Clara Valverde Gefaell, escritora sobre biopolítica y resistencia, explica en su último libro cómo el silencio sobre lo sufrido durante la Guerra Civil y el franquismo, no solo no alivia sino que transmite el trauma histórico a través de las generaciones.
“¿Cuántos de nosotros hemos preguntado a nuestros padres sobre lo que les ocurrió a sus propios padres o a sus tíos durante el golpe de Estado del 36, la Guerra Civil y la posguerra y hemos recibido respuestas confusas, reacciones emocionales difíciles de entender o silencios extraños?”. Ante esta pregunta que lanza Clara Valverde Gefaell en su libro Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español, seguramente cabe una sola respuesta: miles y miles. La mayoría de los nietos de quienes vivieron el horror durante más de cuarenta años de franquismo podrá afirmar que poco o nada sabe de lo experimentado entonces por ellos. España es un país todavía atrapado en el silencio.
Al mismo tiempo, sin embargo, cada vez son más los que deciden sacudir el polvo de la memoria individual y colectiva, y ponerse a limpiar a fondo. Clara Valverde, sin duda, una de ellas. A lo largo de veinte años como profesora de enfermería y como formadora de psicólogos y médicos sobre la comunicación con el paciente y la atención a su dinámica familiar, Clara tuvo la oportunidad de escuchar a muchísimas personas – “solo en enfermería he dado clase a 10 mil profesionales”, puntualiza– e indagar en sus historias, emociones y mentes. En el comportamiento de toda esa gente la escritora pudo corroborar las carencias del Estado español en el tratamiento de sus heridas y en lo que define como “la transmisión del trauma transgeneracional” de la violencia política.
La transmisión generacional del trauma y el silencio
“Lo que no se pudo hablar por el miedo, la represión o el desbordamiento psíquico, fue transmitido de nuestros abuelos a nuestros padres y a nosotros de forma no verbal y en gran parte a través del inconsciente”, explica Valverde en su libro. Esa “transmisión generacional” del trauma acarreado por la desaparición de seres queridos, el sufrimiento de torturas, el exilio o la represión durante la dictadura llega a la actualidad en forma de numerosos bloqueos que no permiten un desarrollo sano y pleno de la sociedad. Según los expertos en la transmisión generacional de la violencia política, si una población no elabora los traumas de su pasado, sus efectos nocivos interfieren en el funcionamiento social y político de futuras generaciones. “Estos efectos se pueden constatar en comportamientos grupales e individuales como, entre otros, el miedo a hablar (aún cuando ya no hay represión externa), a denunciar y a cuestionar el poder” manifiesta Vamik Volkan, uno de los estudiosos citados por Valverde.
La propia autora se identifica con esta tercera generación, heredera “de lo reprimido” en el inconsciente de las dos generaciones anteriores, y asume que “como los nietos de cualquier violencia política”, creció “entre emociones sin palabras y palabras sin emociones”. Su padre se enfrentó al franquismo y tuvo que exiliarse en 1967. “Nos fuimos a vivir a Canadá. Con lo cual yo no viví la Transición”, cuenta Valverde. “Mi padre sufrió mucho durante la Guerra Civil pero hablaba poco del tema. Mi madre hablaba más pero anécdotas que eran irrelevantes, o sea, maneras de hablar para no hablar”.
En la historia de Clara Valverde el silencio no intentó solo tapar el dolor de lo ocurrido durante el franquismo sino también el de haber haber sido víctimas del genocidio nazi. “Después de la Guerra Civil, en los años 40, mi madre y su familia se enteraron de que la familia de mi abuelo materno (que era judío austríaco), había muerto en campos de concentración en Austria y Polonia. Este es otro tema que se arrastró entre silencios y emociones raras en mi familia” explica la escritora.
