Las celebraciones de los éxitos deportivos se han convertido, desde hace tiempo, en un mecanismo de exaltación por el que suelen desembocar los afanes identitarios y nacionalistas de las sociedades de todos los países. Como se ha podido comprobar, en el caso español se ha vuelto a desatar la euforia a raíz del triunfo de la selección masculina de fútbol en la Eurocopa del 2024, tal como ocurrió hace algo más de una década con los triunfos en la Eurocopa del 2008 y la del 2012 y, sobre todo, con el triunfo en el Mundial del 2010. Sin embargo, la peculiaridad del momento actual ha tenido también otros significados porque se ha producido en un contexto de auge de lo que se ha llamado la guerra cultural, desatada por las ultraderechas en varios países del mundo, y que en España ha adquirido unos tintes extremadamente reaccionarios. Una de las características de esa guerra cultural promovida por las ultraderechas está asociada al resurgimiento de un nacionalismo identitario, que a su vez arrastra una rémora de revisionismo histórico con trazas tendentes a ensalzar aquellos pasajes del pasado calificados como épicos y, a la vez, a edulcorar o incluso tergiversar aquellos episodios más espinosos y con un contenido menos edificante.

Entre los momentos épicos abundan los ejemplos de enaltecimiento de algunos tiempos considerados «gloriosos» en cualquiera de los países que han tenido un pasado imperial, del que generalmente se enorgullecen. También se suele aprovechar la ocasión para resarcir alguna deuda histórica con algún país rival. Un ejemplo ha sido ese momento grotesco escenificado por algún jugador celebrando el triunfo frente a la selección inglesa al grito de «Gibraltar español». En cambio, las dudas, las tergiversaciones, e incluso los debates taimados sobre cuestiones espinosas, en las que no hay tanto consenso, se perciben en la forma como se ha encarado el tratamiento de los antecedentes coloniales que habría que asociar a los movimientos migratorios generados posteriormente, donde una de las consecuencias es la numerosa presencia de jugadores con orígenes familiares procedentes de África (entre otras muestras de antiguas colonias). El ejemplo paradigmático podría ser la victoria de la selección francesa en los mundiales de 1998 y 2018, contando con una importante colección de jugadores con antecedentes familiares de antiguas colonias africanas, algo que ha sucedido también en esta ocasión con dos jugadores de la selección española y, por ello, se han suscitado algunos debates controvertidos.

Pero, al margen de los aspectos anecdóticos que podrían significar los ejemplos expuestos anteriormente, al socaire de estos acontecimientos deportivos se han generado otras reacciones controvertidas respecto a las cuestiones identitarias y sus consecuencias en un modo de encarar el hecho nacional, que conviene reseñar a la luz de unos mecanismos que los historiadores sociales han calificado como efectos del nacionalismo banal. En esta nota se pretenden hacer algunas reflexiones; primero, presentando una breve síntesis del concepto de nacionalismo banal para tratar de explicar cómo se produce la normalización de la identidad nacional en la vida cotidiana. A continuación, mostrando algunas de las controversias más relevantes sobre la cuestión en el caso español; todo ello, enmarcado en el contexto de la mencionada guerra cultural citada anteriormente. Por último, se muestran unos apuntes del tratamiento que hacen las derechas y las ultraderechas sobre los movimientos migratorios en el contexto de la configuración de la identidad y la nación, por la importancia que tiene la significación del «otro» en el imaginario de la construcción de cualquier comunidad.

I

El concepto de nacionalismo banal o cotidiano, que popularizó el psicólogo social Michael Billig[1], ha sido adoptado y desarrollado por varios historiadores sociales para explicar cómo se sustenta una identidad nacional naturalizada mediante unos mecanismos que se difunden a través de tres ámbitos. Uno es el público, que ejercen generalmente los Estados a través fundamentalmente de la generación de bienes públicos para el bienestar de la ciudadanía, aunque hay que destacar el sistema educativo por su incidencia desde el punto de vista directamente cognitivo. También con el establecimiento de fechas señaladas para celebrar en el calendario, el recuerdo de personajes históricos relevantes (en ocasiones con monumentos incluidos) y, por último, el uso de símbolos nacionales como las banderas.

