Con ello José Martí sorprende a la audiencia reunida en los espacios del Club del Comercio de Caracas, quienes quedan gratamente sorprendidos por la elocuencia de sus palabras y la profundidad de su mensaje a los venezolanos; resalta en ellas el reconocimiento a Simón Bolívar y a la nobleza de los herederos de sus glorias; forjadores de la patria: además de Bolívar, Andrés Bello, Madariaga, Mariño, Izquierdo, Miranda; al heroísmo de los venezolanos que lucharon por la independencia de América, a los grandes que participaron en la declaratoria de la independencia del país: Miranda, Roscio, Peña, Domínguez, Yanes; referencias a la grandiosidad de los venezolanos frente a la adversidad del terremoto de 1812; reconocimiento a los venezolanos de 1881, en especial a la mujer venezolana; Martí pone de manifiesto su amor hacia nuestro país, en una clara muestra de su infiita espiritualidad.

Enfatiza el tema de la unidad y la integración latinoamericana y caribeña; manifiesta las primeras impresiones de Venezuela vistas en Puerto Cabello en contraste entre el norte frío de Nueva York y la calidez del trópico, además del calor humano reflejado en Venezuela; destaca la grandeza de América frente a Europa; el tema de la libertad y la soberanía; la naturaleza y la riqueza de la geografía venezolana; el liderazgo del país; dentro del concierto latinoamericano y mundial, por la dignidad de nuestros países, avizorando un futuro lleno de realizaciones y reivindicando el papel ductor que le corresponde a Venezuela dentro del ideario de la libertad, el antiimperialismo, la unidad, la integración de estos países; el compromiso por la libertad de Cuba; introduce el tema indio; la descolonización de América: el papel desarrollado por los indios Caracas, por Terepaima, por Macarao; la cosmogonía indígena en la visión de sembrar de hombres, mujeres e ideas a lo largo y ancho de las tierras venezolanas y americanas al calor de la leyenda de las semillas del moriche y Amalivaca y los hermosos homenajes a los mayas en las obras de Chilam y los mexicas y chichimecas en la figura de Netzahualcóyotl.

Fragmentos del Discurso pronunciado por José Martí en el Club del Comercio de Caracas el 21 de marzo de 1821

«Así, estremecido al recuerdo del día de patriarcal grandeza en que los abrazos de bienvenida sacaron, por las mismas calles, al padre feliz, —de su caballo de batalla, temblando a aquella gloria mis mejillas, como tiembla la superficie de la tierra, movida por el fuego interior de los volcanes—fuime a pagar ante su tumba blanca— como cumplía a aquel ser sereno—mi tributo impaciente…—No sé qué extraño orgullo—ese hermoso orgullo que al hijo alienta por la beldad y glorias de su madre, inflamaba mi pecho en mis paseos: buscaba a quién enseñar tanta hermosura… Me abrió el hogar sus puertas—y hallé—loada sea la ocasión que se me presenta al fin para decirlo— ¡uno de los pueblos más sanos y de los hogares más honrados que he visto en mis peregrinaciones por la tierra!—Y me dije: No vayas adelante, cansado peregrino. Depón tu bordón roto al umbral de este pueblo de hidalgos y de damas; —reposa en estos valles; con agua de estos ríos restaña tus heridas: ayúdales en su trabajo, aflígete con sus dolores; echa a andar por estos cerros a tu pequeñuelo; estrecha la mano de estos hombres, caminante: besa la mano de estas damas, peregrino…

Y vi entonces, desde estos vastos valles, un espectáculo futuro, en que yo quiero o caer, o tomar parte. Vi hervir las fuerzas de la tierra,—y cubrirse como de humeantes delfines, de alegres barcos los bullentes ríos… —y abatirse los bosques sobre la yerba, para dar paso a esa gran conquistadora que gime, vuela y brama;… y verdear las faldas de los montes, no con el verde oscuro de la selva sino con el verde claro de la hacienda próspera;—y sobre la meseta vi erguirse pueblos;… —y en los puertos, como paradas de mariposas, vi aletear, en torno a mástiles delgados, regocijadas numerosísimas banderas;… —y vi, puestos al servicio de los hombres el agua del río, la entraña de la tierra, el fuego del volcán…

