El drama que han protagonizado los dirigentes del PSOE en la esperpéntica jornada de octubre está siendo analizado simplonamente por los expertos habituales. Cierto que en España los dramas –no las tragedias- políticos se dirimen con una burda inmadurez rayana en la estupidez.

Sería bueno recordar la conspiración del llamado “tamayazo” que nos sometió a los ciudadanos de Madrid 25 años a la férula de los gobiernos del PP. Y la operación contra Josep Borrell, ya hundida en el olvido, que fue el primero –y no Sánchez- de los secretarios generales del PSOE elegido en primarias y a quien los que realmente gobiernan el partido, Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana, entre otros, arruinaron su carrera para que no llevara al partido hacia una posición tímidamente socialdemócrata. Tampoco aquella operación de acoso y derribo sirvió. Joaquín Almunia perdió las elecciones y la secretaría.

Lo que nadie dice es que el PSOE está sufriendo la debacle esperada, y organizada, desde hace años, por las fuerzas del capital. Solamente Alberto Garzón ha nombrado a las oligarquías que se concitaron para arrebatarle el poder a Pedro Sánchez.

Porque es imprescindible recordar que esta ofensiva comienza el 9 de noviembre de 1989 cuando se produce la demolición del Muro de Berlín. Ciertamente el Capital, con todos sus recursos: desde las guerras que organizó a los países que intentaron experiencias socialistas después de la II Guerra Mundial –Cuba, Corea, Palestina, Congo, Angola, Mozambique, Ghana, Guinea Bissau, Vietnam, Nicaragua, Indonesia, Afganistán- a la Guerra Fría contra la URSS: desde el sabotaje interno a los bloqueos económicos, diplomáticos, culturales, deportivos, publicitarios, a la competición armamentística y espacial, llevaba 70 años intentando derrotar al socialismo.

Lo importante para el momento actual es poner de relieve que desde la derrota de la Unión Soviética la socialdemocracia no ha salido adelante. En esa derrota, en el acoso y derribo del comunismo, colaboraron muy activamente los Partidos Socialistas de todo el mundo, comenzando por la socialdemocracia alemana, que ilegalizó el Partido Comunista en la Alemania Federal en 1956 y que hubo de reconstituirse en 1968, ante la negativa del gobierno de legalizarlo.

En España el PSOE invirtió muchas de sus energías, hombres preparados, dinero, publicidad y hostigamiento de las bases comunistas a desprestigiar, ridiculizar y perseguir al Partido Comunista. Los errores que este cometió serían motivo de otro análisis. No se puede olvidar la consigna del ínclito Alfonso Guerra cuando afirmó que “a la izquierda del PSOE no había nada”, enviando a las tinieblas exteriores a los partidos comunistas de España. En esta ofensiva el PSOE encontró como aliados fieles a la socialdemocracia alemana, al Departamento de Estado de EEUU, a la OTAN y al Mercado Común, a la Iglesia Católica y a Alianza Popular.

Lo que no entraba en los cálculos de la socialdemocracia internacional era que aquella guerra desatada contra los comunistas seguiría contra ellos. Cuando vencieron al mundo soviético creyeron que los triunfadores eran los partidos socialistas. Sin rivales en la gobernabilidad del mundo, la socialdemocracia se erigiría en la única opción política para los trabajadores y para las clases medias –esas que habían construido los fascismos aliados del capital- y a las que todos ahora adoran.

Pues bien, desmontado el muro de Berlín y destruida la Unión Soviética, la socialdemocracia comienza a perder la hegemonía que tenía en los países en que se había hecho indispensable. Suecia pasa del 45% del voto en 1985 al 30,7% en 2010, y hoy tiene que gobernar en minoría con la alianza de los verdes. En Finlandia, pretendido modelo para los españoles, gobierna una coalición de centristas y el partido nacionalista antiemigración. En Dinamarca los xenófobos han conseguido que se organice una decidida ofensiva contra la emigración, en Noruega se ha hecho con el poder la derecha, en Alemania Ángela Merkel, imbatible, gobierna en coalición con los socialdemócratas que sirven de comparsas a la democraciacristiana. En Italia no solo el PCI se suicida, el partido de Betino Craxi se disuelve y su dirigente ha de huir a Túnez para no morir en la cárcel. En Grecia el PASOC, después de haber sido partido gobernante, hoy asoma la nariz en el Parlamento con seis diputados. En Francia, En 2002 Lionel Jospin pierde la oportunidad de enfrentarse a Chirac porque el Frente Nacional le ha arrebatado el puesto y temblequeante está ahora Hollande ante las próximas elecciones. Y en el Reino Unido Cameron gobenó desde 2010 a 2016, en 2015 obtuvo la mayoría absoluta, con el resultado de que los xenófobos ganaron el referéndum para salir de la Unión Europea, y ahora la líder conservadora va a hacer realidad el Brexit.

La corrupción asola los partidos socialdemócratas: Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, acaba en la cárcel, y los Adecos, su partido, se convierten en irrelevantes. La transición a la democracia en Chile la pilota Ricardo Lagos, representante de la oligarquía y cuando Michelle Bachelet fue presidenta de Concertación de Partidos por la Democracia para las elecciones presidenciales de 2005, ya no quedaba nada del proyecto socialista. Ni en la actualidad, diez años más tarde, como dan testimonio las sublevaciones de los estudiantes y de los médicos, y las mujeres perseguidas por practicar abortos.

La ofensiva contra los partidos socialdemócratas orquestada, financiada y realizada por las oligarquías del mundo, es sin cuartel. O sus dirigentes olvidan sus veleidades de aportar un poco de bienestar a sus ciudadanos –y tan poco- en esos misérrimos repartos de la caridad organizada por el Estado, o solo les espera la derrota y la humillación. La ofensiva en América Latina la estamos observando: Dilma Russef, cuya caza ha sido sin piedad, ante la satisfacción de los grandes poderes económicos, que han recibido de la misma manera a Temer. Y Perú y su recién elegido presidente al que llaman el yanqui, representante del capital estadounidense. La lista de las víctimas de esta guerra haría larguísimo este artículo.

Y ya llegaron a por los socialistas españoles. Desde la humillación sufrida por Rodríguez Zapatero, documentada en la carta que le envió la propia Merkel, en 2011, para que modificara el artículo 135 de la Constitución y pagáramos a los bancos antes que a los médicos, los profesores y los discapacitados, el PSOE estaba herido sin cura. Ni el siniestro Rubalcaba ni este guapo y más afable Sánchez iban a ser bien recibidos.

Quien crea que esta es una crisis pasajera es un ingenuo. Este es final de los socialistas triunfadores. Bueno sería que la población se ilustrara un poco más y leyera a Naomi Klein y su Doctrina del Shock, un relato de los horrores que idea y perpetra el Capital contra los trabajadores y los pueblos en todo el mundo.

Yo también lo escribí en 1994 en Trabajadores del Mundo, ¡rendíos! Pero nadie me hizo caso. Ni aún siquiera aquellos trabajadores a los que iba dirigida mi advertencia. Y así les va.

Política y escritora. Presidenta del Partido Feminista de España.

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