Doce menos cuarto de la noche de un invierno cualquiera. Cata, Tere y Maruchi dejan caer sus delgados, pero elegantes cuerpecitos vestidos de seda y raso sobre el chaise longue estilo Luis XIV que adquirieron en la casa de subastas Carlo´s. Sí, sé lo que estáis pensando, pero nada más alejado de la realidad: Carlo´s no es un restaurante italiano del extrarradio en cuyo almacén trasero se subastan muebles robados, sino el nombre del primogénito del gran magnate Florencio Ortega, empresario de día y amante de las antigüedades de noche. Pero volvamos a la Nochevieja del año 1989, perdón, de un año cualquiera.

Las tres hermanas se encuentran frente al televisor esperando la medianoche para completar el ritual que toda señora de bien no puede saltarse. Eso sí, en su casa, las uvas bien peladitas y sin pipas, que no van a estar ellas escupiendo como llamas en mitad de las campanadas o, lo que sería aún peor, tragándose las semillas que sabe dios por dónde salen luego. De esta manera, la empleada del hogar (o “la chica” como dicen ellas) se apura en quitar la piel de las últimas uvas antes de depositarlas en unas pequeñas cestas de mimbre que Cata, Tere y Maruchi sostienen sobre su regazo.

Mira qué gracioso, parecemos mendiguitas esperando tu limosna Rachida – dice Maruchi dirigiéndose a su empleada- venga, dame ya mis uvas que se nos echa el tiempo encima.

Eso, aligera— añade Tere— piensa que, cuanto antes termines antes puedes ponerte a hacer los rezos, esos raros que hacéis en tu país…

Marisa Naranjo ya está cantando los cuartos- dice Cata.

A mí me faltan dos— observa Maruchi.

Rachida deja caer en las cestas las últimas uvas peladas y regresa a su vieja silla de plástico. Cierra los ojos. Muy fuerte, con mucha rabia. Recuerda a su abuela diciéndole “Si quieres que algo suceda, piénsalo con ganas” y así procede la muchacha: que me dejen tranquila, piensa mientras nuestras señoras del barrio de Salamanca se dedican a contar una a una sus frutitas como si fueran tres ardillas haciendo recuento de su botín.

¡Que se ha equivocado! – grita Maruchi

¡Qué dices!— responden al unísono las otras dos

¡Que síííííí! – solloza Maruchi- mirad, ¿no veis la bola subiendo? ¡Eran las campanadas!

¡Ay, Jesús! ¿y ahora qué hacemos? ¡ Mala suerte! ¡ Mala suerte todo el año!

Las hermanas se abalanzan sobre las uvas para engullirlas de un golpe con el fin de que el Espíritu de la navidad o el Cristo del Gran Poder que concede sus deseos, no castiguen su tropiezo. Cata se atraganta, Tere introduce los dedos en la boca de su hermana para sacarle la uva y Maruchi maldice a Marisa Naranjo mientras da vueltas sobre sí misma como un caniche.

Hija, ¡qué disgusto! He visto a San Pedro- dice Cata tras conseguir escupir la uva- hoy ni zambomba ni turrones. Se acabó la fiesta: un licorcito para pasar el susto, y a dormir.

Eso, eso – dice Maruchi cogiendo tres copas y una botella— y nos lo tomamos ya en la habitación, que aquí ya no tenemos nada que hacer.

Las tres se dirigen a su dormitorio mientras Rachida se recuesta en el chaise longue. Sobre sus rodillas, la bandeja de dulces navideños. Observa el rostro abatido de Marisa Naranjo en la televisión y siente ganas de consolar a la presentadora dándole las gracias por haberle regalado un momento de paz después de mucho tiempo. Marisa no lo sabe, pero hoy ha cometido un error fabuloso. No para el resto de ciudadanos enfurecidos, pero sí para Rachida.

Donde algunos ven fallos, otros ven una pequeña obra de arte.

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