Basta, para ser grande, intentar lo grande. Y yo tomo mi cruz humildemente: y la rocío con las amargas lágrimas del desconocido, y ayudaré a este pueblo en sus trabajos… Luché en mi patria, y fui vencido. —Se sabe que al poema de 1810 le falta una estrofa,— y yo, cuando sus verdaderos poetas habían desaparecido, quise escribirla.—No me han arrancado, no me arrancarán la pluma de las manos,—pero la ha vuelto contra mi pecho la fortuna, y se me ha clavado en el corazón, que palpita ¡ay! en este instante mismo acelerado con el recuerdo de aquellos que a compás suyo latieron,—y ya han muerto… Quise hacer en aquel pueblo mío, que en defensa suya y en brazos de la gloria, ha visto caer a hombres de este pueblo, quise hacer una guerra amorosa, para impedir que se hiciera luego una guerra de hambre y de rencores que manchan ¡ay! para muy largo tiempo—lo que engendran.—…

—hay que sembrar de pobladores, como aquel par creador de la hermosísima leyenda del Moriche, sembró de hombres las márgenes desiertas del Orinoco, esas selvas dormidas, que en espera de los labriegos, sus esposos, dejan del amplio seno al suelo agradecido sus robustos frutos:—hay que devolver al concierto humano interrumpido la voz americana, que se heló en hora triste;—en la garganta de Netzahualcóyotl y Chilam: hay que deshelar, con el calor de amor, montañas de hombres; hay que detener, con súbito erguimiento, colosales codicias; hay que extirpar, con mano inquebrantable corruptas raíces… que nosotros tenemos, como ellos los del Arte, los monumentos de la Naturaleza; como ellos catedrales de piedra, nosotros catedrales de verdor; y cúpulas de árboles más vastas que sus cúpulas, y palmeras tan altas como sus torres, y mujeres tan bellas como sus estatuas, y un sol de fuego y un amor de fuego que fecundan y doran y levantan los senos juveniles de la tierra… Cuando huésped de extraño bajel, en que venía asombrado de tanta alma sola y pequeñez vestida de grandeza que en la Rep. del Norte, de donde hice a esta viaje, había observado,—no oía yo hablar más que esas lenguas frías, riscosas e inflexibles; y vi surgir en sonora mañana, aquella costa serena de Puerto. Cabello, con aquel bosquecillo hospitalario, y sus palmas gallardas, y sus limoneros amorosos, que como símbolo de la Naturaleza que los cría, rompían con su ramaje exuberante la tierra que los ciñe…

Si mis ojos inquietos se posaban, en su incesante busca, sobre un cerro, veíame ya, en noche clara, como este admirable día nocturno, veíame ya escalando, como los ágiles Caracas, el áspero Calvario, hoy joya rica, —peña fecundada, como aquella bíblica,—regaladísimo retrete;—e imaginaba que seguía la huella del iracundo Terepaima, y que oía clamar, asaeteado por los magueyes inclementes, a aquel fiero y hercúleo Macarao… Parecíame respirar embriagante aire de batalla, como si todavía no hubieran llegado a sus cuarteles de descanso los jinetes de Bolívar,…»

Fuente: Venezuela y los venezolanos en la obra de José Martí de Wolfgang R. Vicent Vielma, publicado en 2022 por la Fundación Editorial “El perro y la rana”. Puede adquirirse en las Librerías del Sur y descargarse de la web de esta editorial o del portal Rebelión.

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Licenciado en Geografía, Trabajador de la Casa de Nuestra América José Martí, Profesor de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Bolivariana.

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