En 1987 se fundaba en Barcelona el primer Banco de Alimentos del estado español. Apadrinado por el antiabortista y actual presidente de e-cristians, Josep Miró i Ardèvol, supuso un antes y un después en la gestión de la caridad gestionada por la Iglesia católica, concretamente por el Opus Dei. Basados en entidades ultraconservadoras de los años sesenta en Arizona, han ido tejiendo durante estos 35 años una red que desvirtúa la verdadera solidaridad, ayuda a perpetuar la pobreza, evitando la lucha de clases y ahorra los gastos de destrucción de excedentes a las grandes distribuidoras.

A raíz de la fundación del Banco de Barcelona, fueron apareciendo como setas, por todo el estado, bancos de alimentos que se agruparon en la FEBAE (Fundación de Bancos de Alimentos de España), teniendo como cabeza visible al sacerdote José María Sanabria, insigne eclesiástico del Opus Dei, fallecido este verano a los 86 años.

Tras su muerte, la renovada FEBAE, actual FESBAL (ahora son una Federación, no una fundación), publicaba en su página web una carta de reconocimiento a Sanabria, donde el expresidente de la entidad, José Antonio Busto Villa, pedía que «nos encomendemos a Él en su nuevo trabajo» [en el Reino de los Cielos].

La importancia y el poder de esta red -hoy con marca registrada- se puso de manifiesto en 2012, cuando el sacerdote opusino recogió de manos del actual monarca español el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia para la Federación Española de Bancos de Alimentos. Un año después, el mismo clérigo recogía el premio de la Fundación Reina Sofía. De hecho, es habitual que grandes empresarios, bancos de crédito (incluyendo a las extintas cajas de ahorro) u otras fundaciones de fines dudosos publiciten sustanciosas donaciones económicas o en forma de materia prima a los bancos de alimentos.

La verdad es que los bancos de alimentos no reparten la comida directamente a las personas. Su labor es asignarla a «instituciones asistenciales y de ayuda social», principalmente vinculadas a la Iglesia Católica. Pese a declararse «aconfesionales», en su web podemos encontrar una ristra de entrevistas a presidentes y presidentas de bancos de alimentos, socios supernumerarios del Opus Dei, tal y como denunció El Salto Diario en 2018.

No es de extrañar, pues, que en las hemerotecas puedan encontrarse titulares como «Entidades religiosas reparten entre sus miembros comida de los bancos de alimentos» (eldiario.es), «Casi la mitad de los conventos necesita la ayuda del Banco de Alimentos para comer» (La Gaceta) o «Denuncian que alimentos de Cáritas acabaron en una hermandad rociera» (El País).

Perpetuar la pobreza

A los bancos de alimentos les gusta la imagen de las familias de clase media-alta donando sonrientes un bote garbanzos a un adolescente ataviado con un chaleco ridículo. Lo que no les gusta es lo que ocurrió en el año 2012 cuando, en medio de la peor crisis económica y financiera mundial, el Sindicato Andaluz de Trabajadores expropió en supermercados gaditanos y sevillanos carros llenos de comida en una acción protesta, que llenó los informativos. El SAT quiso entonces donarlos a los bancos de alimentos, que no los aceptaron. Es más, la dirección andaluza de FESBAL salió en defensa de Mercadona y Carrefour porque ese «no era el camino acertado». Los sindicalistas fueron duramente escarmentados con condenas, incluso de cárcel.

Curiosamente, ante la alerta que había provocado la acción del SAT, nadie más en España se atrevió a saquear supermercados. Fue un nuevo éxito de régimen capitalista contra la lucha de clases. Hoy vivimos también una situación complicada y ya nadie se plantea confiscar comida, nos basta con sentarnos en un banco del parque a ver pasar el día.

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