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Muchos ciudadanos de Cataluña con posiciones de izquierda consideran que la independencia no constituye per se un objetivo político imprescindible, si comparada con problemas cotidianos como la necesidad de una recuperación económica o los recortes en los servicios sociales. Sin embargo, del mismo modo sostienen que la soberanía política no reposa en la ley, sino en la voluntad popular (de cuyos acuerdos es reflejo y producto aquella), y que como todo reclamo es aceptable si se defiende con medios pacíficos y democráticos, la reivindicación soberanista debe resolverse cuanto antes, vía referéndum, para que las dos o tres futuras generaciones de catalanes dediquen su esfuerzo y creatividad a la reconquista de los niveles de bienestar perdidos durante la recesión. E incluso entre estos ciudadanos hay quien opina –y no son pocos– que la independencia puede aportar la savia política y moral necesaria para la ansiada catarsis de las instituciones públicas.

A diferencia de este grupo social de soberanistas ocasionales (dicho sea con toda la imprecisión que la etiqueta conlleva), la izquierda nacionalista y digamos que radical (otro tópico) ya no entiende de consideraciones tácticas hacia la independencia, puesto que considera esta como un objetivo estratégico fundamental. Dicho colectivo tampoco concibe una disyuntiva entre las reivindicaciones nacionales y las de tipo político y socioeconómico, al entender que un simple cambio de bandera frustraría las ansias de renovación de la ciudadanía.

Si los ocasionales carecen de un partido político de referencia, aunque parte de ellos pueda coincidir con los planteamientos de Iniciativa per Catalunya (IC) y los disidentes del Partit dels Socialistes (PSC), está claro que las aspiraciones dualistas de la izquierda radical están nítidamente representadas por una fuerza con presencia en la cámara autonómica, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), y una plataforma civil que aspira a convertirse en movimiento electoral, la Crida Constituent.

Una porción importante de los soberanistas ocasionales forma parte del electorado potencial de un partido moderado de izquierda como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Sin embargo, buen parte de ese colectivo, quizá la mayoría, ha quedado decepcionada por el acuerdo alcanzado con Convergència i Unió (CiU), porque esas personas en busca de referente político incluyen a la coalición gubernamental entre lo más granado de cuanto en los últimos tiempos se denomina “casta”. Si alguna esperanza se podía tener en que ERC abrazara la causa de esa regeneración institucional y social hipotéticamente ligada a la soberanía estatal plena, parece haber quedado claro que la formación de Junqueras, pretendidamente de esquerres, antepone sus intereses de partido a cualquier otra consideración. Así parece mostrar el trueque del cierre de la legislatura –elecciones perentorias demoradas, como la indemnización de Bárcenas– a cambio del apoyo a los presupuestos del govern autonómico. ERC acaba de lanzar a la ciudadanía el mismo mensaje con que el entrañable Porky cerraba su show televisivo: “…y esto es todo, amigos”.

A partir de ahora y con los comicios municipales de mayo de 2015 como primera cita electoral pendiente, habrá de verse de qué modo responden en las urnas esos ocasionales tras el pacto CiU-ERC. Nadie niega que Esquerra posee una sólida base electoral, notoriamente ampliada en los últimos años, pero con su transigencia ante Mas ha incurrido en el serio riesgo de perder un monto nada desdeñable de votos, los cuales, aun siendo circunstanciales, podrían resultarle decisivos. ¿Alcanzará sin ellos la hegemonía parlamentaria necesaria para capitanear con legitimidad representativa incuestionable la creación de una hipotética República catalana?

De cara a las elecciones autonómicas –plebiscitarias, si se quiere– del 27 de septiembre, el principal beneficiario de la decepción generada en ese amplio sector ciudadano de soberanistas ocasionales podría ser, cómo no, el partido de moda, Podemos; sobre todo si se materializa su apoyo a la candidatura ciudadana Guanyem en las municipales de mayo y el resultado de la alianza es exitoso, pero también si la formación liderada por Pablo Iglesias consigue solucionar los problemas internos surgidos en Cataluña durante su proceso fundacional. Con un Podemos en alza en todo el Estado y pacificado en el Principat, el triunfo de ERC en las autonómicas/plebiscitarias o no se dará o no alcanzará la calidad deseada por la dirección republicana, que con su nueva hoja de ruta ha apostado por el caballo perdedor, llamado Artur Mas.

En cuanto a los radicales defensores de la necesaria reciprocidad entre independencia y renovación político-social, parecen abocados a una posición electoral secundaria frente a los paladines del independentismo per se (CiU, o por lo menos Convergència, y ERC) y unos ocasionales que tal vez vayan alejándose progresivamente de la reivindicación independentista, para no verse en el tren de cola de los dos grandes partidos del Parlament. Está claro que CUP y Crida Constituent tienen asignado un espacio significativo –a la par que minoritario– en el mapa político catalán, pero una vez demostrado que se puede pactar por la primacía de la independencia sobre cualquier otro considerando, ¿por qué no sopesar la posibilidad de ganarse la confianza del grupo de ocasionales, mayor en cuanto a efectivos, sumando las propias fuerzas a opciones políticas que afirmen la legitimidad de una consulta soberanista sin imponerla como evento cronológico urgente ni condición política imprescindible para la realización de una política socioeconómica renovadora?

Es para pensárselo. Hay que ganar esta lucha democrática frente al poder no ya establecido, sino arraigado, que comparten por igual, más allá de sus trifulcas públicas, los voceros del independentismo como nuevo pensamiento único y los partidos unionistas negadores de la soberanía ciudadana. Solo con la aglutinación de fuerzas podrá darse ese triunfo. De otro modo se caerá en el mismo error que ERC: la preterición de los problemas sociales. No será en el plano de los propósitos, pero sí en el decisivo ámbito de los hechos, porque la fragmentación de las fuerzas transformadoras favorecerá a la consabida “casta”. Para CUP y Crida, el cuento también se ha acabado.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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