Hay un segundo ámbito que podemos denominar semipúblico, que se plasma habitualmente a través de los medios de comunicación y otros instrumentos de transmisión cultural como la literatura, el cine o los acontecimientos deportivos. En este ámbito ha habido unos tiempos donde el lugar de las creencias y la religión ha tenido un peso muy relevante, si bien la progresiva tendencia a la laicización de los estados ha ido arrinconando cada vez más estos aspectos a la esfera privada, aunque también sabemos que continuamente han seguido influyendo porque es una cuestión altamente politizada.

Y, finalmente, hay un tercer ámbito de carácter privado, que incluye desde la familia a otros medios de socialización como pueden ser los diferentes modos de asociacionismo, donde se producen transmisiones identitarias que abarcan desde la cultura a la politización, o incluso algún espacio de las creencias anteriormente mencionado. Mientras que en los dos primeros instrumentos se considera al individuo casi como un mero receptor de los mensajes, aunque obviamente siempre le queda la capacidad de adoptarlos directamente, cuestionarlos o incluso negarlos, en el tercero la capacidad de participación de los individuos en la generación de los mensajes es mayor, bien sea particularmente como asociadamente.

De esa forma, se da un proceso de asimilación a través de diferentes hábitos cotidianos, que se pueden adoptar mediante las diversas formas de consumo cultural, donde se incluyen el ocio y el deporte, y así se acaba configurando una identidad nacional consistente en una pertenencia rutinaria. Sin embargo, estas tesis no implican que todo ese proceso tenga que funcionar únicamente de una forma sencilla y mecánica, con unas propuestas consistentes en una circulación vertical de los mensajes elaborados desde arriba hacia abajo, donde desde el Estado y unas élites concretas se le proporciona al individuo una narrativa nacional, por lo general desde el sistema educativo pero, también, como ya se ha mencionado, a través de los medios de comunicación y otras formas generalizadas de consumo cultural popular.

En ese sentido, hay que tener en cuenta la especial relevancia de la esfera privada, que puede incluir desde el ámbito familiar a aquellos entornos cercanos de socialización. En esa esfera privada se reproducen lo que algunos especialistas denominan los procesos de personalización de la nación, donde se generan experiencias que pueden ir desde las lecturas y los debates más o menos formales a la participación en actividades de entidades asociativas. Asimismo, es la esfera donde es más relevante la transmisión de unos valores que también pueden incluir las creencias. A modo de ejemplo, en Catalunya ha sido frecuente encontrar en el tejido asociativo tanto político como cultural un canal de transmisión de la concepción identitaria y los modelos de nación. En ese espacio, el deporte ha sido uno de los referentes, con miles de practicantes en diferentes especialidades federadas que contribuyen a su modo al reconocimiento del país.

Por otro lado, desde hace tiempo ha habido importantes esfuerzos entre los analistas para vislumbrar cómo se generan procesos inversos de abajo hacia arriba, donde los individuos piensan de qué forma se acomodan a esa identidad o incluso la cuestionan parcial o totalmente. En consecuencia, al contrario de lo que piensan los nacionalistas cuando pretenden establecer y difundir un discurso público colectivo único y comúnmente adoptado, no está anticipado que un grupo de potenciales compatriotas imagine su comunidad de una forma análoga, y ni siquiera se puede deducir a priori que lo deseen o lo pretendan[2].

