Hace poco más de una década me tocó entrevistar al coñazo de Artur Mas para un periódico local durante una de sus visitas a Ponent. Con mi compañero fotógrafo llegamos raramente puntuales a la cita, que se había señalado en un pabellón vacío de un pueblo convergente de esos que tanto abundaban por aquel entonces.
Curiosamente, por ahí deambulaba un tipo más o menos de nuestra edad con traje, corbata y unas gafas blancas de pasta bastante horteras, que si me lo hicieran definir en catalán lo haría con los adjetivos galifardeu y xitxarel·lo. Se nos acercó decidido y nos preguntó «veniu a entrevistar a l’Artur?«. Obviamente, éramos los únicos con una cámara de fotos al hombro y libreta y grabadora en mano. Muy avispado el chaval.
Mas todavía no era president y mientras le esperábamos, este cipayo primero trató de empatizar con nosotros al explicarnos que era de no sé que pueblacho de Lleida y luego amagó con realizarnos un mísero interrogatorio para saber por donde irían los tiros de la entrevista. Lo de la empatía no le sirvió de mucho porque mi compañero había nacido en Barcelona y residido en Bruselas durante lustros y a mí eso del territori y la identitat me la trae al pairo. Lo del interrogatorio sobre la entrevista le fue peor porque trabajábamos para un periódico de tendencia republicana y, ciertamente, el chico no inspiraba confianza. No dijimos ni mu. Al final, resultó ser la típica entrevista soporífera de Mas.
El personaje en cuestión no era otro que el opusino Josep Maria Piqué, el jefe de prensa de Artur Mas, un individuo licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra, uno de esos centros privados financiados por la obra. A partir de aquí podríamos escribir parte de su biografía, pero la verdad, me da una pereza terrible (les dejó el enlace de la Wikipedia por si les interesa, ahí leerán que fue denunciado por Reporteros sin Fronteras por ejercer presiones periodísticas). El motivo de este artículo no es otro que dejar constancia que los xitxarel·los fieles a su amo acaban teniendo un hueso que roer.
Esta semana hemos sabido que Piqué, tras dejar de ser jefe de prensa de Mas, tendrá su cuarto alto cargo público. Hasta hace unas semanas era asesor en Proyectos de Comunicación de la consejería de Empresa y Conocimiento (70.000 euros brutos anuales), pero con el nuevo govern fue destituido. Aún no había tenido tiempo de percibir la prestación por desempleo que ha sido recolocado hoy en la consejería de Acción Exterior, como director general de Análisis y Planificación Estratégica (87.000 euros brutos anuales).
Piqué pasó por tres departamentos diferentes la pasada legislatura. En septiembre de 2018, fue nombrado coordinador internacional y relaciones públicas del ejecutivo catalán. Un año después, asumió el cargo de director de comunicación del Departamento de Interior, que entonces encabezaba Miquel Buch. Y cuando Buch fue destituido un año más tarde, en septiembre de 2020, Piqué se incorporó como asesor del conseller Tremosa.
Antes, había trabajado como responsable de la comunicación exterior de la Generalitat durante la presidencia de Puigdemont -al frente del Programa Internacional de Comunicación y Relaciones Públicas Eugeni Xammar (75.000 euros brutos anuales)-, y, como decíamos, jefe de prensa de Mas.
Piqué es el típico trepa siniestro que chupa del bote por operar en la sombra presionando a periodistas o amedrentando a sus iguales. Un ser cerril a las órdenes de la obra que se ha enquistado en la política catalana, convirtiéndola en algo devaluado y oscuro. Tipos como este son los culpables de haber convertido a Cataluña en lo que es hoy, un vertedero de incompetentes.