Premio Cervantes 2008, Juan Marsé (Barcelona 1933) es un novelista español cuyo universo narrativo se ubica en la Barcelona de postguerra. Guinardó, Gràcia, Horta o la Salut son algunos de sus escenarios que así como Macondo, Comala o Yoknapatawpha, ya forman parte de la historia de la literatura mundial. Encerrados con un solo juguete (1960) Últimas tardes con Teresa, (1966) Sí te dicen que caí, (1973) o Rabos de lagartija (2000) entre otras, son algunas de sus novelas impregnadas de un sabor particular y donde Juan Marsé deja lucir también esa ya habitual atmósfera de inolvidables personajes. En esta entrevista cuenta detalles de su vida, así como de su obra de la que según dice…no se siente del todo satisfecho.

Me despido de Juan Marsé en la puerta de su casa, con un efusivo apretón de manos. En su rostro brota una sonrisa, según tengo la impresión, de la alegría de un niño que sigue jugando a las aventis. Tiene el pelo cano. La barba de candado le da un toque bohemio. Ojos vidriosos; gastados por la vida. Jersey verde y pantalón vaquero. Luego de agradecerle haber compartido conmigo su tiempo me acuerdo y abro la cremallera de mi mochila. Saco la primera edición de Un día volveré como si estuviera más bien anunciando mi regreso. Me dedica el libro y me voy. Camino por la calle y escucho la grabación de la entrevista. Temo que debido a una torpeza se me borre el audio que ha adquirido un valor especial. En cuanto llego a casa me pongo a vaciar las voces. Barcelona está despierta. Es jueves. Principios de la primavera. El sol, listo para embriagarse en el cielo y yo con las imágenes de un imborrable encuentro que todavía descansan frescas en mi memoria, el momento preciso cuando  doy con el  portal y me decido a tocar la puerta. Abre él. Empujo. Camino pendiente de los minutos porque me ha citado a las 12 del mediodía y ya es la hora. Subo en ascensor. Se abre la puerta. Miro a la izquierda, luego a la derecha y ahí está frente a mí el escritor de Últimas tardes con Teresa, el autor de Si te dicen que caí. Me presento ante el premio Cervantes 2008. Uno de los escritores españoles más importantes del siglo XX. Me hace pasar. Cierra la puerta y sigue. Su estudio huele a libros. Descansan en las estanterías, entre fotos personales y objetos cargados de pasado ¿Cuántas horas se habrá dejado la piel aquí escribiendo?, me pregunto. Me da la sensación de que prefiere acordonar su lado personal que a veces evita. Juan Marsé es serio pero su seriedad no es la de un intelectual o erudito. La suya es la de alguien que vive inmerso en un permanente esmero que le causa quebraderos de cabeza. Parece una persona frágil y tiene en la mirada algo de picardía que por momentos raya en melancolía. Su habla es pausada. No es de emocionarse efusivamente cuando expone sus ideas. Me siento en una butaca y él en otra. “Es que estoy un poco cansado por la promoción de la biografía”, dice en referencia a Mientras llega la felicidad, (Anagrama) la biografía de Juan Marsé escrita por Josep María Cuenca, que pone un orden necesario en la vida de este magnífico narrador.

Juan Marsé
Juan Marsé en la playa de Calafell, 1978. Crédito: Álbum / Jordi Socias

Entrevista a Juan Marsé

Más de 700 páginas que abarcan toda su vida. Es mucho trabajo, claro.

Sí;  el autor se ha dedicado siete años a investigar. Ha sido un trabajo  bastante pesado, la verdad.

Abro las páginas de su vida y me voy a 1973, septiembre cuando usted viaja a México a recibir el premio de la crítica por Si te dicen que caí ¿Ahí conoció a Juan Rulfo?

Sí. Lo conocí en ese viaje. Hablaba poco. En México un periodista amigo suyo me invitó a cenar con él en su casa. “Juan te quiere conocer”, me dijo. Yo había leído Pedro Páramo y El llano en llamas. Para mí Rulfo era el mejor en aquel entonces. Grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que llevaba un ejemplar de Últimas tardes con Teresa. Me pidió que se lo dedicara. En ese momento lamenté no tener un ejemplar de Pedro Páramo, pero es que fui a México sin pensar que podía conocerle. Después nos volvimos a ver aquí, en un congreso en  Las Palmas de Gran Canaria y luego también en Barcelona.

Usted es un escritor reconocido, ha recibido numerosos premios, entre ellos el Cervantes, sin embargo la vida literaria nunca le interesó…

Pero es que nunca he sabido muy bien en qué consiste la vida literaria. Me interesa la literatura. Tengo amigos escritores de aquí de Barcelona, poetas que viven en Madrid, en Granada. Tengo mis relaciones, pero lo que se entiende como vida literaria no me interesa en absoluto.