Los acontecimientos deportivos de las pasadas semanas han dado una muestra de cómo se pueden generar amplios sentimientos colectivos derivados de una forma de identidad conforme a lo que se denomina nacionalismo banal, pero a la vez han expuesto nuevamente a la luz unas controversias latentes en la sociedad española. Desde una visión banal las más evidentes serían las diferencias entre el apego, la incomodidad o el rechazo a la bandera, todo ello adobado con la ausencia de un himno alternativo a la marcha real que encima no tiene letra.

Pero hay otras controversias de mayor calado, y entre ellas destacaría la aproximación diferenciada a la memoria histórica democrática y al pasado en general del país, donde además siguen existiendo grandes lagunas de conocimiento e incluso falta de interés en general por parte de la población. Por otro lado, aunque es conocido que ha habido a lo largo de décadas una continuidad en las visiones contradictorias sobre la memoria histórica democrática y la historia en general del país, en los últimos tiempos se han exacerbado las polémicas con motivo de la guerra cultural propulsada por la ultraderecha para avanzar en la adhesión de partidarios a su ideología.

II

Aunque no sean nuevas las controversias mencionadas, en el contexto de la guerra cultural que ya inauguró la derecha hace tiempo y que recientemente ha impulsado con mayor fuerza la ultraderecha, se han producido unas tendencias al atrincheramiento ideológico que no benefician en nada al conocimiento de la historia por parte de la población en general. Las consecuencias han sido muy lamentables respecto a los ataques a las leyes de memoria histórica democrática y todo lo que representan, pero la cuestión ha ido mucho más allá desde la perspectiva de un revisionismo histórico tergiversador y en muchas ocasiones instalado en el negacionismo.

En este contexto, hay dos hitos históricos en la conformación de la identidad nacional que las derechas y las ultraderechas llevan tiempo destacando y que son la mayor fuente de controversia. En primer lugar, está la visión tergiversada que utilizan de forma reiterada sobre las causas de la Guerra Civil española y su correlato de la dictadura franquista, donde se emplean a fondo para tratar de blanquear e incluso negar las atrocidades cometidas. En segundo lugar, encontramos la insistencia continuada por forjar una sublimación del pasado imperial español concebido como una misión civilizatoria.

Después es importante reseñar que, aunque ambas cuestiones tienen un peso muy relevante en la configuración interna de la identidad nacional promovida por esas ideologías, también hay unas vertientes exteriores que conviene señalar. Aunque el tratamiento de la cuestión de la Guerra Civil y la dictadura franquista tiene unas connotaciones primordialmente nacionales, que podríamos considerar para el consumo interno, también se puede ver desde una perspectiva comparada con otros países que han transitado hacia sistemas democráticos desde procesos dictatoriales con un fuerte contenido de violaciones reiteradas de derechos humanos.

A la luz de la progresión de análisis del pasado traducidos en leyes de memoria histórica, que en muchos casos además del reconocimiento incluyen medidas reparadoras, ha sido frecuente comparar la situación española con la de varios países latinoamericanos que han vivido experiencias parecidas, en bastantes ocasiones para intentar avanzar en una línea progresista más justa. Pero, en los últimos tiempos, se está produciendo una regresión perversa con la intención de darle la vuelta a todo el argumentario hasta ahora conocido sobre la realidad de los pasados dictatoriales y de las violaciones de los derechos humanos, y todo ello está sucediendo en medio de un acercamiento entre las ultraderechas de España y América Latina para compartir una visión bastante similar de revisionismo e incluso de negacionismo histórico.

El otro campo elegido para avanzar con una aproximación ideológica entre las ultraderechas de España y de América Latina ha sido la concepción de la conquista y la colonización de América como si se tratara de una misión civilizatoria. Para ello se han recuperado vocablos tan tradicionales y rancios como la hispanidad, con el objetivo de ensalzar un supuesto pasado de hermanamiento; pero, incluso los ideólogos de Vox, reconocen que esa senda tiene poco recorrido y recurren, ahora, a una combinación de rechazo a la globalización y exaltación de esa hispanidad desde un imaginario espacio compartido con los países latinoamericanos, al que llaman la Iberosfera.

