La pregunta ¿quién soy? refleja que en algún momento de nuestro desarrollo perdimos el contacto con nuestra vivencia de que somos quienes somos y dejamos de sentir la conexión interna con nuestro mundo experiencial de sensaciones, emociones, anhelos, fantasías e ilusiones para, quizás, perdernos en el de algún otro.

¿Quién soy? De la disociación a la integración trata de la disociación como mecanismo de desconexión de aspectos más o menos masivos de nuestra experiencia. Todos conocemos una disociación cotidiana en la que nuestra mente puede estar en lugares diferentes de los que está nuestro cuerpo, pero cuando hemos tenido historias crónicamente traumáticas (por negligencia, malos tratos, abandono, falta de conexión humana…) nuestra vida interna puede fragmentarse y ser experimentada como diferentes estados de nuestro yo.

En esta obra se ofrecen modelos descriptivos para entender cómo nos hemos construido en los entornos de supervivencia y cómo se organiza nuestro sistema interno en una especie de comunidad habitada por distintos aspectos de nuestro yo. Asimismo, se exponen capítulos en los que puede entenderse las metodologías de trabajo con análisis de casos prácticos para promover la integración y armonización de la vida interna, ilustrando el camino de vuelta a casa de nuestro Ser.

¿Qué es la disociación? ¿Es un trastorno común?

P.B.: Es una capacidad que todos tenemos de desconectarnos de nuestro cuerpo y del momento presente. Mientras que leves disociaciones forman parte de nuestra vida cotidiana, como, por ejemplo, estar absorto en la lectura de un libro, las disociaciones agudas y crónicas suelen ser consecuencias de un trauma sufrido.

M.S.: La disociación implica separar o fragmentar también aspectos somatosensoriales de nuestra experiencia: podemos separarnos de las emociones (lloro, pero no sé por qué), desconectarnos de las sensaciones físicas, e incluso de conductas que no sentimos como propias. Hemos creado una cultura disociada, en realidad, pero como todos vivimos en ella hemos normalizado muchos mecanismos que en una vida natural no lo serían; la medicina es un ejemplo, desde los tiempos de Descartes se separó la mente del cuerpo.

¿Cómo se elabora la topografía del yo y para qué sirve?

P.B.: Tenemos el hábito de vernos como ‘una persona’, cuando la realidad es que tenemos un número de subpersonalidades que según qué momento toman el volante y determinan nuestro sentir, pensar y actuar.

M.S.: Es como un mapa que nos muestra el camino en el campo terapéutico. La topografía es un modelo descriptivo de cómo organizamos los mecanismos de autorregulación que evitan al otro (mecanismos de defensa) y propone un enfoque relacional para intervenir en ellos y ayudar a restaurar tanto la conexión con el mundo interno herido como la conexión social.

P.B.: Entender nuestra estructura interna y cómo se organiza o puede volverse disfuncional es muy útil para saber cómo cuidarnos y relacionarnos de forma compasiva con nuestras partes internas, especialmente con las que más nos cuestan.

¿Qué relación tiene la disociación con el trauma y con el miedo?

M.S.: Es un recurso de supervivencia que nos ayudó a seguir adelante cuando experimentamos un dolor desbordante y no había nadie como apoyo.

P.B.: Una experiencia traumática se da en una situación de peligro de la cual no hay escapatoria. Nuestra capacidad de disociarnos nos ayuda a sobrevivir, en el sentido de “mi cuerpo está expuesto al peligro, pero yo ya no estoy o no lo siento…”. Estas experiencias se evitan y se disocian después, ya que evocan unas sensaciones de estar con miedo, indefenso, paralizado, etc.

M.S.: En otras palabras, como decía Janet, cuando el cuerpo no puede escapar la mente busca cómo no estar. El problema es que luego se convierte en un mecanismo o hábito de manejo de nuestras emociones, dejándolas apartadas de nuestro funcionamiento consciente e impidiendo la integración y metabolización.

¿Y con la infancia y la paternidad?

M.S.: Podemos decir que el niño es una criatura subcortical, es decir, no viene con las habilidades de calmar su mundo interno, necesita que sus cuidadores primarios hagan esta tarea por él, le calmen y ayuden a recuperar el bienestar y la homeostasis. Cuando los cuidadores no hacen bien esto, el niño encuentra que sus necesidades no son respondidas, o incluso son juzgadas o maltratadas, evitará en algún grado el acercamiento espontáneo al otro y sacrificará aspectos de sí mismo que no son bien aceptados. Solo decir que para toda cría de mamífero la lejanía con su tribu o su madre le pone en peligro de muerte, ya que los depredadores lo saben más vulnerable. Las crías saben en sus cuerpos que estar lejos es una amenaza para la vida. La desconexión o rechazo del clan social es una amenaza para la supervivencia. Estamos hablando de los traumas de apego.

¿Cómo reconocer si estamos ante un caso de disociación?

P.B.: Ocurre cuando hay una incoherencia entre el sentir, pensar y actuar con la situación real del presente. Es una forma de ausencia que hace que uno no esté en contacto con el momento real, sino con un estado interno del pasado, que puede ser un recuerdo tanto consciente como inconsciente; o, al contrario, una ausencia del momento porque uno está intentando prever y controlar un futuro imaginado.

M.S.: Otras manifestaciones de disociación son más comunes: las personas muestran su lado racional, pero mantienen sus emociones fuera de la relación, la persona vive la vida en piloto automático sin plantearse lo que necesita o le gusta, o bien se manifiesta como emociones explosivas e intrusivas que no son proporcionadas a la situación actual.

