las define como “objetos fuera de contexto para darles otro punto de vista”. Nos señaló algunos de sus cuadros-escultura:
-¿A qué no sabéis de qué está hecho este cuadro?- nos preguntó- Tanteamos el asunto y nos arriesgamos:
¿De trozos de silla?
Exacto, de trozos de madera que me encontré paseando por la playa –y añadió- Este cuadro se llama la clave del silencio, porque el sigilo también es música y tan importante como la misma melodía.
Vila-Grau es un pozo de sabiduría, empezamos a conversar y sus respuestas son sustanciales y didácticas. Es un privilegio escuchar a este galano de barba y pelo blanco, con cierto aire que aviva y recuerda a Gaudí, no tanto por su aspecto físico sino por la complicidad que tiene con el arquitecto, quien aunque no lo conoció en persona, de tanto examinar su obra, lo parece.
“Yo digo siempre que tengo un respeto porque estoy en la casa de Gaudí”, afirmó el artista, que se pasó un largo período estudiando la obra del arquitecto para así poderla interpretar. Sumergirse en la obra del genio de la arquitectura no sólo conllevo su análisis, sino también supuso largos paseos alrededor del templo para poder apreciar in situ la luz y volcarse en la imaginación antes de ponerse, nunca mejor dicho, manos a la obra. En los vitrales de Vila-Grau no se representa ninguna figura porque, según él, “lo más importante es la sugerencia y esto se puede lograr de manera abstracta mientras la obra conserve la esencia de las cosas”. Para el autor, “hay que hacer un espacio de reposo y de calma. En el templo ya hay suficientes símbolos, inscripciones y esculturas” y añadió “en la época en que se diseñó la catedral tenía sentido hacer figuras de episodios bíblicos porque la mayoría de la gente era analfabeta, pero ahora los tiempos han cambiado”. Vila-grau confesó que se hubiera sentido incómodo interpretando la obra de Gaudí de otra manera la cuál “no siento y que artísticamente no me hubira aportado nada de nuevo”.
Vila-Grau afirmó que conocía muy bien que se imaginaba Gaudí cuando se refería, por ejemplo, a “el agua de la vida” y por eso el pintor ha interpretado sus deseos con unos vitrales azules como un riachuelo que a medida que va cayendo, los vitrales de más abajo se vuelven verdosos, como cuando el río llega a su desembocadura y tropieza con las algas. Gaudí quería que los ventanales de debajo fueran de colores más oscuros y más claros, los que se encuentran en lo alto, llegando a ser los vidrios de la cúpula casi transparentes “para simbolizar que entre la vida y la muerte, el combate lo gana la vida”, afirmó Vila-Grau. Bien al contrario de lo que encontramos en la mayoría de las catedrales donde los colores van de abajo a arriba, de más claro a más oscuro. Vila-Grau destacó que aunque los vidrios sean transpartentes dan mucho juego, gracias a su textura, ya que “dependiendo de la grosor del vidrio, cuando la luz penetra en el cristal vibra con más o menos intensidad”.
Hay otra parte importantísima en los vidrios, la parte encargada de pegar la piezas del puzzle de las vidrieras: El plomo, “el esqueleto que une los vidrios y que, “al mismo tiempo, tiene una función estética importantísima porqué da un ritmo a las vidrieras”. Para él, el plomo crea una sensación de belleza “pero no me hagáis definir el concepto de belleza porqué es imposible de describirlo pero todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de belleza”. El pintor ha dibujado el plomo del templo con distintas formas heterogéneas, escapando de la cuadrícula típica de las catedrales Góticas. En el proyecto que dejo Gaudí, el arquitecto contemplaba que en los vitrales redondos se tenía que poner las figuras de los santos y por eso el pintor lo ha respetado al dibujar con el plomo las iniciales de los santos de manera que “quien quiera pueda leer los nombres y quien no, no”. El artista se encontró con cierta dificultad para saber el tipo de grosor que necesitarían los plomos de los vitrales de más arriba y los andamios no le dejaban tener una visión completa. Pero, como ingenio no le falta a este perspicaz artista, se orientó tomando como punto de referencia el grosor de los cables eléctricos de las grúas que veía a lo alto, a la misma altura que los vitrales.
