Cuando aquel viejo juez chino que nunca había podido ser recusado del Tribunal Constitucional de la nueva dinastía Han, llegó ante las antiguas puertas del Tribunal Supraconstitucional, no lo recibieron con protestas. De hecho, lo primero que hizo fue escuchar un canto infantil, en concreto, se trataba del Poema de los Mil caracteres. A continuación, una joven adolescente ataviada de una túnica transparente, le invitó a pasar. Lo primero que observó fue un enorme cartel luminoso que rezaba: gracias al Gran Maestro por mostrarnos el moísmo, la doctrina del antiguo filósofo chino: Mozi.
―Ni hao, me llamo Bao.
―Pues como seguro que esto es un sueño, pues yo ahora me llamo Edgar Allan Poe. Hola. ¿Dónde estoy? ―preguntó el juez.
―A partir de ahora estás en un lugar cosmopolita. Has llegado a un tribunal guiado por la política del amor universal. Aquí todo se hace por mutuo consenso y siguiendo el sentido común.
En efecto, cuando paseaban hacia un restaurante japonés donde iban a ofrecerle un almuerzo de bienvenida, el juez observó unas oficinas que parecían del futuro, elegantes y perfectamente organizadas. Las calles llenas de cines, teatros y restaurantes colgantes derrochaban alegría. Hasta tal punto que parecía ser un lugar donde todos los ciudadanos se ayudaban los unos a los otros. Incluso el cielo parecía allí ser más azul y más profundo. Ya en la comida, el juez algo fascinado se atrevió a preguntarle:
―Hay una delgada línea entre el usar el sentido común y tomarse la justicia por su mano. ¿Cómo empezó todo esto?
―Precisamente por una detención. Detuvieron a una chica brasileña que estaba acampada cerca aquí, en un camping donde todo el mundo había venido a relajarse y a ser feliz.
―¿Qué había hecho la chica? ―preguntó el juez.
―Bueno, digamos que mostró su enfado por las redes sociales hacia una empleadora que la hizo trabajar sin contrato y luego no le pagó.
―Supongo que había cometido un delito de amenazas.
―Según la ley vigente en vuestro mundo, una ley humana y pensada en torno a la doctrina del Justo Medio de Aristóteles y Confuncio, puede ser. Sin embargo, según las más elevadas leyes del sentido común que guían nuestro excelso Tribunal Supraconstitucional, actuó correctamente. De hecho, gracias a su novio, El Gran Maestro, pudimos comprender que la universalidad debe sustituir a la parcialidad. Es por eso que ya nunca más debemos ser menos inteligentes de lo que realmente somos para formar parte de la sociedad. Es más, podemos crear una nueva sociedad que se amara y respetara a sí misma. En otras palabras, una sociedad más justa que funcionara como una sola pieza.
―¿De dónde sacáis la energía? ―preguntó el juez.
―Tenemos varios reactores que producen ganancia neta de energía. En cuanto a ese tema somos frugales o al menos creemos en la igualdad y la racionalidad. Ningún miembro de nuestra sociedad puede consumir ni tener tres veces más de lo que posee el que menos tiene.
―¿Esto es comunismo?
―No. Respetamos la voluntad de poder. Nuestra sociedad es una meritocracia. Pero todos nos ayudamos a todos.
―¿Qué pasa que estáis todos fumados? ―dijo el juez.
―No. Somos pragmáticos. La droga es una pérdida de tiempo.
―¿Puedo hacerte una pregunta?
―Claro.
―¿Por qué no ha entrado ya el ejército y ha destruido a sangre y fuego este maldito lugar?
―Somos pacifistas. Pero creemos en la guerra defensiva. De hecho, entre nuestros seguidores había varios miles de físicos de diferentes países, y al final hemos conseguido crear nuestro propio armamento nuclear. Ahora mismo estamos sentados bajo un silo atómico.
―Entiendo.
―Acompáñame, quiero enseñarte algo. Aquí todas las mujeres son de todos los hombres y viceversa.
Entonces la chica lo llevó a un lugar discreto, elegante y decorado, donde le esperaban varias mujeres de diferentes países todas muy jóvenes y bellas. De inmediato las jóvenes le quitaron la toga y comenzaron a hacerle el amor. Cuando despertó ya no estaban y enseguida se dio cuenta de que todas las puertas estaban cerradas.
―¿Por qué me habéis encerrado aquí, solo?
―No estás solo. Olvidé mencionarte una última cosa. Nosotros creemos en los espíritus. Esa es la sentencia de nuestro Tribunal Supraconstitucional por el abuso de poder que has mostrado durante tanto tiempo, te hemos condenado a que vivas junto a un espíritu burlón lo que te queda de vida. Te daremos de comer y de beber. Pero su risa inextinguible se meterá en tu cabeza cada vez que dejes la mente en blanco. Te recordará todas las sentencias injustas que has dictado. Su mala conciencia se confundirá con la tuya. No podrás huir de ahí, y el espíritu burlón se meterá cada noche en tus sueños para producirte horribles pesadillas.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.