Film estadounidense, dirigido por una mujer iraní, rodado en farsi y que mezcla de forma notablemente acertada, conceptos como el vampirismo, una banda sonora de lo más occidental, el abuso de drogas e historias cruzadas, «Una chica vuelve a casa sola de noche» supone un interesante ejercicio cinematográfico que nos lleva por un mundo lírico, pero sucio y sórdido, a través de los miedos y secretos propios de una sociedad sojuzgada por la irracionalidad de su historia reciente y sus gobernantes.
Ana Lily Amirpour, directora y guionista de “Una chica vuelve a casa sola de noche”, ha dejado perplejo a más de uno. Su película brilla por su acabado, su muy cuidada producción y el mimo puesto en los detalles. Rodada en California y en blanco y negro, Amirpour hace gala de muchos y variados referentes cinematográficos, que nos transportan por el celuloide a través de personalidades como Hitchcock, Lynch o Tarantino, utilizando planos que evocan el estilo videoclipero californiano que arrasó en los 90 o copiando, en forma de homenaje, la concepción del thriller del genio británico (sabemos qué ocurre, pero nuestro protagonista masculino lo desconoce), el concepto del Viejo Oeste que rescató Tarantino con su admiración a Sergio Leone (la mayoría de las conversaciones de los personajes se realizan frente a frente, casi en forma de duelo, con primerísimos planos) y la obtusa y, a ratos, indescifrable metáfora visual del artista de Montana, comúnmente más interesado en la atmósfera que en la narrativa (imágenes inconexas, cuando no ridículas, pero con una gran carga poética).
Su argumento no supone una revolución respecto a otras obras de vampiros: Amor y sangre. Pero Amirpour nos lleva un poco más lejos. Nos dirige a través de distintos personajes llenos de miseria y su descenso personal a los infiernos. Sus historias se irán cruzando, tomando como nexo de unión a nuestra protagonista: una vampira cool y moderna que viste su chador cuando sale de caza.
La soledad de cada personaje se alimenta, como la protagonista (una brillantísima y casi desconocida Shella Vand) de la soledad de los demás. A hurtadillas, pero provocando el sufrimiento ajeno. Desde la puta que entra en la treintena y no conoce el amor, al camello de poca monta que no es más que carne de cañón, cada uno traga su miseria a grandes cucharadas, haciendo enormes esfuerzos por encontrar ese «poco de azúcar» que tarareaba Mary Poppins en los 60. Son miembros de un submundo donde nuestra vampira ejerce el papel de policía, jueza y verdugo, en función de sus propias pulsiones, que alcanza el cenit al enamorarse del humilde hijo de yonqui y ladronzuelo aficionado que deviene coprotagonista del film.
La soledad, el hambre, el desprecio, la ruina… esos pozos petrolíferos que aparecen en imagen más de una vez, como potente metáfora del desangramiento de la sociedad iraní, del hambre del vampiro. La tierra se desangra, el pueblo se desangra por efecto de un terrible enemigo que ejerce de justiciero comprometido.
Cabe destacar el efectivo uso de la música (primordialmente occidental y que nos sitúa, igual que la decoración de su habitación, en la probable época en que nuestra vampira fu convertida), con la que la directora juega para que el espectador no sólo se deje seducir cada vez más por la historia, sino que, además, pueda diseccionar y llegar a entender el personaje principal que, a pesar de su ferocidad, también presenta fragilidad, delicadeza y ciertos sentimientos que a priori parece no tener y que explotarán bajo, irónicamente, una potente luz y una simple muestra de drogado afecto del personaje de Arash Marandi. La vampira recupera parte de su humanidad, con un simple gesto desinteresado, casi inconsciente, de bondad ajena. Y es que la armonía, la belleza, el amor, el riesgo, la ansiedad y las penurias se dan cita en un decorado de lo más “in”, bajo un tempo pausado, pero no lo suficiente como para que el espectador desconecte y deje de seguir fascinado ante lo que sucede frente a sus ojos.
“Una chica vuelve a casa sola de noche”, es una película con una patente calidad atmosférica (su mayor virtud), que hace que sus referencias postmodernas y sus obvios clichés de “postureo” no se hagan excesivamente palpables y transparentes.
Es una obra mejorable, pero con gusto y estilo, donde el silencio es un personaje más que dota de un contexto y un sentido primordial a la narración y al sub fondo del film (la represión que ejercen sobre sí mismos los personajes, fiel reflejo de su propia sociedad, hace del lenguaje directo un escollo que cuesta salvar, pero que no es imprescindible para demostrar emociones, como muestra la primera escena de amor de los protagonistas).
Ha sido recibida muy favorablemente por crítica y público en el festival de Sundance, de forma bien merecida si tenemos en cuenta que es una ópera prima. Amirpour estrenará en 2016 su nuevo proyecto: “The Bad Batch”. Podremos comprobar si será la confirmación de un nuevo talento apuntado.
No quisiéramos terminar esta reseña sin aportar un pequeño apunte sobre lo tremendamente frustrante que resulta que esta cinta no pudiese ser rodada en el Irán natal de Amirpour, como era su intención, debido a las prohibiciones que pesan en el país hacia el trabajo femenino y el propio cine.
Persia, cuna del conocimiento antiguo.
En fin…
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.