Además, en esa guerra cultural hay otra conexión que parte de una ideología ultraliberal y de unos valores reaccionarios compartidos, que se quieren contraponer al progresismo que ha procurado cambios y transformaciones en España y en América Latina. Por ello, es frecuente ver cómo las ultraderechas comparten en ambos lados del Atlántico una aproximación reaccionaria a cuestiones como el derecho al aborto o los derechos LGTBI, por un lado, o el fomento del individualismo junto a una impugnación de un modelo de Estado regulador que suministra bienes de forma universal y/o redistributiva, por otro[3].

III

En España ha habido debates importantes sobre la trascendencia de la identidad y la nacionalización, especialmente entre los historiadores, donde se acababa alcanzando un consenso un tanto pesimista sobre los resultados en el avance de una ciudadanía moderna y comprometida con la participación democrática. Los antecedentes de esa debilidad se señalaban en una especie de fracaso o truncamiento tanto respecto de la modernización económica como de los reducidos avances de la revolución liberal en el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Luego ya vinieron la etapa convulsa de la Guerra Civil y la larga dictadura franquista que truncaron la etapa efímera de la II República, donde se produjo la mayor modernización en cuanto a derechos, libertades y participación democrática que hasta entonces había conocido el país. Aunque posteriormente ha habido importantes cuestionamientos sobre ese consenso pesimista, el peso de este ha seguido siendo muy significativo.

Con estas premisas, el momento de la transición democrática con la progresiva incorporación de nuevos derechos y libertades, el desarrollo de un modelo territorial con importantes dosis de autonomía competencial y autogobierno, e incluso unos primeros esbozos de avance de un Estado del bienestar, inauguró una etapa que algún historiador ha llegado a considerar de renacionalización y pluralidad, sobre todo porque ésta se iba asentando sobre unos nuevos fundamentos de una identidad asumida desde la diversidad y en aras de un patrimonio democrático colectivo, que tenían un mayor consenso social y de ahí se derivaba una convivencia pacífica mayor[4]. A ello siguió la incorporación a la entonces llamada Comunidad Europea, con todo lo que suponía de normalización y homologación respecto a los países de nuestro entorno.

Pero, ese consenso sobre la transición democrática, la modernización económica, y la apertura a Europa y el mundo, no se acabó consolidando de forma continuada porque como todo proceso histórico se generó en un contexto sujeto a variables y a una dialéctica que no tenemos espacio para desarrollar aquí. Tan sólo apuntar, en todo caso, que este proceso estuvo muy marcado por dos dinámicas de alcance internacional: una es la evolución de los ciclos económicos con las profundas transformaciones producidas por la globalización y las sucesivas crisis que hemos conocido; la otra es la evolución de los ciclos políticos y de las ideologías, donde una vez más volvemos a la cuestión actual de la guerra cultural que hemos mencionado ya en tantas ocasiones.

Como dos ejemplos de esa difícil consolidación de un determinado modelo de identidad y nacionalización, basado en el avance de la democracia junto a las mejoras en el bienestar de la población, nos ha quedado, por un lado, la efímera vida en el sistema educativo español de la asignatura de educación para la ciudadanía, que además fue cuestionada por muchos que apelaban a seguir manteniendo la religión como vía de enseñanza de los valores sociales de convivencia. Por otro lado, se ha visto truncada la perspectiva de seguir aspirando a algunas mejoras sociales que se reproducían mediante lo que popularmente se conoce como el ascensor social.

