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SOUL TIME no se ha querido centrar nunca solamente en la música. En este número nos apetecía profundizar en temas de la cultura afroamericana y en esa estrecha relación que mantuvo Jean Seberg con los Black Panthers para, de paso, hablar un poco de cine y homenajear a alguien tan sensible como ella, que sufrió tanto y luchó tanto por los derechos civiles de la población negra en Estados Unidos. Jean Seberg es un icono mod y también participó en la película clave de la Nouvelle Vague, es decir, del cine contemporáneo: «A bout de souffle».

            Pero, además, fue alguien comprometido en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos ya desde pequeña. Y eso no hace nada más que añadir simpatía por ella entre cada uno de los chicos modernistas que alguna vez han intentado imitar alguno de los gestos de Jean Paul Belmondo en “A bout de soufflé”. O entre las chicas estilistas que han intentado cortarse el pelo como ella. Todo mod alguna vez ha querido ser Belmondo. Toda chica mod ha querido alguna vez vender el Herald Tribune por los Campos Eliseos. O al menos las chicas mod que yo conocí. O, si no, tener la misma camiseta que Jean Seberg y pasearse con los mismos mocasines y la misma sonrisa por el centro de París.

La base de nuestros conocimientos sobre Seberg es la única biografia que hemos encontrado sobre ella y que cuesta tanto de localizar. El periodista norteamericano David Richards publicó en 1981, en la editorial Randon House, una historia sobre Jean Seberg titulada «Played out, The Jean Seberg Story».

            Desde joven, Seberg había simpatizado con la causa negra y había apoyado acciones del Nacional Coloured Afro American People (NCAAP), pero no fue hasta los años sesenta en que se implicó directamente en la lucha, junto a otros actores famosos de Hollywood, como Marlon Brando, por ejemplo.

            La Seberg conoció a varios núcleos de los Panteras Negras y participó en varias campañas de mejora de las condiciones de vida de los ghettos de Los Angeles. Financió a los Panteras Negras con aportaciones entre 1968 y 1969 entregándoles dinero en metálico en visitas nocturnas que los miembros del partido hacían a su mansión de Hollywood para no despertar sospechas.

            Además, estuvo relacionada sentimentalmente con dos destacados miembros del partido negro: Raymond Hewitt, alias «Masai», el ministro de cultura del partido, y con Hakim Jamal, un dirigente más de segunda fila que había trabajado con Malcom X unos años antes.

            El FBI conocía al detalle las relaciones de Seberg con los Black Panthers y decidió atajarlas con una campaña de desprestigio de la actriz. La Agencia filtró noticias falsas en la prensa sobre Jean Seberg, siguiendo las normas de un plan general del FBI, llamado Cointelpro, de contra espionaje interno en Estados Unidos contra todos los movimientos que ponían en duda el sistema por entonces.

            Con Jean Seberg, el FBI utilizó la táctica de filtrar a la prensa de Los Angeles el rumor que ella tenía relaciones con Black Panthers y que, incluso,  el hijo que estaba esperando era de uno de los miembros del Partido de la Pantera Negra y no de su propio marido, el director de cine francés Romain Gary. Seberg estaba casada y ya tenía un hijo previo y aunque lo negó, el mal ya estaba hecho. Acabó perdiendo a esa hija que estaba esperando. Y era blanca, para evitar cualquier duda.

            A partir de ese incidente, se sintió perseguida por el FBI y a Jean Seberg le crecieron paranoias de todo tipo. Este episodio trágico no hizo más que acentar más los problemas psicológicos que ya tenía Jean Seberg desde joven, porque siempre había sido una chica muy sensible. Así, la inseguridad fue creciendo en ella día a día y los directores fueron llamándola cada vez menos para rodar películas importantes.

Un trágico final.

Jean Seberg  murió en circunstancias tan trágicas que preferimos no comentarlas. Sólo explicar que se suicidó en septiembre de 1979, a los 40 años, dentro de un Renault blanco que fue encontrado en la parisina Rue du Général Appert. Dejó una nota de despedida para su hijo.

            Un final demasiado trágico para una chica de origen rural norteamericano, con antepasados suecos, que a los 17 años se convirtió súbitamente en una estrella ya con su primera película. Quizás llegó demasiado rápido a la cima, gracias a la versión del «Juana de Arco» de Otto Preminger. La fama le llegó demasiado pronto y luego ella no supo encajar los golpes de una carrera decreciente, que fue de más a menos.

            A propósito, las dos primeras películas de Jean Seberg las hizo a las órdenes de Otto Preminger: “Juana de Arco” y “Bonjour tristesse” y muchos críticos consideran que “A bout de soufflé” sería una especie de continuación de “Bonjour tristesse”. Bueno, es una teoría como cualquier otra.

Jean Seberg sobre Godard.

Para no quedarnos sólo con lo más oscuro de su vida, es inevitable hablar del momento álgido de su carrera como actriz, aunque no tenga nada que ver con la cultura afroamericana. Seberg participó en el rodaje de «A bout de souffle» con cierto escepticismo porque venía del cine americano, mucho más organizado. La Nouvelle Vague, la Nueva Ola francesa, era algo demasiado nuevo para ella. Rodar con cámaras pequeñas que permitían ángulos imposibles era algo que chocaba con la mentalidad americana de Seberg, que venía de un cine más planificado y menos creativo como el de Hollywood.

            De esta manera, su primera discusión con Godard fue en el primer día de rodaje, el 17 de agosto de 1959. Seberg estuvo a punto de dejar la película casi antes de empezar, porque Godard quería que en el final de la cinta, Patricia, la inolvidable vendedora del «Herald Tribune» de los Champs Elysées, no sólo traicionase a Michel (Jean Paul Belmondo). Godard también quería que Patricia robase a Michel la cartera antes de entregarlo. Tras una discusión, Godard quitó del guión el robo de la cartera, aunque mantuvo que Patricia traicionase a Michel.

            Y es que hablar de guión durante el rodaje «A bout de soufflé» era un decir. Cada mañana, Godard sacaba del bolsillo unas páginas arrugadas y eso era el guión. Y cuando se le acababa el papel para escribir nuevas ideas, el rodaje se daba por acabado ese día.

            Muchas veces las ideas se agotaban y todo el equipo se reunía en un café para discutir las próximas escenas. Un día, Godard suspendió el rodaje para aprovechar el sol matinal y tomar el aperitivo en «Fouquet», una de las mejores terrazas de los Champs Elysées. Sabia decisión de Godard.

            Durante el rodaje, Jean llegó a escribir a una amiga suya que «estoy en medio del rodaje de un film francés muy largo y es una experiencia absolutamente alocada. No hay iluminación, no hay  maquillaje ni sonido. ¡Es tan anti-Hollywood!», le confesaba a su amiga americana.

            Un último detalle para las chicas. La ropa que Jean Seberg lleva en la película era de unos grandes almacenes de París, Prisunic, equivalente francés a los Woolworth ingleses.

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