A la vista de la cantidad de presuntos delincuentes que había a mi alrededor y de los graves problemas geopolíticos que afronta el mundo, quizá a las puertas de un inenarrable cambio civilizatorio, y sobre todo mirando detenidamente las tendencias de las políticas de los dirigentes más poderosos del planeta, algunos de ellos recién elegidos, y otros todavía por elegir, decidí dejar de lado mi responsabilidad como “aprendiz” en periodismo, que escribía en una sección de ciencia ficción, y fui bajando sucesivamente en riguroso orden jerárquico, y lo único que encontré detrás fue un trapero que daba vueltas a la manzana, pero no le pregunté, porque sé muy bien que no habla. Entonces, tras sufrir un enorme ataque de ansiedad, y al comprender que estaba atascado y aquello podía ser el fin. Llamé a Marisa a ver que, si ya estaba preparada, y le advertí que iba a recogerla con el coche, para intentar relajarnos en un lugar de un bosque apartado, que no era objetivo táctico ni estratégico de ninguna empresa privada o de las siempre mañosas potencias mundiales. Marisa era “mi enfermera” una mujer robusta de treinta seis años. No en vano, ambos habíamos hecho buenas migas sentimentalmente, aunque este era nuestro primer viaje juntos. El viaje comenzó de forma estupenda, puesto que yo le había preparado una pequeña nevera cargada de cerveza y ella se puso a beber mientras yo me centraba en la conducción y en seguir la ruta correcta. Más allá de una parada en un campo de vacas para vaciar su vejiga, el viaje fue bien hasta que ambos comenzamos a tener mucho calor. Después de comprender que el calor provenía directamente del motor, ambos comprendimos que se estaba recalentando y teníamos que parar para echarle un poco de agua.
__¿Cuándo fue la última vez que le echaste agua? –preguntó Marisa.
__No lo recuerdo.
__¿Y los frenos y los neumáticos… están bien?
__Está todo Ok. Ha pasado la ITV.
El motor ya no se calentaba y los más bellos paisajes de la naturaleza desfilaban ante nuestros ojos, mientras yo iba pensando que el hombre es un lobo para el hombre, tal como había dicho Hobbes. En efecto, no había más que mirar la actualidad, para imaginar la llegada de un mundo casi apocalíptico. Tal vez por eso, desbordado por tanta maldad, comprendía que ahora mismo no debía escribir ningún artículo, puesto que tenía dañada la empatía. Un escritor no puede o no debe escribir sin empatía, y las estresantes circunstancias del mundo actual tal vez habían dañado de forma colateral mi apreciada objetividad. Antes de llegar, una pareja de chicas que nos encontramos nos dijo que no olvidáramos mirar las estrellas, puesto que allí era muy claramente visibles. Finalmente, llegamos y a pesar de tener una reserva, tuvimos que ir hacia la casa donde vivían los encargados para que nos dieran las llaves y nos llevaran en un vehículo de tracción a las cuatro ruedas a la parte alta de la montaña, donde estaban las cabañas. Entregamos nuestra documentación y cómo ella solo tenía el pasaporte, la chica de la oficina me dijo que yo me había responsable de ella, justo cuando me levantaba y se me caía el pasaporte:
__¡Oh no puedo perderlo, porque entonces ella me mata! —le dije.
La incipiente misantropía que yo arrastraba desde la ciudad, estaba a punto de recibir su primer golpe. En efecto, habíamos olvidado traer mantas, después de pedir ayuda el señor nos prestó una suya. El señor que nos llevó, era muy amable y no estaba nada estresado, de hecho, nuestra ansiedad contrastaba sobremanera con su tranquilidad. Acomodamos todo en la cabaña y el hombre se marchó. Sacamos el vino y comenzamos a beber. Incluso tomamos alguna golosina psicotrópica. Pronto estábamos muy eufóricos y ella me contó sobre su dura infancia, en su Colombia natal, en la que de niña había pasado hambre. Recibí su historia como si fuera la primera historia del mundo, con las agravantes de un padre que la abandonó y una madre que tuvo que seguir adelante con cierto rencor hacia los seres que tanto había querido. De hecho, incluso se insinuó cierta injusta acusación hacia el padre ausente que, sin asumir su responsabilidad, le brindaba todo el cariño que podía a su hija pequeña, lo que despertaba los celos de una pobre madre maltratada. En ese momento, aparecieron por primera vez nuestros vecinos, una idílica pareja de funcionarios, al albur de la vida rupestre, que venían preguntando por un abridor. No teníamos, pero habíamos traído abrefácil. Quizá un poco sorprendidos por nuestra animosidad y simpatía, se marcharon y continuamos bebiendo. Más tarde, vino el problema de las aguas mayores. A Marisa le entraron ganas de ir al baño, pero ante la noche cerrada y su rutilante oscuridad me pidió que la acompañara para hacer sus necesidades. Yo la guie fuera del recorrido de las cabañas, apelando al alto valor histórico y turístico de la zona, hasta que finalmente encontramos un calvero del bosque, donde pudo defecar con la mayor alegría. Luego vino el tema del fuego. La madera estaba mojada y no conseguíamos encender la chimenea. La paranoia que yo traía da de la ciudad. Me hizo creer que nos habíamos echado agua para evitar que provocáramos un incendio. Mi mente iba sanando poco a poco. Nada más lejos de la realidad, Estaba culpando a un inocente debido al estrés que últimamente venía soportando. Pero ahora lo veía claramente: todavía existían las buenas personas. No obstante, todavía no habíamos superado la adversidad, porque de una u otra manera, no teníamos fuego. Necesitábamos a Prometeo. Marisa me preguntó si había comprado pastillas para facilitar la tarea, pero lo había olvidado. Tuvimos que hacerlo buscando ramitas pequeñas. Fue un trabajo muy duro y que requería paciencia, sin embargo, recibimos una gran lección. Todo gracias a la tenacidad de Marisa. La inmediatez es mentira. En el bosque las cosas requieren su tiempo. Es una manera de vivir más lenta y más sana. Una vez que se encendió la hoguera, nos metimos en la cama. Con la misma paciencia y lentitud que se calentó el fuego nos calentamos nosotros y de pronto, Marisa comenzó a gritar:
__¡Ah qué rico! ¡Qué polla más dura!
__¡No importa que nos oigan, estamos en el campo!
__¡Qué rico!
__¡Dame más duro, así, así…!
A la mañana siguiente la cara de situación de nuestros vecinos no requería del uso del lenguaje. Fuimos andando hasta el pueblo y Marisa tuvo una crisis de ansiedad porque le parecía que el pueblo estaba demasiado lejos y tal vez yo no le inspiraba demasiada confianza como guía. Una pequeña crisis provocada por el aislamiento. Esta noche vas a dormir como un Bebé, confía en mí, vamos por buen camino. Cuando finalmente llegamos de vuelta a las cabañas, era de noche y tal como le había dicho, habíamos hecho bien en subir a pie, porque ya era demasiado tarde y no se podía contratar al encargado para que nos subiera en su coche. Donald Trump había ganado las elecciones, pero el fuego calentaba mucho, y a pesar de que yo estaba muy excitado, no sabía si ella todavía desconfiaba de mí, aunque la verdad que era bonito dejarla dormir abrazada a mí como una niña pequeña, una niña pequeña que había hecho recuperar la empatía y que estaba demasiado cansada para beber o para hacer el amor…
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.