Por qué da tanto miedo a hablar
“¿Cómo vivimos, pensamos y sentimos en una tierra en la que sigue habiendo más de 150 mil desaparecidos, la mayoría enterrados en fosas debajo de nuestros pies?”, se interroga la autora. Las causas de que España sea el segundo país del mundo con más fosas sin abrir después de Camboya son múltiples y quizás inabarcables pero, con todo, hay hechos concretos que ya pueden darnos varias explicaciones. Casi cuarenta años de represión, de prohibición de cualquier manifestación contraria al Régimen bajo amenaza de muerte o cárcel tras el término de la Guerra Civil; la puesta en marcha de una Transición que solo significó un pacto entre poderosos y continuistas y, una vez en democracia, la sanción de una Ley de memoria histórica de ínfimo alcance, son razones de peso más que suficiente para el silencio prolongado de la sociedad española.
Por eso, no es de extrañar que quien se ha atrevido a “desenterrar las palabras”, haya vivido la mayor parte de esas décadas oscuras en el exterior. “El exilio fue muy duro para mi padre pero yo, personalmente, estoy contenta de no haber crecido en la España franquista ni en la de las mentiras de la Transición”, reconoce Clara Valverde. “Aunque para ser libre el viaje más importante es hacia dentro de uno mismo, el haber crecido en un país con libertades que no había (ni hay) aquí y donde la situación de la mujer es otro mundo, me vino muy bien”, explica.
La recuperación de la memoria en España y el resto del mundo
En el Estado español, 75 años después de la Guerra Civil y casi 40 después de la muerte de Franco, el análisis de la transmisión generacional sigue siendo prácticamente desconocido. Mientras que en otros países que sufrieron traumas colectivos– Alemania, Austria, Holanda, Chipre, Argentina, entre muchos otros– las investigaciones en torno al impacto en los descendientes de las víctimas llevan existiendo desde más de medio siglo, en España muy pocos profesionales de la salud mental son conscientes de su relevancia.
“Aunque al leer mi libro hubo mucha gente entusiasmada y emocionada por comenzar a pensar, a indagar y a hacer ese largo viaje de desenterrar las palabras, las instituciones no han mostrado ningún interés. Se mandó información sobre el libro a los que enseñan historia y psicología y otras asignaturas relevantes en las universidades, pero no pareció interesarles. O más bien se pusieron incómodos con el tema. La mayoría de con quienes he hablado han reaccionado con malestar”, admite Clara.
En otros países, en cambio, como los que han sufrido el proceso de colonización, el trabajo sobre la recuperación de la memoria se encuentra en fases mucho más avanzadas. Es el caso, por ejemplo, de Canadá, donde Clara Valverde ha trabajado en los años 80 con el tema del trauma transgeneracional de la violencia política en exiliados, inmigrantes e indígenas. En Norteamérica desde hace más de treinta años que existen iniciativas para la elaboración del trauma posterior a la colonización y son los propios indígenas quienes han impulsado ese trabajo. Ellos combinan sus ceremonias tradicionales con las terapias que conocen de Occidente para la “curación”, que entienden como “reducir el daño de los traumas a través de poner palabras a los sentimientos”, según menciona la autora.
A raíz de la experiencia de estas colectividades, el Gobierno de Canadá también se ha implicado en la reparación histórica a través de una Comisión de Verdad y Reparación que viaja por todo el país “llevando a cabo sesiones públicas en las que todo indígena puede dar testimonio de lo vivido y de los efectos transgeneracionales en su familia y comunidad”, explica Valverde.
En los países en donde se ha realizado un trabajo profundo para la elaboración del trauma histórico se ha podido constatar que la capacidad del pueblo para organizarse políticamente y reclamar sus derechos ha sido mucho mayor. “Un estado de duda generalizado deja a una sociedad más vulnerable ante las posibles manipulaciones de los poderosos y los políticos”, afirma Clara en su libro. Por eso, para que la recuperación de la memoria se active definitivamente en España “es necesario que la gente se conscientice, hable y luche por unas políticas justas sobre el pasado– dice Valverde– Depende de nosotros. No podemos esperar a que lo hagan los políticos”.