Cuando desperté bajo tierra, en la sala de enfermería de aquel extraño y moderno búnker, no recordaba nada de que había pasado anteriormente. Tenía una herida en la cabeza y otra en el brazo. Me levanté con dificultad e intenté buscar a alguien caminando por los pasillos que tenían conectadas las luces de emergencia. Fue en vano. Todo el mundo se había marchado. No había Internet. Solo había salas vacías llenas de ordenadores y pantallas apagadas. Encontré un periódico que hablaba de una guerra comenzada, según decía allí tres años atrás. ¿Qué fecha sería ahora? Hallé una enorme cocina con enormes cantidades de comida enlatada. Desayuné copiosamente. Incluso me tomé un zumo de naranja. Mi búsqueda continuó en torno a una ropa adecuada, puesto que solo tenía una bata de enfermo. En efecto, había decenas de uniformes en la sala destinada al vestuario. También había fusiles de asalto y pistolas de gran calibre. En el puesto de control de la entreplanta me hice con una especie de registro de las entradas y salidas. También había una suerte de diario. Comprobé con horror que casi todos los soldados destinados a ese búnker habían fallecido en combate. Todavía no sabía en qué país estaba, ni mucho menos si se había producido una guerra nuclear. Cogí el ascensor y subí a la superficie. El búnker estaba situado en un calvero del bosque. No se venía nada ni nadie en kilómetros a la redonda. Di un paseo y solo escuché la aterradora presencia de unos lejanos perros de presa. Iba a caer la noche por lo que decidí regresar al búnker. Pasaron varios días sin nada que reseñar, excepto una constante sensación de pesadilla y miedo. Una noche me atreví a salir al exterior y fuera de la valla observé la potente iluminación de los focos de un coche. Me acerqué con sigilo y miré su marca y modelo. Comprobé con terror que ese coche estaba fichado en el cuaderno de bitácora del búnker. Sus ocupantes no solo eran enemigos, se trataba de fanáticos que disfrutaban al matar sus víctimas. Me cerqué con sigilo y comprobé que cuando me vieron se alejaron un poco como si no quieran que yo pudiera ver lo que estaban haciendo. Acto seguido volví sin dilación al búnker. ¿Dónde carajo estaba? ¿Qué maldita fecha era? Al día siguiente apareció un muchacho apenas mayor de edad que decía ser el último superviviente de la dotación del búnker. Se negó a facilitarme la información que yo necesitaba saber apelando a que obedecía órdenes de un líder que pronto volvería y que les haría ganar la gran guerra. Es más, me dijo que se había ido para tomar el control de la carretera. ¿Qué vamos a hacer mientras tanto? Le pregunté. Por toda respuesta el joven me llevó al ascensor y luego a superficie. Dimos un pequeño paseo y encontramos una especie de huerto. Con terror, poco a poco descubrí que no era un huerto sino un cementerio. Tenemos que enterrar aquí a todos los enemigos que podamos hasta que regrese el líder. Sus órdenes eran claras y precisas. Por lo visto, en aquella remota frontera, todo el mundo estaba muriendo y matando por él. Yo me negué a participar de sus planes. De hecho, le dije que ni siquiera sabía si la gente que estaba allí enterrada eran amigos o enemigos. El muchacho tuvo un ataque de histeria e intentó a atacarme. Lo dejé inconsciente y lo llevé de regreso al búnker. A partir de aquel día tuve que tenerlo esposado y encerrado en una celda del búnker. Pasaron los días y una tarde el muchacho tuvo un asomo de arrepentimiento. El líder siempre me dijo que estábamos ganando y si algo salía mal, él intercedería por mí. Sin embargo, ahora no estoy seguro haberme salvado o de que él me ha defendido por todos mis pecados. Nunca se puede obedecer a alguien que está loco. Te garantizo que lo hizo, pero eso no te exime de nada. Le respondí. Aquella misma noche, apareció el líder. Era un hombre bajito pero fuerte. Venía armado hasta los dientes. Pero yo le dije que era mejor luchar con las manos. Aceptó el reto. Yo sabía que era un cobarde y que no quería morir, por eso le ofrecí luchar cuerpo a cuerpo. También sabía que podía ganarle y por eso terminé por esposarlo y encerrarlo al lado del muchacho. Pasaron los días y cuando llegué a comisaría de policía ya estaba casi seguro de que estaba en España en 2024 y que no había ninguna guerra. Lo primero que le dije a la policía era que había sido secuestrado por un grupo de psicópatas paramilitares que había construido un búnker secreto en un remoto calvero del bosque, lo segundo fue que quería escuchar una canción de Imelda May.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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