Desde hace unos años, el turismo se ha convertido en la fuente de ingresos de muchas ciudades como Barcelona, Madrid. La afluencia de extranjeros en la ciudad es cada vez mayor, pero el prototipo de visitantes ha cambiado. Los turistas ya no sólo vienen a descubrir nuevas ciudades, sino a conocer sus raíces, sus costumbres y su gente. Es la búsqueda de un turismo más humano.
Barcelona, París y Nueva York son algunas de las ciudades más turísticas del mundo. Son millones los visitantes que cada año acogen estos lugares. Turistas en busca de nuevos paisajes, experiencias y, en la mayoría de los casos, descanso. Un perfil que con el paso del tiempo ha ido cambiando, derivando a otro prototipo de turistas que esperan descubrir los orígenes, las costumbres y la gente de los destinos elegidos para sus vacaciones.
A diferencia del turista de siempre, generalmente adinerado y con más interés en descansar y fotografiar monumentos que en conocer la ciudad, el nuevo turista ansía adentrarse en lo más profundo de la ciudad, siendo partícipe de su vida diaria. Este nuevo turismo se aleja de las zonas concurridas, de los centros históricos y de los hoteles, hecho que está abriendo puertas a un nuevo mercado y cerrando ventanas al gigante de la hostelería.
El alquiler de habitaciones se ha convertido en uno de los servicios más demandados en los últimos tiempos. Habitaciones económicas que forman parte del hogar de personas autóctonas, dispuestas a enseñar a sus visitantes la parte de la ciudad que sólo sus habitantes conocen. El precio de estas dependencias es mucho menor que el de los hoteles, y el servicio que presta el propietario no tiene nada que ver con el que puede llegar a proporcionar un hotel, lo que convierte a esta actividad en competencia directa del sector.
La disputa entre el sector hotelero y los practicantes de esta actividad parte del vacío legal existente. Actualmente, no hay una regulación específica que gestione este tipo de comercio, y por tanto, se trata de una actividad ilegal. El hecho de que se denomine ilegal no supone su prohibición específica, sino su falta de regulación por ley.
En la actualidad, además de la hotelera, sólo existe una norma relativa a la estancia turística, los pisos. Existen centenares de empresas que se dedican a alquilar sus pisos a aquellos turistas que optan por una visita diferente. Estos pisos han de adaptarse a la norma vigente, que regula sus licencias en función de su capacidad, su situación y sus características.
La falta de regulación para el alquiler de habitaciones impide que esta actividad se convierta en un negocio más en el que sus practicantes, al igual que en el caso de los pisos, puedan declarar sus ingresos sin miedo a ser denunciados y multados. Las características de este tipo de alquileres sólo requerirían un alta de autónomo, además del consentimiento explícito del auténtico dueño del piso, ya que se trata de subalquileres. A simple vista, requisitos bastante asequibles.
Unos requisitos cuyo cumplimiento impediría situaciones como las dadas en Nueva York, donde tanto el auténtico dueño como el inquilino que alquilaba habitaciones fueron multados por una actividad que posteriormente fue regulada y prohibida en su legislación a causa de la presión hotelera.
El negocio que esta nueva actividad no sólo se limita al beneficio del que alquila sus habitaciones, sino a las decenas de empresas de internet que se dedican a ponerles en contacto con los turistas. Empresas como Wimdu, Housetrip o Airbnb que hacen de plataforma virtual y cuyo crecimiento es cada vez mayor.
Este tipo de empresas ofrece a los turistas una nueva forma de viajar, alquilando distintas dependencias que van desde los pisos comunes hasta iglús, casas de árbol o barcos. En estos portales, donde se ofrecen más de 6.000 alquileres, los interesados en alquilar han de inscribirse y facilitar un porcentaje de sus ganancias a la empresa. El problema viene cuando, desde la empresa, no se avisa de los riesgos legales ni se hacen cargo de las posibles infracciones.
En el supuesto caso de una multa, la empresa que ha gestionado la operación no tendría ninguna responsabilidad legal, a pesar de estar lucrándose de una actividad que, en según qué lugares, es ilegal.
De nuevo, vacíos legales que dejan desprotegidos a este tipo de personas que continúan ejerciendo una actividad que comenzó hace años bajo el lema ‘Tengo un sofá libre en mi casa’ y que se ha convertido en una fuente de ingresos en ciudades como Amsterdam, donde su regulación está en proceso.
Una regulación que generaría importantes beneficios para el Ayuntamiento y que le otorgaría una gran visibilidad a la ciudad de Barcelona.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.