Además, en España ha quedado una lacra por las diferencias sobre el acercamiento al pasado y las herencias recibidas, algunas no deseadas por todos, como la monarquía o un estado centralista unitario, entre otras varias. Y, por ello, hay que hacer algunas consideraciones en torno a la cuestión de la memoria histórica democrática y, sobre todo, respecto de la necesidad del conocimiento de la historia y la reflexión sobre los usos del pasado en la conformación de las identidades nacionales. En el caso español, se ha incidido repetidamente en las deficiencias en el sistema educativo respecto de la enseñanza de la memoria histórica democrática[5], mientras que a la vez hay que resaltar el continuo bombardeo de publicistas e incluso pseudohistoriadores que abundan en las ideologías de la derecha y la ultraderecha, que en el actual contexto de guerra cultural reaccionaria han visto cómo florecían de nuevo sus relatos que hasta hace poco se iban desechando y sólo eran consumidas en núcleos reducidos de la derecha más radical y ultramontana.

Por todo ello, en España no se ha podido resolver convenientemente una aproximación al pasado que se sostenga en un amplio consenso en favor de la convivencia democrática y, además, en los últimos años se ha agudizado la confrontación ideológica a causa de la guerra cultural promovida por la ultraderecha, como ya hemos explicado reiteradamente. La consecuencia es la continuidad de unas importantes discordancias sobre los fundamentos de la identidad nacional, y lo peor es que parece que no se consigue consolidar una alternativa al modelo del nacionalismo reaccionario y centralizador. En consecuencia, como no se logra apuntalar algún tipo de federalismo que preserve una identidad plurinacional, en los últimos tiempos se han reanimado las tendencias independentistas en Euskadi y en Catalunya (preferentemente), donde se ha llegado a producir algún desbordamiento político y social.

Como ya se ha mencionado antes, en el ámbito de la historiografía se ha avanzado mucho en los últimos tiempos, y abundan los estudios sobre la evolución de las identidades y el nacionalismo. Pero lo más importante es que, por lo general, ha predominado cada vez más un interés por el saber y el conocimiento de unas situaciones históricas en el momento y en el contexto concreto en que acontecieron, sin necesidad de sentirse coaccionados por tener que buscar trazas en el pasado que condicionen nuestro presente. Esta perspectiva también ha tenido sus controversias sobre la dicotomía entre memoria y olvido, desde el ángulo de una dialéctica entre el pasado y el presente, donde la aproximación a los acontecimientos históricos sin atender a una necesaria contextualización nos puede llegar a desbordar cayendo en un presentismo que puede acabar en un sinsentido que en ocasiones ha propiciado una cultura de la cancelación.

Todos estos elementos se han debatido ampliamente entre los historiadores de varios países europeos, porque el pasado de violencia y tragedia en el continente ha pesado fuertemente sobre nuestro presente, y la solución más conveniente que han encontrado para promover una convivencia pacífica ha sido proponer leyes de memoria histórica que sitúen claramente los hechos del pasado en el contexto histórico que acontecieron, explicando a quienes afectaron y de qué forma, y asimismo señalando las responsabilidades concretas de cada momento. Por último, también se ha propuesto que en aquellos casos que lo requieran se puedan establecer mecanismos de reconocimiento y reparación[6].

En el caso español, los gobiernos progresistas han promovido en dos ocasiones leyes de la memoria histórica democrática (en 2007 y en 2022), que fueron aceptadas con un consenso de todas las fuerzas políticas al que no se ha incorporado el PP, ni luego Vox. Más recientemente hemos podido comprobar cómo el PP, en colaboración con la ultraderecha de Vox, se ha dedicado a desarrollar en varias comunidades autónomas unas leyes mal llamadas de la concordia, que en muchos aspectos son abiertamente negacionistas respecto a la represión y a las consecuencias de la dictadura franquista.

Por otro lado, al igual que ocurre en otros países europeos, está la cuestión del peso del pasado colonial en la conformación de la identidad y la nación en España. En los últimos tiempos se ha avanzado bastante en el conocimiento de las diferentes etapas de conquista y colonización con todas sus consecuencias, que en el caso español son significativas sobre todo en América a lo largo de varios siglos, pero de forma más reciente también en África, en particular en Marruecos y en Guinea Ecuatorial. También se ha trabajado, de forma reciente, para conocer otros episodios vinculados a la colonización como ha sido el comercio y la explotación de esclavos, que además había generado una fuente muy considerable de acumulación de capitales, así como de poder político, económico y social, del que cada vez más se va reconociendo su influencia en la configuración de las transformaciones vividas tanto en las colonias como en la propia península[7].