¿Cómo abordarlo desde casa?

M.S.: Es difícil, lo primero es tomar consciencia del fenómeno, de que vivimos y nos sentimos enajenados. Normalmente se requiere la ayuda de alguien experto que sepa ver e intervenir sobre el fenómeno. La disociación se activó debido a una experiencia que produjo un dolor insoportable y la ausencia de alguien protector y confortador. Así que en todo trauma hay una creencia nuclear: ‘no hay nadie’, ‘nadie me comprende’. Nos curamos en relaciones seguras y empáticas que sepan ver y sostener lo que otros no han sabido.

¿Y cómo terapeutas, cuál es la mayor dificultad?

P.B.: Vivimos en una sociedad traumatizada, y una consecuencia es la negación del trauma y sus consecuencias. A este nivel la disociación es un hábito tan aceptado y frecuente, que cuesta tomar consciencia de ella. Vivimos la mayoría separados de nuestro cuerpo, como una cosa que tenemos en lugar de serlo. O cuando entras en un bar, lo primero con que te encuentras es una o varias pantallas de tele, acompañadas con otro canal de radio. Tienes que disociarte de todo ello para no volverte loco. Está tan normalizado que no parece lo que es: una función de supervivencia.

M.S.: Los terapeutas formamos parte del mismo sistema enfermo; primero hemos de curarnos suficiente y ver el sistema sin sentirnos atrapados en él. Los terapeutas que aborden el trauma necesitan una formación y entrenamiento específico en este fenómeno y en la identificación y manejo de la disociación. La mayor dificultad vendrá por ignorar los mecanismos de disociación o asustarnos de ellos. Hemos de honrarlos ya que fueron recursos de supervivencia, pero a la vez ayudar a la persona a volver a aquello de lo que se separó. El terapeuta ha de estar bien integrado y tener la suficiente presencia y coraje para acceder al dolor y sostenerlo.
Siendo investigadores, divulgadores y profesionales de la salud mental, ¿hasta qué punto vuestros estudios os ayudan a gestionar vuestra propia psique y hasta qué punto necesitáis una visión externa?

P.B.: Bueno, obviamente somos tan humanos y maravillosamente imperfectos como los demás, y como tal es una forma de cuidarnos si buscamos ayuda terapéutica en algún momento difícil para nosotros. Un elemento clave es estar acompañado por alguien que es compasivo a la vez que teniendo una mirada externa y experta, y esto no se lo puede dar todo uno mismo. Ayudando a otros, la supervisión es una herramienta necesaria para afinar y seguir aprendiendo más allá de la propia experiencia.

M.S.: Los estudios ayudan a conocer el mapa en el que nos movemos y a ser más sensibles a explorar el libro de nuestras relaciones, donde está nuestra historia antigua. No obstante, no importa lo integrado que esté el terapeuta, la vida proporcionará estímulos que despierten áreas de dolor que no están todavía integradas. Me gusta decir que la terapia es un proceso de actualización de información que no fue metabolizada. Es un proceso continuo. Y el terapeuta necesita de ayuda externa cuando se despiertan desafíos aun no conocidos.

¿La disociación se puede prevenir?

P.B.: Estamos todos en un proceso de reintegración y sanación de partes y experiencias nuestras que fueron en su momento apartados y disociados. La mayoría de nuestras heridas son de nuestra infancia y adolescencia, cuando fuimos más indefensos y vulnerables. Ahora bien, no es un proceso automático, sino que requiere un compromiso con uno mismo y desarrollar un observador interno, esta capacidad se suele expresar hoy como “mindfulness”. Sin estos elementos, la disociación y fragmentación interna solo van en aumento.

M.S.: Una manera de prevenirla es crear en los ambientes educativos, sean la familia, la escuela o cualquier otro, espacios para la reflexión. La reflexión es la capacidad de volverse sobre uno mismo, observar los propios procesos internos y poder compartirlos con otros que los escuchen y reciban con respeto y amabilidad. Esto ayudaría a no tener que separarnos de aspectos de nuestra experiencia porque no son bien recibidos o aceptados por el entorno social. En nuestra cultura, por ejemplo, se ha dicho a los varones que tienen que ser fuertes, que llorar es debilidad. Esto contribuye a disociar nuestras emociones.

¿Por qué investigar la disociación y el camino de la integración?

P.B.: Porque nos lleva a nuestras heridas más profundas. Al entender la topografía del yo mejor, podemos facilitar mayor curación. Ver cómo aumenta la integridad y con ello la calidad de vida en una persona, como gana en presencia y en su capacidad de amarse a sí misma y a los demás, causa una profunda satisfacción y alegría.

M.S.: Hemos de poner en consciencia el trauma como un dolor enterrado o un grito silenciado y darle espacio y voz. De otra manera seguiremos alimentando una sociedad enajenada cuyos individuos han perdido la capacidad de autorregulación y recuperación de la homeostasis (bienestar). Los malestares de nuestra cultura están siendo abordados con mayor consumo de fármacos (incluso para procesos naturales como el dormir), adicciones (drogas, sexo, tecnología, trabajo), violencia, soledad e individuos desconectados. Los mamíferos humanos somos seres de tribu, nos criamos y curamos en una tribu que nos apoye y sostenga. Estamos perdiendo esto.

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