El artista no ha querido imitar a Gaudí haciendo falsas copias inspirándose en el Parc Guell o en la Pedrera sino que ha querido arriesgarse interpretando la obra a través de su particular visión de concebir el arte. Su visión abstracta de la obra de Gaudí no le ha conllevado ninguna crítica, más bien al contrario. Su más apreciado elogio vino de un arquitecto de Madrid, en principio contrario a la continuación de la Sagrada Familia, pero que a medida que estudió en profundidad la obra del arquitecto se volvió continuista. El arquitecto madrileño le confesó: “Usted hace una obra al servicio de Gaudí pero con su personalidad”. Y es que el pintor destacó que “a Gaudí, cuando más lo estudias, más lo admiras”. Por ese motivo Vila-Grau destacó que el problema de la posición del Ministerio de Fomento en referencia al paso del Ave es que no han entendido que la Sagrada Familia “es única en el mundo y que no nos podemos arriesgar”.
“Se tiene que ser crítico con uno mismo, pero no hasta el punto que la autocrítica te mate la creación”
Vila-Grau se ha volcado completamente en la obra de la Sagrada Familia pero se reserva períodos para escaparse en otro estudio que tiene fuera de la ciudad para pintar. El autor empezó haciendo vidrios y pintando figurativamente. Pero la concepción del pintor es que si vas reduciendo plásticamente las líneas estructurales que vas dibujando alcanzas lo abstracto. En el campo de la pintura, el artista tiene docenas de bloques en los qué dibuja formas y va trabajando las figuras haciendo una abstracción rápida. Desde una nota pequeña en el bloque, según el artista, la puede hacer evolucionar hasta transportarla en una tela grande. Donde la sombra se acaba transformando en un elemento compositivo difícil de reconocer. El autor alerta del riesgo que tiene el arte abstracto “porque es fácil llegar a caer en la simple decoración”. Según él, el arte abstracto tiene que poseer un alma que transmita sentimientos como la música. El autor busca provocar sentimientos y sugerir “es fabuloso ver como la luz penetra en la iglesa y se refleja en la piedra”. Vila-Grau suele ser crítico consigo mismo y ésto sorprendre en los tiempos narcisistas que corren hoy en día y porqué lo afirmó un artista de una larga trayectoría y experiencia como él. Vila-Grau sostuvo que la crítica es postiva para los artistas, pero alertó que “se tiene que hacer a posteriori porque sino el sentido crítico te puede matar completamente la creatividad”.
“Juan, tu eres pintor, déjate de chorradas”
Vila-Grau viene de familia de artistas, como su padre, Antoni Vila Arrufat, y su abuelo. Desde bien pequeño ya dibujaba de manera amateur y tuvo un período crítico en el que se planteó si su inclinación hacía la pintura no venía dada tan solo por el ambiente familiar que le rodeaba. Como dudaba, decidió matricularse en la facultad de arquitectura. El problema es que sus compañeros le hacían los problemas de cálculo a él y a cambio él les hacía los proyectos decoración. Hasta que se dio cuenta que la arquitectura no iba con él y se decantó por las artes plásticas. Pero claro, “es distinto pintar por afición que por profesión” y las dudas volvieron a aparecer. Hasta que Vila-Grau le confesó sus inquietudes a un amigo suyo, un crítico de arte de la revista Triunfo “ un hombre increíble y vital, que había cumplido prisión por haber organizado conferencias de Picasso en Madrid”, que le respondió:
¡Juan, tu eres pintor, déjate de chorradas!
Con esta anécdota Vila-Grau quería dejar claro que el hecho pertenecer a una familia de pintores no es un condicional absoluto y que no hay suficiente en decir “ahora seré pintor” sino que “te tienen que llevar tus circunstancias”. Vila-Grau ha hecho una interesante evolución del figurativismo al abstracto en que sus más grandes influencias han sido sus parientes, el movimiento surrealista y autores como Jack Linday Cezanne, Vasili VasílievichKandinski y Pablo Ruiz Picasso, entre otros.