Un importante corolario de esa relación colonial han sido los movimientos de población en cantidades significativas, tanto en el pasado como en los tiempos más recientes, que además se han producido en diferentes sentidos de ida y vuelta en función de contextos históricos determinados. Sin embargo, tanto el PP como Vox se han abonado a las teorías del blanqueamiento del pasado y, como ya hemos comentado, sus partidarios conciben tanto la conquista como la colonización de otros territorios como misiones civilizadoras que han contribuido a engrandecer un pasado imperial del que como nación hay que enorgullecerse.

IV

Por último, hay que hacer algunas observaciones sobre la incidencia de los movimientos migratorios en la configuración de la identidad y la nación en España. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la construcción identitaria vinculada al hecho nacional según el modelo de los estados liberales es un elemento que en términos históricos es bastante reciente, con una antigüedad de a lo sumo un par de siglos, y que en todo ese tiempo lo más frecuente ha sido que los gruesos migratorios en España han sido hacia el exterior, mientras que la incidencia de la migración exterior en España en cantidades significativas es de las últimas tres décadas como mucho. Por eso ha sido frecuente considerar que en España los inmigrantes se incorporaban al paisaje de la cotidianidad y de la convivencia con relativa facilidad, y que en general no había un poso xenófobo en la sociedad.

Sin embargo, en los últimos años han confluido varias circunstancias que han hecho aflorar de una forma extremada la combinación de un auge de un nacionalismo identitario junto a un incremento de la resignificación del «otro» en contraposición del «nosotros», dando lugar a un aumento muy considerable de las actitudes xenófobas en relación con los inmigrantes. Una de esas circunstancias ha sido la grave crisis económica y social desencadenada a partir del año 2008, en el contexto de una globalización neoliberal extremada que generó algunos síntomas de colapso. El modo que se empleó para atajar esas crisis encadenadas provocó una precarización del trabajo y otras condiciones de vida de la población, que afectó en mayor medida a los sectores populares, ya que además de formar el grueso de la fuerza laboral son también los principales usuarios de unos servicios públicos que se iban degradando paulatinamente por el descenso del gasto público que los financia.

En ese marco, desde la extrema derecha se empecinan en manifestar que esas amenazas devaluadoras que convierten en más precarias las vidas de los sectores populares proceden de los inmigrantes extranjeros, que ocupan puestos de trabajo y consumen recursos que deberían ser privativos de los ciudadanos autóctonos. Todo ello aderezado de falsas informaciones sobre el colapso de esos servicios por el uso abusivo de los inmigrantes. Por ello, apoyan las políticas migratorias restrictivas en España y en el marco de la Unión Europea, tanto en número de personas como en los derechos que puedan adquirir. Esta fórmula ha sido denominada chovinismo del bienestar, y ha tenido una gran repercusión en varios países europeos donde la extrema derecha la ha divulgado profusamente.

Otra circunstancia relevante para avanzar las propuestas de la guerra cultural que promueven las ultraderechas ha sido la amplia difusión de falsas informaciones y bulos, que han logrado hacerse virales por las facilidades que ofrecen los diferentes instrumentos de las redes sociales. Entre esos bulos han abundado los referentes a los supuestos problemas que conlleva la llegada de inmigrantes, donde se incluyen los ya citados de teóricos colapsos en el uso de los servicios públicos, hasta otras supuestas amenazas que van desde la expansión demográfica que puede hacer peligrar el futuro del equilibrio poblacional entre autóctonos y extranjeros, conocido como la teoría del gran reemplazo, o incluso la amenaza de una extensión del islam a costa del cristianismo.

