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Si te quedas boca arriba mirando las estrellas e imaginando que tu amada te espera, corres el riesgo de perder la noción de la realidad. Las noches estrelladas de Colorado invitan a pensar que el mundo es pacífico, la gente bienintencionada y tu futuro un remanso de paz a la espera de asentarte al final del camino, pero un bosque lleno de humo y una hilera de indígenas abandonando su tierra, ya debería anunciarte que te diriges al horror, al horror que son los otros que no buscas pero que te encuentran.

A lo largo de este año hemos podido ver (no en pantalla grande) un resurgir del western con productos de notable calidad que retuercen el esquema clásico del género, que adaptan las tramas a países muy diferentes (las montañas de Austria en The dark valley en una versión centroeuropea de Sin Perdón mezclada con El jinete pálido), que hablan de la venganza (la danesa The salvation) o que hablan del viaje como exclusión en sociedades cerradas y puritanas (The homesman, producción norteamericana que resulta increíble que no haya sido distribuida en España estando dirigida e interpretada por Tommy Lee Jones). Ahora parece que se estrena esta “Slow West”, producción británico-neozelandesa, que sitúa la acción en Colorado pero cuyos rodajes se han llevado a cabo en Escocia y Nueva Zelanda, y seguro que en su estreno tiene mucho que ver la presencia, siempre solvente, de Michael Fassbender.

La obstinación y la tozudez de Jay le vuelven impulsivo, irreflexivo, hasta suicida. Cuando Rose y su padre, granjeros, se ven obligados a abandonar Escocia por la muerte accidental de un aristócrata, tío de Jay, el joven Lord Cavendish, con su tetera y su guía de viaje, emprende camino al oeste buscando a su amada, “su” en sentido literal, es un enamoramiento unilateral y condenado al fracaso, pero Jay lo concibe como una misión que, mediante su fuerza de voluntad, conseguirá quebrar la resistencia de la joven , que le valora como el hermano menor que nunca tuvo. Ese camino en busca de Rose colocará a Jay en grave riesgo para su salud, en un lugar del planeta donde la vida no vale nada y cualquiera puede obtener una recompensa entregando un cuerpo, o perder la vida por un simple malentendido con un oso. Las posibilidades de que Jay llegue a su destino son mínimas.

La figura del asesino a sueldo con valores morales no es infrecuente, quien inicia una labor por un motivo y las circunstancias le hacen cambiar de planes, o, simplemente, quiere proteger aquello que ve en un espíritu sano y puro que él no ha podido conservar. Es de esta manera como entra en acción el personaje de Silas (Michael Fassbender), el jinete solitario, el caza-recompensas sin escrúpulos, el personaje de dudosa moralidad con un pasado a sus espaldas de pérdida y decepción, personaje que tiene su alter ego en Payne, (Ben Mendelshon) el forajido de leyenda, el que sabe que morirá antes o después en un infortunado encuentro con alguien más rápido o más afortunado, el que echa de menos a Silas pero que tampoco puede renunciar a una forma de vida, y de matar. Sobre la unión de Silas y Jay sobrevolará siempre la amenaza del mal encuentro. La ingenuidad del joven y el silencio de Silas ocultan a aquél la realidad, que todo está siendo una carrera contra el reloj de los caza-recompensas del estado para localizar a los fugitivos británicos y entregarlos, “live or dead”, a cambio de una recompensa de 2000 dólares, una caza reactivada por la llegada del joven, que inconscientemente, dirige a los demás hacia la granja de Rose, bastará seguir a Jay para localizar el refugio.

McLean juega a adelantar la conclusión, los sueños de Jay son la parte real de su viaje, aquélla que no quiere asumir porque le conduciría a la inutilidad de la travesía, inutilidad al menos en lo personal, porque para los que son objeto de su atención haberse cruzado con Jay supondrá un cambio sustancial en sus vidas. El western contemporáneo ha querido dejar de ser una simple historia “del oeste”, huye de la película de “vaqueros”, y utilizando espacialmente el terreno del género, utiliza éste para trascender a temas más universales, la desigualdad, el amor, la supervivencia, la forja de un carácter. Al Oeste del siglo XIX no se podía ir con una guía de viajes y un revólver mal engrasado, en esa conquista murieron muchos desesperados que acudieron pensando en una abundancia de tierras y de cosechas que se quebró nada más desembarcar en la costa este (Heimat en la reciente memoria como ejemplo de las causas del éxodo), pero ante el descubrimiento de la realidad cruel trataron de adaptarse a fuerza de pistolas y violencia, algo para lo que no estaban preparados ni emocionalmente ni por sus aptitudes.

Jay se convierte en un huérfano por decisión y se iguala a aquellos que va encontrando por el camino, todo un continente creado a sangre y fuego, dominado por la ley del más fuerte para contradecir a Rousseau y al siglo de las luces recién terminado. Un buen caballo es causa más que suficiente para recibir un balazo, de vez en cuando un Silas te adopta, aunque sea a cambio de una gratificación que oculta un propósito inconfensable. Todos podemos arrepentirnos de las faltas, algunos lo hacen a tiempo y obtienen recompensa, otros no y son castigados, algunos no tienen de qué hacerse perdonar y terminan sufriendo las consecuencias funestas del desamor y de la violencia. Jay es el espíritu de la ingenuidad en un mundo de violencia desatada, “su corazón estaba en el sitio equivocado” nos dirá Silas al rememorar los hechos, esos hechos de los que Jay recuerda los acantilados, las playas, las praderas de Escocia acompañado de Rose, un acompañamiento que Jay malinterpreta y que terminará en dolorosa evidencia cuando la sal caiga sobre una herida mientras Rose besa a otro hombre moribundo, las heridas del corazón duelen, y para que lo sintamos nosotros tenemos que ver la sal a corazón abierto.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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