El año 1955 es una fecha que tiene marcada en la mente el autor. Fue cuando hizo su primer vitral como complemento de obra pintórica. Al descubrir que eran dos campos distintos, se puso a estudiar los vitrales “el gran arte olvidado”, como lo definió Vila-Grau. Y así empezó su carrera sumergida en los vitrales que le ha llevado a hacer vidrieras en las Llars Mundet, el Orfeó de Gràcia, entre muchas otras, y que colaboró ocasionalmente con el pintor Joan Miró. Hasta que hace diez años le encargaron su más grande desafío, los vitrales de la Sagrada Familia.
Estrecha complicidad con la empresa familiar de vidrieros J.M. Bonet
Cuando a Vila-Grau le propusieron diseñar las vidrieras de la Sagrada Família puso como condición trabajar con la empresa familiar Bonet, que ya hace tres generaciones que se dedican a reparar y construir vidrieras y con quien mantiene una estrecha complicidad. “Los Bonet saben interpretar lo que yo quiero transmitir y esta gran compenetración es difícil de encontrar”, destacó el pintor.
La empresa, fundada en 1923, está compuesto por el matrimonio Bonet y sus dos hijos. Es una de las pocos negocios familiares que se ocupan del proceso de fabricación de los vitrales y que, a pesar de ser una empresa familiar, cuenta con una buena plantilla. Joan Vila-Grau “nos enseña el esbozo, luego le proponen los vidrios que más creemos que se adaptan al proyecto, ampliamos las marcas de las líneas de plomo, se recorta el vidrio y finalmente se emploma”, explicó el químico que se ocupa de la restauración Xavier Bonet. A parte de las vidrieras emplomadas como las de la Sagrada Familia “que es la técnica que pedía Gaudí”, Vila-Grau destacó que en el mundo de las vidrieras hay otras técnicas como el grabado ácido o las vidrieras de hormigón, técnica que Vila-Grau destacó que el inconveniente es que “el hierro que se encuentra dentro del hormigón, a lo largo del tiempo se oxida”.
El vidrio lo encargan a países europeos principalmente Alemania y Italia. A parte de la Sagrada Familia, casi todos los encargos son de restauración. Respecto el proceso de reparación de las vidrieras con lo que se encuentran con más dificultades es a la hora de intentar encontrar el mismo vidrio. Los encargos de restauración acostumbran a ser para iglesias y imágenes como la de Sant Jordi, la Madre de Dios, la montaña Montserrat, la virgen de la Moreneta, es decir, “iconos que no pasan de moda”, destacó Xavier Bonet.
La empresa J.M. Bonet ha restaurado los vidrios de la Casa Batlló, la iglesia de Santa Maria de Balaguer, el Palacio de Capitanía de Barcelona, la Generalitat de Catalunya, la casa de les Punxes, el Ayuntamiento de Barcelona, el Palacio de Justícia de Barcelona o bien la catedral de Gerona. Pero también ha recibido encargos de Madrid, Francia, Japón, Líban, Arabia Saudita. “Son trabajos que los haces, se empaquetan, se los llevan y ya no los ves más”, apuntó Bonet.
Este oficio artesanal y desconocido tuvo su boom en los años 50 cuando se pedían vidrieras en todas las casas “las típicas cuadriculadas de color amarillo y marrón”, puntualizó Xavier Bonet. Hasta el punto que tuvieron que trabajar sin parar cuarenta personas en la empresa. A diferencia de hoy en día en qué Bonet destacó que “las vidrieras no están de moda, hasta que algún artista de renombre haga una obra con vidrieras y entonces se redescubrirán”.
-¿Y habéis tenido encargos estrafalarios?- le preguntamos a Bonet.
– Una señora nos encomendó una vidriera con el dibujo de su perro – ante nuestros ojos atónitos, continuó dándonos ejemplos los cuáles no les faltaba originalidad – Otro fue el de un marchante de motores de barco que se hizo una vidriera con un barco y en primer plano él y su sobrino sentado sobre sus piernas. Había una mujer que le gustaban mucho las tortugas y nos trajo la fotografía de las tortugas de las Islas Galápagos y le hicimos la vidriera con las tortugas.
Periodista y gestora cultural.