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Con el proceso y la consulta soberanista del 9-N como horizonte, el PSC se ha embarcado en unas primarias abiertas para elegir a su candidato a la Alcaldía de Barcelona.  Para alcanzar el objetivo buscado, los socialistas decidieron adoptar el modelo de primarias implantado por el PS francés. Unas elecciones abiertas a cualquiera, al menos a cualquiera que acreditase su residencia en Barcelona, sin censo previo y a doble vuelta. Como condición para los votantes, el PSC pedía la firma de una carta de adhesión a sus principios políticos e ideológicos y pagar un euro. Los candidatos debían presentar los avales de 150 militantes del partido y las firmas de 1500 más, en este punto, ya apareció el lío con la candidatura descartada de unos de los postulantes, eliminado en la validación de las firmas y liquidado por sus excesos verbales.

 

A la votación del 29 de marzo se llegó con el ruido de fondo de la consulta y el temor de la dirección del PSC y de algunas de las cinco candidaturas que consiguieron reunir los avales necesarios, al peso que el independentismo podía tener en el resultado de las elecciones, tras cierta agitación en las redes sociales y más bien escasa en los debates de una campaña lastrada por la indefinición y el corto interés despertado entre la ciudadanía, incapaz de diferenciar las propuestas una vez se iba un poco más allá de los nombres.

 

La decisión de llevar a cabo unas primarias, que parece ser uno de los puntos clave de la regeneración democrática para los partidos tradicionales, no ha cosechado la movilización buscada para un partido necesitado de reconectar con una sociedad cansada de banalidades y de una política municipal basada, a falta de tantas cosas, en la sucesiva reglamentación de conductas a base de una normativa impuesta a golpe de multas. El resultado de la primera vuelta de las primarias ha debido preocupar -algo– a la dirección del PSC -y mucho– a sus afiliados, simpatizantes y votantes.

 

El exdiputado y exportavoz del PSC, Jaume Collboni, considerado como el candidato oficial, logró 2539 votos. Disputará la segunda vuelta -este 5 de abril– contra la concejal Carmen Andrés (1666). El líder del grupo municipal, el considerado como crítico y partidario de las tesis soberanistasJordi Martí, alcanzó 1471 votos, delante de la exdiputada Laia Bonet (1027) y la diputada del Parlament, Rocío Martínez-Sampere (530), díscola para la dirección del socialismo catalán por su posición ante la realización de la consulta del 9-N. En total, 7415 ciudadanos de Barcelona participaron en la primera vuelta de las primarias, de los que 1421 son militantes, 797 simpatizantes y 5197 ciudadanos sin adscripción política socialista. Una reducida participación teniendo en cuenta que podían votar 21000 personas y que más de 11000 habían avalado con su firma a alguno de los candidatos. En las primarias de 2011 entre Jordi Hereu y Montserrat Tura entre militantes y simpatizantes votaron 4153, un dato que evidencia que ni entre la militancia se produce la deseada movilización en medio del desgaste producido tras más de 30 años de gobierno municipal socialista y agravado por la indefinición de las propuestas políticas.

 

Pero si por algo se recordará esta primera vuelta es por una imagen que recuerda latitudes distintas: el reparto de papeletas, con euro incluido, por parte de los líderes de la comunidad paquistaní de Ciutat Vella, al parecer movilizados por los partidarios del aparato oficialista en apoyo a Collboni, a ciudadanos de ese origen que no sabían qué se votaba ni a quién lo hacían ni porqué. Las redes sociales -en especial, Twitter- rebosaron de menciones e imágenes que denunciaban unas maniobras -con el nombre de Josep Maria Sala sobrevolando la escenaque, fuera de la Europa democrática, se conocen, entre otras denominaciones, como pucherazo.

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