Es en este contexto que desde la derecha y la ultraderecha se reafirma la identidad nacional española, apelando a un supuesto pasado glorioso donde unos reyes cristianos expulsaron a los moros de la península. Son conocidas las celebraciones frecuentes del líder de Vox, Santiago Abascal, tanto por las efemérides de la toma de Granada por los Reyes Católicos como por la exaltación de Don Pelayo en Covadonga, pero no lo son tanto las referencias a la liberación de España frente al islam, pronunciadas en el año 2004 por el presidente Aznar en una conferencia en la Universidad de Georgetown, donde justificaba así la participación española en la coalición occidental que llevó a cabo la invasión de Irak.

Finalmente, hay una tercera circunstancia, que es la que relaciona a los movimientos migratorios con el aumento de la delincuencia. Y, aunque esté demostrado que no hay datos que sustenten esa afirmación, el discurso de la inseguridad ha calado muy profundamente en todas las sociedades occidentales, generalmente achacándolo al aumento de la inmigración. Ante la sensación de vulnerabilidad e incluso miedo que parece que va creciendo en las sociedades occidentales, las derechas y las ultraderechas no dudan en extender falsas noticias que incrementen esa impresión de inseguridad entre la población.

Por este camino también se abre una puerta al avance de un autoritarismo asentado en un poder fuerte y de amplio alcance, que debería cuidar de los ciudadanos autóctonos, y basado en un discurso de «ley y orden» que puede llegar a tener como consecuencia la aceptación de un poder arbitrario. El resultado puede ser la limitación de la libertad de expresión de las personas, y también de la independencia de los medios de comunicación, a la vez que se difumina la separación de poderes, asistiendo a un intento de control sobre la judicatura. Del mismo modo, se aprecia una tendencia a la búsqueda de mano dura como modelo de seguridad si aumenta la delincuencia, que por lo general se considera que se debe a las acciones de los inmigrantes extranjeros[8].

  1. Michael Billig, Nacionalisme banal, Editorial Afers/PUV Universitat de València, 2006; Nacionalismo banal, Capitán Swing, 2014. ↑
  2. Ferrán Archilés, «Lenguajes de nación. Las «experiencias de nación» y los procesos de nacionalización: propuestas para un debate», Revista Ayer, 90/2013 (2): 91-114. ↑
  3. José Antonio Sanahuja y Camilo López Burián, «Vox, patria y antiglobalismo», en Steven Forti (ed.), Mitos y cuentos de la extrema derecha, Fundación 1º de Mayo y Editorial Catarata, 2023, pp. 82-103. ↑
  4. Xosé Manuel Núñez Seixas, Suspiros de España. El nacionalismo español 1808-2018, ed. Crítica, 2018; José Álvarez Junco, Dioses útiles. Naciones y nacionalismos, Galaxia Gutenberg, 2022; Eduardo Manzano Moreno, España diversa. Claves de una historia plural, Editorial Crítica, 2024. ↑
  5. Enrique Javier Díez Gutiérrez, La asignatura pendiente. La memoria democrática en los libros de texto. Plaza y Valdés editores, 2020. ↑
  6. José Álvarez Junco, Qué hacer con un pasado sucio, Galaxia Gutenberg, 2022. ↑
  7. Martín Rodrigo y Alharilla (ed.), Del olvido a la memoria: la esclavitud en la España contemporánea, Editorial Icaria, 2022. ↑
  8. Anna López Ortega, «La amenaza del otro. Extrema derecha española e inmigración», en Steven Forti (ed.), Mitos y cuentos de la extrema derecha, Fundación 1º de Mayo y Editorial Catarata, 2023, pp. 41-61. ↑

*Fuente original: https://mientrastanto.org/237/notas/futbol-identidades-nacionalismo-banal-y-la-guerra-cultural-de-la-extrema-derecha-en-espana/

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