El auge del cine documental coincide con la debacle del periodismo independiente internacional. Son muchos los espectadores que asisten al cine documental para profundizar en temas de política y sociedad de manera de poder profundizar sobre aquello que las multinacionales de la información nos escatima en pos de sus intereses particulares.
En el caso del régimen de Corea del Norte, son varias las películas documentales y de ficción que en los últimos años intentaron franquear un régimen secreto y misterioso para desvelarnos su verdad. Uno de los últimos fue “Aim high in creation” de la realizadora australiana Anna Broinowski; aunque quizás la más conocida de ellas fue “The Interview” una película de ficción que trataba sobre el asesinato del líder Kim Jong Un y que provocó una amenaza de respuesta militar/informática del gobierno nordcoreano sobre los estudios Sony, que había producido la película. Pyongyang calificó la película de “gratuito acto de guerra” y sus amenazas a los cines que la proyectaran aconsejó a Sony a cancelar su estreno.
El ciudadano global asiste impasible a las maniobras de confusión y propaganda que van de uno a otro lado del muro de una Corea del Norte que es tratada por el periodismo multinacional como una horda de “freaks” y despectivamente como el último país comunista del mundo.
Ante este espectáculo de versiones, desmentidos y contra-propaganda sobre el carácter marxista leninista/ vía camarada Kim Jong Un/ con componente oriental/ monárquico/militar y revolucionario, son muchos los periodistas que buscan acercarse a la verdad del régimen nordcoreano. Los españoles en este sentido tenemos un mediador de excepción: Alejandro Cao, nacido en Tarragona, es el presidente de la Asociación de amistad con Corea (KFA), trabaja y vive en Corea del Norte y es uno de los interlocutores de excepción del régimen. Noticias sobre su perfil vital y político han aparecido desde hace años en muchos medios españoles.
El realizador Álvaro Longoria se aprovecha de Alejandro Cao como mediador para penetrar en el castillo encantado de Kim Jong Un y nos muestra en un fascinante comienzo, como la imagen en juego con la música es capaz de describir y/o crear un paraíso en la tierra con unas pocas imágenes de gente paseando, patinando y riendo en la cotidianeidad urbana.
La película es en este sentido un cuestionamiento sobre las condiciones de construcción de la propaganda política, y no solo en Corea del norte, sino en todo el mundo, cuando el poder y control de los medios de comunicación de masas es tan activo y operador sobre las conciencias planetarias, que tal como asevera la película: se necesita de la información para saber la verdad, pero la información está bajo control de la propaganda.
En este sentido, la película intenta no manipular, sino apartarse de la propaganda que domina todo el espectro de intereses planetarios y que condiciona conciencias en función de intereses políticos y económicos.
Menos interesante es la película cuando Longoria asume la narración en primera persona y explica a cámara su proceso y devenir en la trama de la película, sus dudas sobre la verdad del régimen y la exposición en of de sus observaciones. Esta manifestación en primera persona del autor documental, que se puede observar repetida en muchos de los documentales de los últimos tiempos, apoya la continuidad de la trama, y aparece como algo tosco y poco afortunado. Es cierto, no toda narración en primera persona es interesante. Muchos documentalistas emulando al gran Chris Marker de “Sans Soleil” (1982), asumen la condición de guiar la trama a partir de sus vivencias, pero no todo el mundo tiene la pluma y el oído de nuestro querido Marker. Ahí la película se resiente de cierta superficialidad ya que abandona el excelente relato de imagen y sonido documental, tan bien llevado cuando se abandona a la observación y a la descripción de los espacios y las gentes, pero que se torna periodístico y de somera actualidad cuando asume la narración el personaje-autor. Se pierde así en profundidad ya que el autor contagia al documental de su aparente falta de criterio político, una cierta ingenuidad en el personaje-autor, que tampoco nos creemos y que por cierto no hace falta.
De todas maneras, la sensación que deja la película es buena. Hay mucha y creativa profesionalidad y unas excelentes propuestas de imágenes junto al tratamiento del sonido que crean una expresividad propia,agradable e interesante. Como señalábamos, quizás falte (poner el) cuerpo y profundidad en el relato de la historia y en la reseña del presente de la misteriosa Corea del Norte, pero el trabajo aunque incompleto, es honesto y sin duda nos deja algo perplejos frente al nivel de propaganda mediática en el que estamos incrustados.
estreno 30 de octubre de 2015
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.