Sección del mural ‘Nuestros dioses antiguos’ (1917). Wikimedia Commons

Cuando hablamos de muralismo mexicano, la primera figura que nos viene a la mente es la de Diego Rivera. Sin embargo, el precursor de las obras de gran formato que representan al indigenismo mexicano no es otro que Saturnino Herrán.

La antigua cultura azteca fue una fuente de inspiración inagotable para su obra. No solo trajo consigo la revalorización de la vastísima cultura precolombina del país, también trató de lograr las reivindicaciones políticas de los indígenas mexicanos. Ejemplo de ello son sus famosos trípticos, de la misma manera en que los antiguos habitantes mesoamericanos narraban distintos momentos de su historia en grandes paredes, Herrán hizo lo propio con sus murales.

Como decimos, esta forma de pintar fue el antecedente del movimiento muralista. Pintores como Rivera, Clemente Orozco o Alfaro Siqueiros mantuvieron el legado indigenista de Herrán y lo enriquecieron. A diferencia de ellos, Herrán no compartía la defensa de la revolución armada en México, sino que pretendía cambiar la sociedad a partir del arte.  Quizás por eso, en su lecho de muerte, le espetó al médico las siguientes palabras: «doctor, no me deje morir porque México necesita de mi pintura». Tenía 31 años.

Comparte: