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Sinopsis: Al terminar sus clases, el profesor es cuestionado por su esposa, recelosa del proyecto académico que está tramando: una «academia de las musas» que, inspirada en referentes clásicos, debería servir para regenerar el mundo a través del compromiso con la poesía. El controvertido propósito desencadena una ronda de escenas en torno a la palabra y el deseo.

La última película de JL Guerín es una maravilla, o mejor dicho, un milagro, y esto se debe a que es una película que se construye a partir del encuentro fortuito entre un personaje que ama la poesía y otro que ama el cine. De este encuentro azaroso pero sin duda buscado, resulta un nuevo trabajo de Guerín que logra aunar las tendencias formales de su último cine con la búsqueda de una poética de lo bello que forma parte de la impronta de sus películas.

En ese encuentro con lo bello el espectador recoge y participa de un mundo donde la palabra expande un mundo de sensaciones y sentires, donde poesía y literatura son capaces de configurar nuestra sensibilidad y saber y donde aquello romántico-sexual-amoroso que acompaña la narrativa del cine (una pistola y una mujer, según el acervo clásico) nos permite vivir una experiencia cinematográfica de primer orden.

La academia de las musasse acerca en este sentido a ese cine, que con base en la mitología griega y el teatro clásico, es capaz de sugerir un abanico de las emociones que nos gobiernan y nos con-mueven, aunque en esta película no hay teatro, sino relato sobre el teatro y sobre la etimología de las emociones.

La película se construye a partir de las clases de un profesor de filología que relata y analiza el sentir de los clásicos sobre las emociones que forman la base de nuestra cultura, y ese relato didáctico de la poesía toma paulatinamente cuerpo en la ficción que construye Guerín, donde los protagonistas de la historia son a su vez vividos por la emoción y el deseo. En este juego de distintos narradores –el profesor y el director de la película– el espectador asiste tanto a las clases del profesor, reflexionando, interiorizando la belleza de esos textos, a la vez que somos capaces de transitar las vivencias de los actores que crean el film. En este juego de reflexiones y sentires Guerín está mucho más cerca esta vez del último Woody Allen que de la “novelle vague francesa”, y eso, desde mi punto de vista se agradece. Si en otras películas Guerín intentaba plasmar su espíritu romántico a la manera del cinéfilo adolescente que ama a las mujeres a la manera del parisino de los años 60, en La academia de las musas encuentra en el discurso del profesor y en el clasicismo, una nueva mirada que amplía el abanico y la profundidad del deseo en los personajes que describe y que habitan su cine.

El autor como productor.

Debemos además entender esta película de Guerín como la consecución de una búsqueda en una manera de hacer cine hoy día, y donde la apuesta por la austeridad, por la creación de un cine fuera de la industria y de sus métodos, es de una radicalidad absoluta. Radicalidad no quiere decir en este caso experimentación desenfrenada, todo lo contrario, se trata de una de las películas con más amor por lo clásico que podemos ver hoy día en cartelera. Por lo clásico en la construcción de una narrativa cinematográfica y por el clasicismo como base cultural, amor por la lectura y por lo que esta es capaz de gestar en cuanto a un imaginario sensible.

Radical en que la película reconoce sus estrecheces de producción y necesita entonces buscar una forma que le sea propia, que sirva para vehicular la historia que nos quiere contar. Aparecen en pantalla así, inter-títulos a la manera del cine mudo, fotogramas en negro que cortan un diálogo, saltos en el tiempo, efectos todos que no disturban el relato, sino que se hacen necesarios y que dan una idea de producto amateur que le va muy bien a la película.

Son detalles y maneras del cine que podemos observar desde que el cine digital ha permitido grabar a bajos costes, son formas que vemos continuamente en el documental. Lo interesante en Guerín es que con estos medios y una forma propia del documental construye una ficción que es capaz de llevar aquello que se encuentra en la calle (en este caso en la universidad), a la dimensión del teatro fílmico.

Radical también en el sentido que Guerín y su pequeño equipo asumen la producción, post-producción y distribución de su película, saliendo del camino de las corporaciones y el entramado industrial, para entrar en el complejo y agraciado mundo de la auto-gestión.

En este sentido es que la posición del “autor como productor “adquiere su máxima responsabilidad, asumiendo su forma, sus posibilidades, su manera de negarse a trabajar en aquello que la industria considera como cine, pero que sin duda cierra puertas a todo un universo de gente de cine dispuesta a mostrar y hacer vivir. En ese sentido Guerín se posiciona y lo hace francamente bien.

Estreno: 1 de enero de 2016

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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