“Semblanza: tentativa de atrapar y congelar en un retrato a alguien, capturar su apariencia, sus decires. También las palabras hacen semblante y, diría Borges, no siempre se parecen a nosotros. Estas asociaciones comprometen, obligan a un fracaso; trazar una semblanza de cualquiera es un acto de valentía pues expone más al que la hace que al retratado. Pienso en otra alternativa: componer un caleidoscopio de imágenes y palabras que, al girar, produzca aleatorias combinaciones sobre las cuales construir líneas de fuga… Imposible. Me resigno a rememorar algunas imágenes.” Onetti: una ética de la angustia. Sonia Mattalía.
Retrocedo exactamente ocho años. Segundo de carrera. Ahí estamos más de cuarenta personas, esperándola, sentados en las gradas de una de las aulas de la facultad de Filología de Valencia. Su asignatura: Narrativa contemporánea y ciudad en América Latina. “Un siglo de relatos urbanos: estrategias narrativas y transformaciones culturales”, puntualizaría ella. De su mano, un desfile de las figuras más representativas de la época: Rubén Darío, Quiroga, Roberto Arlt, Teresa de la Parra, Vallejo, Oliverio Girondo, Borges, Cortázar, Juan Carlos Onetti, Ricardo Piglia… Y con sus lecturas, un exquisito recorrido de la literatura latinoamericana, desde la cosmovisión de la ciudad y sus mutaciones.
¿Y ella? Entra, buenos días, se sienta. Mejor dicho, toma asiento. Morena, de pelo rizado corto y con un deje afrancesado, se dispone a fascinarnos. Se dispone a convencernos de que el análisis literario va más allá.
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, escribió un día en la pizarra. Reivindicativa con la narrativa breve, amante de los acertijos, nos invitó a descifrar el microrrelato de Monterroso. La ficción trasladada al infinito por su infinitud de interpretaciones, nos dijo. Llegaba, tomaba asiento, y se ponía a hablar, a narrar, desde su pasión más íntima. Lejos de la enumeración de teorías y de análisis oblicuos, Sonia nos abría posibilidades. Sus disquisiciones se ceñían, como ella misma decía, a una “degustación” de la literatura a partir de las emociones que las obras le provocaban. Y así nos contaba, con un halo de diva Colette desde su diván-tarima, una crítica literaria emocionante.
Traje chaqueta, tacones altos y maletín. Saca un libro, busca una cita y lee. Mejor dicho, interpreta:
“Los diversos y exagerados rumores desparramados con motivo de la conducta que observé en compañía de Rigoletto, el jorobadito, en la casa de la señora X, apartaron en su tiempo a mucha gente de mi lado. Sin embargo, mis singularidades no me acarrearon mayores desventuras, de no perfeccionarlas estrangulando a Rigoletto. Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un acto más ruinoso e imprudente para mis intereses, que atentar contra la existencia de un benefactor de la humanidad.” Se nos queda mirando y nosotros le pedimos más, y es que ella no leía, lo que realmente hacía era enseñarnos a leer. Escuchar el principio del cuento El jorobadito de Arlt desde su voz, con ese acento rioplatense, significaba plantearnos la posición desde dónde leer mostrándonos el puente, y cómo atravesarlo, que lleva de la lectura al deleite artístico.
Y es que Sonia era una persona capaz de transmitir pasión y respeto por la literatura latinoamericana. Prueba de ello es el potente grupo autodenominado “los hispanoamericanistas” que, alrededor de su figura, se fue gestando en las universidades de Valencia y Alicante. Profesores como Núria Girona, Jaume Peris, Jesús Peris… todos discípulos suyos, coinciden en que Sonia impactó a toda una generación. “Detrás de mi voz, de nuestra voz, otra voz canta, la de Sonia Mattalía”, éstas fueron las íntimas palabras con las que cerró su intervención Jesús Peris, en la presentación del último libro de su maestra el pasado viernes.
Onetti: una ética de la angustia es el punto cúlmine de la carrera académica de Mattalía, considerada a nivel internacional una de las mayores investigadoras sobre el universo de Juan Carlos Onetti. El acto de presentación de este libro editado por Publicacions de la Universitat de València, se transformó en un emotivo homenaje de “petit comité” en el que compañeros y amigos le brindaron palabras de reconocimiento y admiración. Sonia, retirada desde hace unos años de las aulas por una enfermedad crónica, recibió en el salón de actos de la facultad valenciana calurosas felicitaciones por su nuevo libro y las mayores muestras de cariño por su persona y su trayectoria profesional.
Con esta obra, Mattalía cierra más de treinta años de investigación y análisis sobre la emblemática figura del escritor uruguayo. Onetti: una ética de la angustia nos acerca al escritor desde lo personal además de proyectar un riguroso análisis crítico ya que la autora divide el libro en dos partes; la primera es una aproximación biográfica de Onetti que arranca con una serie de imágenes descriptivas, y la segunda es una revisión de los propios trabajos críticos de Mattalía “persiguiendo el trazo de la angustia que, transversalmente, cruza la obra onettiana”. (en Presentación, pág. 11)
Al igual que sus clases universitarias, Sonia ha elaborado este libro desde una posición ética y artística del análisis literario. Con sus reflexiones profundas, esta amazonas (como diría la mayoría de sus alumnos, entre los cuales me incluyo) de la literatura latinoamericana, elabora una crítica literaria a partir de los efectos sensoriales que las obras de Onetti le han ido produciendo. En este caso con el sentimiento de angustia como eje, a través del cual estructura e indaga. Nos muestra cómo interpretar el imaginario del escritor.
En las primeras páginas recuerda a Onetti de esta manera: “… su larga figura, sus ojos brillantes y atentos, su voz grave, burlona, sus juicios tajantes y definitivos cuando hablamos de intelectuales y letrados, su nostalgia infinita cuando se nombraba un Montevideo húmedo y nuestro…”
Así como yo la recuerdo… recuerdo su esbelta figura, sus ojos negros y vivos, su voz pausada pero enérgica, sus juicios inteligentes y sagaces cuando escrutaba su literatura cercana, su nostalgia cuando leía a Cortázar o a Borges, sus exámenes tan elocuentes y su lucha por darle el valor merecido a la literatura latinoamericana, logrando hacerla universal y, sobretodo, pasional.