Cuando estaba en Ceuta haciendo el servicio militar y redactó el manuscrito de Encerrados con un solo juguete, aunque ya tenía usted una vocación afinada, la comunicación que mantuvo con Paulina Crusat, aquella amiga de su madre fue determinante…

Ella me abrió paso, en una temporada en la que yo andaba muy despistado, me orientó respecto a lecturas. Me recomendó a Josep Janés un editor catalán que poco después murió en un accidente de automóvil; por otra parte, en aquel entonces yo no tenía ninguna novela terminada, pero si no hubiera muerto aquel editor probablemente la primera novela que escribí la  hubiera entregado a su editorial. También me proporcionó el conocimiento del poeta catalán Salvador Espriu pero tampoco me sirvió para gran cosa. Paulina Crusat  me transmitió mucho ánimo, pero sobre todo me orientó en el trabajo de la escritura.

Ella decía que en los autores con talento hay una tendencia  a cierto tipo de pereza ¿Eso le pasaba a usted?

Por la confianza…Bueno yo no era consciente de ello  pero sí que era bastante perezoso. Todavía lo soy.

 En Caligrafía de los sueños hay una frase que duele: “la vida es de los jóvenes”.

Se la oí decir a un viejo. Esa es una frase propia de los viejos, de los ancianos. Pero es verdad.

¿Le marcó mucho aquello que escribió Ezra Pound? “El esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor”.

Sí, en eso creo. Es la única convicción moral.

Hay un poema de su amigo Jaime Gil de Biedma donde dice: “me odio a mí mismo porque tengo que envejecer, tengo que morir”, como si detestara el paso del tiempo.

El paso del tiempo, como decía Borges, es un agravio. Era uno de los temas de la poesía de Jaime Gil de Biedma. Lo lógico es detestarlo porque el paso del tiempo te va destruyendo.

En sus años de juventud cuando empieza a vincularse con Carlos Barral y todo su equipo, claro, se le abrió un mundo nuevo  a usted.

Por entonces yo no conocía ningún tipo de escritor. Y  en el terreno del mundo editorial tampoco conocía a nadie. Vivía al margen del mundo profesional literario. El primer original que escribí lo cogí y lo llevé a Seix Barral porque intuí que esa era la editorial del futuro, era progresista, lo deduje por la prensa y por revistas literarias donde aparecía Carlos rodeado de su equipo que en aquel momento hicieron grande la editorial: Joan Petit, Jaime Salinas, J.M. Castellet, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, José María Valverde; me parecía un equipo joven y diferente de lo que había entonces en Planeta o Destino.

Ya entonces quería abandonar el trabajo de la joyería con la esperanza de vivir de la escritura…

Tardé bastante en dejar el trabajo de la joyería. Pero cuando me fui a París tuve que dejarlo forzosamente. Primero pedí una excedencia pues pensaba vivir en París solo unos meses. Pero cuando decidí quedarme un par de años rompí la relación con aquel taller de joyería donde había trabajado desde los 13 años. Ahí en París trabajé en el instituto Pasteur, luego empecé a traducir guiones de cine para coproducciones de España y Francia, había que traducirlos del francés al español pues intervenían actores españoles que no sabían francés y tenían que pasarles el guion en español. Eso me lo pagaban muy bien.

¿Es verdad que le detuvieron en París?

Detenerme no; me registraron la noche de las Ratonnades, cuando aparecieron cadáveres de argelinos en el Sena; hubo una represión tremenda. Yo iba esa noche a cenar a casa de Roberto Bodegas, un español que llevaba años viviendo en París y que era ayudante de dirección  en cine. Traía conmigo una cartera con cosas. Me había comprado una pastilla de jabón y me pararon los gendarmes que andaban por la calle. Paraban a todo dios en aquella época. Les parecí sospechoso. Y me registraron el bolso. La cartera. Sacaron la pastilla de jabón y con una navaja uno de ellos la partió completamente, porque pensaba que podía contener algún explosivo o cosa parecida. Lo cierto es que me la jodió, luego me dijeron que circulara.

Dos años más tarde regresa a Barcelona

Sí y pensé en ganarme la vida trampeando con traducciones del francés,  traduje incluso del italiano que también lo aprendí en París, lo que pasa es que pagaban tan mal las traducciones que ni siquiera haciéndolo bien resultaba rentable. Así que tuve que buscar trabajo en una agencia de publicidad como redactor, después estuve trabajando como jefe de redacción de la revista Por favor, en la revista Bocaccio…

Cosas que a usted no le gustaban…

Trabajaba media jornada, el resto de la jornada escribía hasta que años después recién pude vivir de la literatura.

Ahora que han pasado unos cuantos años ¿ha conseguido lo que se propuso con la escritura?

La distancia que media entre lo que uno se propuso y lo que ha conseguido siempre existe, en relación a la obra, no con el éxito personal, yo sé la distancia que hay y es considerable. No estoy satisfecho del todo.

¿Le hubiera gustado alcanzar el nivel de William Faulkner?

El nivel que merece la obra. ¡Es que con Faulkner no me puedo comparar! ¡Sería absurdo! Uno procura hacerlo lo mejor que puede.

Con autocrítica…

Sí, claro pero todo eso existe durante el trabajo, una vez doy por terminado el libro, y sé que no lo voy a mejorar… lo dejo ya.

