En otro tiempo se decía que España era una unidad de destino en lo Universal. La definición resultaba tan rimbombante, ridícula y pretenciosa que para poderla aplicar sus defensores necesitaron impulsar una escabechina alabada estos días por el párroco de Los Jerónimos, añorante de aquellos cuarenta años que nos salvaron del caos a golpe de penas de muerte. Pese a los desvaríos del cura ultramontano, por suerte los tiempos han cambiado, aunque no se haya mejorado mucho eso de definir qué es España. Así ahora podemos comprobar cómo la cascada piel de toro ya no es percibida como una “unidad de destino”, sino como una moderna empresa. El encargado de acuñar esta nueva definición ha sido, nada más y nada menos, que Felipe VI quien no sabemos si en coherencia con su planteamiento solicitará una modificación constitucional que convierta su actual cargo de rey en presidente del consejo de administración de esta S.A. llamada España. Felipe VI hizo esta aportación al debate sobre la esencia patria durante la entrega del premio Reino de España al empresario catalán José Ferrer Sala, presidente de honor del Grupo Freixenet. Aunque también hay que reconocer que la idea tampoco sorprende mucho ya que este nuevo Estado-empresa parece la figura más acorde con el vigente modelo de Europa de los mercados intransigentes.
Con todo, el cambio en la concepción del país no deja de ser clarificador del mundo en el que nos encontramos. De hecho, resulta cuanto menos significativo que procediendo de una institución como la monarquía, basada en las herencias de sangre, el apuesto monarca no haya preferido comparar el país con una gran familia. Habría podido así defender una unidad nacional basada en los lazos del amor y la solidaridad, incluso la complicidad, intergeneracional. No en vano, la familia sigue siendo para miles de españoles el verdadero guardián del Estado de Bienestar con el que sobrevivir en estos tiempos de espectacular recuperación económica.
Pero por lo visto, a Felipe VI el único modelo familiar que le resulta aplicable a este país es el de esas sagas empresariales como las de Ferrer Sala. O los Botín. O, como no, los valencianos Roig. Tal vez, esto es así porque estima que este es el lenguaje que mayor simpatía puede despertar en Artur Mas. Sea como sea, lo que parece fuera de duda es suponer que para nuestro virtuoso rey la meta es que España sea como Mercadona, una entrañable empresa familiar donde quepamos todos, aunque en ocasiones la competencia y las condiciones del mercado nos obliguen a tomar medidas difíciles, pero necesarias. De hecho, la misma Casa Real ha enfocado su modernización con criterios empresariales más próximos a la aplicación de un ERE, con la prejubilación de Juan Carlos I y la rescisión de contrato a su hermana Cristina. Y lo ha hecho con tanto éxito aparente que hasta Pablo Iglesias se lo reconocía en un reciente artículo.
Con todo, la tesis empresarial de Felipe VI tiene la virtud de poner las cosas en su sitio y poder entender las cosas en su justa medida, sin demagógicas interpretaciones. Ahora sabemos que, por ejemplo, no hay motivos de preocupación si el último informe de la Caixa nos dice que 840.000 niños españoles vive en un estado crónico de pobreza, ni cuando el Instituto Nacional de Estadística constata que el 29% de la población sufre la amenaza de la exclusión social (el 34,7% si viven en el País Valenciano). Al contrario, deberíamos de felicitarnos al comprobar el éxito con que la nueva corporación España está afrontando los planes de ajuste en los gastos de funcionamiento. La cuenta de resultados no miente y el país remonta el vuelo como nos recuerdan desde el gobierno frente a los ignorantes de turno, por mucho que no faltan los manipuladores que insisten en confundir torticeramente a los españoles intentando presentar lo que es una buena empresa como si de un injusto reino se tratara.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.