Dos profesionales e investigadores de la salud pública plantean sus perspectivas sobre la incidencia de la crisis económica en el incremento de la tasa de suicidios.
Desde hace ya tantos años como de antiguo tiene la recesión económica española, se viene hablando de los problemas de salud mental provocados por las situaciones de tensión y exclusión generadas por la crisis, y se sospecha que pueden influir en el incremento registrado en la tasa de suicidios.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), desde 2008 el suicidio es la primera causa de muerte no natural en España, por delante de los accidentes de tráfico. La fecha es significativa, puesto que marca el inicio de tantos problemas de subsistencia derivados de la estafa socioeconómica vigente, popularmente llamada “crisis”. En tal sentido, estudios rigurosos apuntan a una relación entre los efectos de exclusión de la crisis y el incremento del número de suicidios.
Dos profesionales de la salud mental se pronuncian sobre la cuestión: los doctores Antoni Talarn, psicólogo clínico (que responde a las preguntas por correo electrónico), y Joseba Achotegui, psiquiatra. Ambos son profesores titulares de la Universitat de Barcelona. Achotegui también es secretario general de la Sección de Psiquiatría Transcultural de la Asociación Mundial de Psiquiatría, y publica en el diario Público la bitácora Salud mental en tiempos difíciles.
¿Existen países con propensión al suicidio?
Cabría saber si España es un país proclive a la comisión de suicidios. Talarn indica que “las tasas son más fidedignas que los números absolutos”, y que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), España ocupa el puesto 58 entre 101 países estudiados. En esta clasificación, la mayor tasa de suicidios corresponde a Groenlandia, que casi triplica la cifra del segundo clasificado en tan lúgubre tabla, Rusia; los que menos, dos pequeños estados antillanos, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nevis, lugares donde, al parecer, los suicidios son hechos extraordinarios.
Incidencias tan dispares hacen pensar en la existencia de riesgos específicos que atañen a países, regímenes económicos, valores sociales…Achotegui confirma la existencia de normas sociales y culturales que inciden sobre las tasas de suicidio en los distintos estados: “hay países, como Japón, donde el elevado índice de suicidios tiene que ver con la rigidez de los sistemas de valores, y en especial con la estigmatización de quien se sale de la norma del grupo; en lugares donde esta norma es más flexible o se practica mayor tolerancia, el porcentaje de suicidios decrece”. No obstante, advierte sobre el debate planteado por el ámbito de la decisión de la persona: “Corremos el riesgo de psiquiatrizarlo todo; de convertir cualquier conducta en patología. Los psiquiatras tampoco podemos comernos el terreno de todos los investigadores. También puede caber la idea de que un sujeto no quiera vivir por decisión propia, que derivaría de su libertad personal”.
La correlación suicidio-crisis
A Talarn no se le hacen tan evidentes las variables culturales que acaban de citarse; cree que “es imposible relacionarlas con los suicidios, excepto por lo que atañe a la crisis económica actual, cuya influencia sí parece clara”.
Sin embargo, algunos estudios señalan que no existe correlación entre las variaciones de la tasa de suicidios y los vaivenes económicos. Por ejemplo: apuntan algunos que los desempleados tienen más tiempo para descansar y cuidar de su salud, sin considerar la tensión emocional a la que están sometidas estas personas. Contra tales versiones, Talarn se pronuncia con rotundidad: “No hay discusión posible, la relación entre el incremento de los suicidios y la crisis económica es clarísima”, y apuntala su aserto con un estudio publicado en 2009 por una publicación científica de referencia internacional, la revista médica británica The Lancet. Allí puede leerse:
Hemos constatado que cada 1 % de aumento en el desempleo se asoció con un aumento de 0,79 % en la tasa de suicidios en edades menores de 65 años, y con un aumento de 0,79 % en la tasa de homicidios. (…) Un aumento superior al 3 % en el desempleo tuvo un mayor efecto sobre los suicidios a edades menores de 65 años, con un 4,45 %, y sobre las muertes por abuso de alcohol. Por cada 10 dólares USA invertidos por persona en programas activos del mercado de trabajo, se reduce el efecto del desempleo sobre los suicidios en un 0,038 %. (The Lancet, 2009; Stuckler et alt.).
Por su parte, Achotegui matiza la que, en su opinión, es la incidencia real del factor crisis: “Una persona en paro experimenta sentimientos negativos, así como una situación de estrés que afecta a la salud mental. Pero insisto, la crisis no es la causa determinante, sino un elemento más a sumar al riesgo de suicidio. La correlación existe, pero la califico de débil, no fuerte”. Y repara en el hecho de que los estudios estadísticos pueden interpretarse de modos muy diferentes, “según las variables a las que se conceda mayor importancia”.
Una conducta socialmente reprobada… ¿y mal contabilizada?
El Instituto Nacional de Estadística (INE) registró un aumento moderado de los suicidios entre los años 2007-2009, pero luego disminuyeron en 2009 y 2010. Ahora bien, parece existir una clara desavenencia estadística entre las cifras facilitadas por el INE y los datos que poseen los institutos de medicina legal españoles: según estos, la tasa media de suicidios por cada 100.000 habitantes fue un 0,97 % superior a los datos del instituto estadístico, lo que indica una pérdida media de 443,86 casos anuales. ¿Quién tiene razón?
En referencia a la información servida por el INE, Achotegui concede que “por mi propia experiencia profesional, puedo decir que esos datos hay que releerlos, puesto que, en España, muchos suicidios no se conceptualizan como tales, debido a su mala imagen social (es un pecado… hasta hace poco se enterraba a los suicidas fuera del camposanto…). Una muerte por infarto parece muy digna; un suicidio, un oprobio”. Por su parte, Talarn se fía más de los institutos de medicina legal, “organismos más técnicos que suelen tener mayor objetividad en sus datos”.