Cambiando de tema ¿La España de ahora se parece en algo a la España que usted vivió de niño?

Ahora hay problemas pero yo crecí en una dictadura y esto es una democracia “defectuosa”. Y es hablar una y otra vez de lo de siempre, que es el mal gobierno de políticos mediocres que España ha tenido y sigue teniendo.

Y aun cuando su postura política no es independentista ¿nunca se le pasó por la cabeza la posibilidad de que una Catalunya independiente sería mejor?

No creo en eso. No soy independentista.

¿Por qué?

Por una razón muy sencilla: la incompetencia de los políticos afecta a los de Madrid y a los de aquí. Si me van a  joder los políticos me da igual que me jodan los de Madrid que los de Catalunya.

Qué percibe respecto a eso en la vida cotidiana ¿ha notado que han   cambiado las opiniones?

Hay gente que se deja enredar, se deja convencer. Creen que si nos desligamos de España efectivamente todo iría mejor. Todos los que se manifiestan en la Diada lo creen.  Aunque en un referéndum del Sí o del No, dudo que los independentistas alcancen mayoría.

Ahora vivimos una permanente avalancha de obras literarias que aparecen por todas partes…

Es curioso que se publique tanto en un país donde la gente apenas lee. Son tiradas muy pequeñas pero eso quién lo controla

¿Usted renunció al jurado del premio Planeta porque le indignaba la baja calidad de las obras galardonadas?

La calidad es la que hay. Yo dimití por cómo se organizaba la concesión del premio, las deliberaciones, la información que recibía, etc. No me gustó. Por eso dimití. La baja calidad está en todos los premios, no solo en el Planeta. Porque es lógico: no se pueden producir maravillosas novelas para todos los premios que se dan en España ¡Eso es imposible!

¿Y la baja calidad a qué se debe? ¿Al deseo de buscar un éxito inmediato?

Yo no puedo hablar en nombre de los demás. Yo conozco mi trabajo. La exigencia y el rigor en el trabajo hay quien lo tiene y quien no lo tiene.  Incluso teniéndolo tampoco es garantía de que escribas una novela digna. Hay cantidad de cosas que se publican como lo que suele llamarse Best Seller  que a mí no me interesa pero al parecer tiene también su público. La lista que normalmente aparece en la prensa de los libros más leídos no coincide casi nunca con mis gustos. La literatura se reduce a una cuestión de limitaciones y  de gustos, donde se incluye también el mal gusto. En la medida que a mí me gusta mucho Charles Dickens pues a otro le gustará James Joyce.

Dos versiones diferentes de la literatura…

Aunque los dos de calidad, hay que decirlo. A Dickens más que hacer virguerías con el lenguaje le interesaba contar una buena historia,conmover al lector cuando lo precisara. Grandes Esperanzas, no tiene una pretensión lingüística pero técnicamente es perfecta. En cambio Ulises es un grandísimo libro de un altísimo valor lingüístico y poético. Ambos libros persiguen objetivos distintos pero han sido escritos por grandes novelistas.

¿Usted celebra Sant Jordi?

Ya no me divierte tanto como antes.  Me piden que vaya a firmar libros pero no voy. Ya me cansé de eso. Es una fiesta del libro y de la rosa que está bien. Pero por mi parte, cuando quiero un libro no espero al día de Sant Jordi.

Si tuviera que definir mediante un sentimiento la existencia del ser humano…

Uy, uy, uy…No tengo ni idea. Eso es para los filósofos…

¿Pero qué le ha enseñado la vida señor Juan Marsé?

No he aprendido gran cosa de la vida, me temo. Sigo aprendiendo. En relación con el trabajo me he vuelto muchísimo más exigente. Más desconfiado. Voy más a lo esencial. Procuro evitar todo lo superfluo. Reviso y corrijo más. En términos generales me gusta considerar que sigo en el aprendizaje de la escritura. Todo lo que puedo haber aprendido en el transcurso de la escritura de una novela cuando la termino y empiezo la próxima, las soluciones que había encontrado en aquel momento para el libro no me sirven para el siguiente. Es como si en cada libro tuviera que empezar de nuevo.

Dada la constante insatisfacción que le supone es difícil explicar el proceso de su trabajo…

Sí. De hecho nunca me ha gustado hablar de la faena. O manejar teorías. Muchos escritores son propensos a eso.  Hay algo subterráneo y misterioso en el trabajo de la escritura, empezando por la vocación.

¿Oiga y la escalivada tiene algún misterio?

(Risas) Es una broma. No tiene ningún secreto. Pero era el plato favorito de mi padre y  de mis abuelos.

A continuación Juan Marsé me explica cómo le gusta a él preparar la escalivada, lo que me da pie a preguntarle si acaso le entretiene meterse a la otra cocina, porque de la cocina de sus palabras a todos nos consta lo que sabe hacer.  

Sé preparar un par de cosas. Entre ellas la escalivada. Pero no me considero experto en cocina. En este caso tampoco me puedo comparar.

¿Por quién lo dice?

Por mi amigo Manolo Vázquez Montalbán. Él sí que preparaba unas paellas fantásticas.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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