En 2013, Jordi Évole dedicó un programa de Salvados al nacimiento de una nueva clase social: el precariado. Se trata, como el propio término indica, de gente que está dispuesta a todo por encontrar un trabajo que le permita llegar a fin de mes con el estómago más o menos lleno. Tres años después, seguimos igual. El panorama no mejora y parece que no lo hará de momento.
Arturo Colado tiene 36 años, estudió Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha vivido en 17 ciudades distintas y ha trabajado en más de 25 lugares. Para ganar 1.300 euros al mes, tiene tres trabajos como tele operador. Entre el alquiler, la electricidad, la comida y los préstamos que ha acumulado en parte por ayudar a sus padres a pagar la hipoteca durante años, Collado lo pasa mal para llegar a fin de mes. Paga 275 euros por vivir en apenas diez metros y medio. Un zulo. “Cuando tengo un gasto imprevisto, tiemblo porque se me rompe totalmente el presupuesto”, cuenta. Casi siempre ha tenido trabajo, aunque ninguno de ellos le ha motivado. Los que eran con contrato, eran temporales, y en muchos no tuvo que firmar ningún documento. “Gasto 140 euros en comida. Como poco y apuro mucho, en verano como bastante ensalada y en invierno lentejas y estofados con poca carne y mucha patata”, explica con gesto de resignada tranquilidad.
Cuando tenía 20 años, Arturo había empezado la carrera de Políticas y decidió independizarse. Era el año 2000 y no era difícil encontrar trabajo y menos para la gente joven. “Durante la carrera tuve varios trabajos que compaginaba con los estudios. Trabajé cargando váteres, de tele operador, de administrativo, ayudante de soldador, entre muchos otros”, relata. “Lo que hacía era dejar el trabajo cuando llegaban los exámenes, porque una vez no lo hice y suspendí algunas asignaturas. Acumulaba dinero durante el periodo que trabajaba y cuando llegaban los exámenes dejaba el trabajo y me dedicaba ese mes a preparar los exámenes”, añade Collado. Con 23 años, Collado entró en el mundo de la tele operación con un trabajo para una empresa de telefonía móvil. “Una vez que entras en el mundillo es fácil que te vuelvan a coger. Pero actualmente ya empieza a costar más esfuerzo encontrar trabajo en este ámbito”, admite.
“En 2010 toqué fondo. Vivía un muy mal momento personal y económico. Tuve que ir al asistente social porque no tenía ningún ingreso, debía dos meses de alquiler y no tenía para comer. Me sentí muy avergonzado”, cuenta cabizbajo. “Allí se sorprendieron mucho por mi situación, era un hombre de 32 años con carrera y un gran curriculum pero sin dinero para vivir”, añade. La ayuda llegaría al cabo de tres semanas, le dijeron. Pero a las dos semanas tuvo la suerte de encontrar un trabajo, aunque eso significó quedarse sin ayuda y esperar un mes a cobrar. “Estuve un año en el paro y no pude cobrarlo porque no había superado el periodo de prueba entre los dos trabajos. Dio la casualidad que me echaron de los dos antes de que terminara el periodo de prueba, algo que hoy en día es muy frecuente. No podía cobrar el paro. Fui a pedir la ayuda pero me dijeron que como tenía derecho a paro, aunque no pudiera cobrarlo, no podía cobrar la ayuda. Me encontré en un vacío burocrático. Estaba con 100 euros y dos meses de alquiler por pagar. Sin ingresos. Llegó un momento en el que solo comían las mascotas que tenía (dos perros y gatos). El banco no me pudo embargar nada porque no tenía nada para embargar”, concluye riéndose.
Más tarde, tuvo que volver a vivir con sus padres una temporada. “Les dije que se quedaran con lo que me daban del paro mientras que me dieran de comer. Fue un cambio muy bestia porque me había ido de casa con 20 y volvía 12 años después”, confiesa amargamente. “Del futuro, no tengo ni idea”, contesta Arturo cuando se le pregunta sobre él.
En uno de los tres trabajos como tele operador, Alexandra Orrico de 25 años es su compañera desde hace dos meses. Gana 640 euros al mes por una jornada diaria de 6 horas. Alexandra tuvo que dejar los estudios de Adiestramiento Canino en Barcelona porque no podía seguir pagándoselos. Para poder terminar el curso y hacer otro de adiestramiento canino, Alexandra ha trabajado en diferentes sitios, desde zapaterías a restaurantes de comida rápida. Su primer trabajo fue como ayudante en una peluquería canina. “El contrato se acabó y no me lo renovaron. Trabajaba 9 horas diarias y cobraba 500 euros al mes. Bueno, supongo que tenía contrato. No lo sé, era mi primer trabajo”, admite Alexandra. “En los trabajos, o ganas dinero o aprendes. Y ese trabajo me sirvió para aprender bastante. Después al no encontrar nada me vine a Barcelona con 19 años a vivir con mi abuela”, explica.
“En una clínica veterinaria estuvieron a punto de contratarme pero vino una chica diciendo que quería hacer prácticas gratis y que le daba igual no tener seguro ni tener nada. Y evidentemente, no me cogieron a mí”, recuerda. Alexandra explica que se ha planteado varias veces estudiar Veterinaria en la universidad para tener más oportunidades de trabajo pero es caro y es tiempo. “Estoy ahorrando y espero que en cinco años pueda pagarme los estudios y luego volveré a ahorrar para montar mi propio negocio de peluquería canina”, cuenta decidida. Alexandra advierte que ha estado buscando ayudas para montar su negocio, pero éstas son insuficientes y hasta los 25 años. Actualmente, Alexandra vive con una amiga y paga unos 350 euros al mes, alquiler y gastos incluidos. “Además, también tengo un préstamo, porque fui a comprarme un ordenador y en la tienda me dijeron que con la nómina del McDonalds no me lo daban”, explica enfadada. Desde entonces, Alexandra paga 50 euros al mes por el ordenador y tardará diez años hasta que sea suyo definitivamente. “Veo que tendré que buscarme otro trabajo por las mañanas porque no me salen las cuentas. En cuanto cobre, con suerte me quedarán 100 euros”, cuenta nerviosa. Tanto Alexandra y Arturo coinciden en que muchos de los trabajos que han conseguido los han encontrado a través de plataformas online como infojobs o studentjob.
El paro en España es de casi el 21% en el último trimestre de 2015, según el Instituto Nacional de Estadística y 2.183.043 personas con nacionalidad española residían en el extranjero, según los datos del Padrón de Españoles Residentes en el
Extranjero (PERE). Esto solamente son datos, sin nombres y apellidos. Así nos hemos vuelto todos: números, DNI para hacer estadísticas de lo mal que estamos o trofeos para políticos que presumen de crear puestos de trabajo; más ocupados en discusiones y reproches que en escuchar a las víctimas. Para ellos son números, sin nombres y apellidos. Por eso, en este artículo, se han querido contar tres historias diferentes, de personas muy distintas pero con un vínculo en común: la precariedad.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.