Una conducta siempre minoritaria, pero significativa
El suicidio siempre ha sido y es un comportamiento muy minoritario; por ello, parece muy significativo en cuanto a gravedad un crecimiento porcentual coincidente con épocas de crisis económica. Así lo entiende Talarn, quien se pregunta: “Hubo un incremento importante entre 2007 y 2008, la cuestión es por qué ha bajado en los años posteriores.” En este descenso se suman distintos factores, pero el psicólogo destaca “la respuesta de adaptación y la atribución de culpas: al principio, las personas desempleadas y con graves problemas de subsistencia se achacaban a sí mismas la culpa de su situación, pero más adelante esta responsabilidad ha ido desviándose hacia factores externos, como la acción de los políticos, los defectos del sistema, etc.”.
Achotegui destaca que el suicidio es la punta del iceberg, descollante sobre una enorme base sumergida de personas con problemas graves de salud mental, pero recalca que el incremento de casos no tiene nada que ver con visiones sensacionalistas que ponderan el hecho poco menos que como una epidemia.
La influencia de la acción sanitaria pública
Advierte Talarn que otro elemento incide de forma sustancial en la tasa de suicidios: la prevención desarrollada por el sistema sanitario. “El suicidio –explica– también crece o decrece en función de lo que se invierte en ayudas y salud pública.” Achotegui lo corrobora: “Algunos suicidios son consecuencia de que no han funcionado bien las redes comunitarias, pero también es cierto que la crisis económica ha afectado a los propios servicios de prevención, debido a los recortes. Creo que los servicios públicos trabajan bien, no es un área en la que se esté fallando específicamente, pero podrían tenerse más programas y dispositivos de actuación. El peligro es que la estructura sanitaria está adelgazando.”
Leído lo anterior, y aunque no lo digan explícitamente los entrevistados, cabe la conclusión de que la crisis no solo representa un factor directo de riesgo de suicidio, debido a su negativa influencia sobre la salud mental de quienes la padecen, sino también un factor indirecto, a tenor de la reducción de los presupuestos del sistema sanitario que debe velar por la prevención de las conductas suicidas.
Mujeres y emigrantes, los grupos más resistentes
En una tesitura de crisis económica, los varones corren más riesgo de suicidio que las mujeres… Al igual que en cualquier otro tiempo, como bien saben los dos entrevistados: los hombres siempre tienen mayor riesgo de suicidio consumado que las mujeres (mas no de intentos, circunstancia en la que son superados por las féminas). “En tiempos de crisis, ciertos patrones sociales, como el del padre de familia, hacen que el varón viva la situación con especial dolor; además, el varón suele ser más impulsivo. Por otra parte, la mujer está más implicada en la economía sumergida, por lo que el hombre se ve desplazado como fuente de los ingresos domésticos. Por otra parte, el patrón social atribuye al hombre la fortaleza y la seriedad, mientras que permite a la mujer la expresión de sus problemas y sentimientos de tristeza”, capacidad que ayuda a aligerar y solventar numerosos problemas. “La prueba está en que a las consultas de psiquiatría van más mujeres que hombres, porque las féminas pueden reconocer que están tristes y se encuentran mal, mientas que al varón le cuesta mucho más”, explica Achotegui.
Uno de los campos de trabajo de Achotegui es la atención psiquiátrica a emigrantes y, por supuesto, el estudio de la salud mental de los mismos, “la población más dañada por la crisis económica”. A él se debe la descripción del síndrome de Ulises, “un cuadro de estrés muy intenso que viven los emigrantes en situaciones extremas”, y que recibió tal nombre por su paralelismo con los sentimientos del Ulises peregrino de la Odisea: soledad, miedo, indefensión, lucha contra la adversidad. Un cuadro clínico típico, por ejemplo, de las personas amenazadas por un medio legal hostil, como los sin papeles. Buena parte de este colectivo sufre condiciones de pobreza y exclusión que les generan problemas psicológicos graves, pero, “por mal que se encuentren, los suicidios son muy raros entre ellos”.
Otros casos: adolescentes y ancianos
Los estudios también indican que los suicidios de adolescentes se han incrementado en los últimos años. ¿Este aumento puede tener relación con la situación laboral/personal de sus padres, sobre todo en casos de desempleo de los progenitores, tesitura que podría generar gran tensión en el seno de las familias? Talarn reconoce cierta influencia, “pero diría que influyen otros muchos factores”, por ejemplo, “las pésimas expectativas de empleo futuras o la baja tolerancia a la frustración de una generación que ha crecido con todo dado”.
Aunque también esporádicos, no resultan extraños los casos de ancianos que asesinan a sus esposas, o viceversa, y luego acaban con la propia vida alegando problemas insoportables. Se ha dicho en algunos foros que muchos de estos sucesos no son crímenes domésticos o de género, sino suicidios provocados por la desesperación derivada de problemas económicos. Talarn admite la posibilidad de que así sea, pero no se pronuncia, por falta de estudios sobre la cuestión. Para Achotegui, incluso podría tratarse de “situaciones que están en el límite entre el suicidio y la eutanasia, lo que entra ya en el campo de la bioética”.
La vulnerabilidad, factor esencial
Para resumir, Achotegi concluye: “Lo más importante es el grado de vulnerabilidad de individuo; las limitaciones que el propio sujeto lleva en sí, de muy diverso origen: desde la herencia genética hasta sus problemas de socialización, pasando por las malas experiencias de la infancia y, por supuesto, las adversidades socioeconómicas. En individuos con alta vulnerabilidad, el desempleo puede ser uno de los factores que incrementan el riesgo de suicidio.” Y apunta, a modo de moraleja: “La crisis favorece todas las desgracias”.