La irrupción de la pandemia del Covid aunado con el conflicto ucraniano, reveló el preocupante servilismo de los países occidentales a los dictados de la OMS y de EE. UU., que se tradujo en la pérdida de poder decisorio de las instituciones europeas y su total subordinación a los dictados geopolíticos de EE. UU., quedando Francia como una potencia irrelevante en la nueva cartografía geopolítica de la Guerra Fría 2.0.
El cisne negro de Macron
Ya en el final de su legislatura, Macron se habría despertado con un inesperado cisne negro que podría finiquitar sus días de vino y rosas en el Eliseo. El término cisne negro designa a un “acontecimiento inesperado e impredecible que produce consecuencias a gran escala y que es explicable solamente a posteriori”.
Así, la muerte de Nahel, joven de 17 años, sin antecedentes policiales a manos de la policía en un control de tráfico en Nanterre y calificada por Macron como «inexplicable e inaceptable», habría sido el detonante de una nueva explosión de violencia en las banlieues de las grandes urbes francesas, reeditando los violentos sucesos del 2005 y recordando al mundo la persistencia de la «Francia invertebrada» como distopía en la Europa del siglo XXI.
Una distopía sería “una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antagónicos a los de una sociedad ideal” y se ubican en ambientes cerrados o claustrofóbicos y la banlieue sería un escenario distópico de naturaleza real (no ficticia).
La radiografía de los habitantes de la banlieue esbozaría asimismo un escenario distópico, donde amplias tasas de su población viven bajo el umbral de la pobreza y con tasas de desempleo muy superiores a la media nacional del 7,5%), tasa que se incrementaría entre los menores de 25 años. Ello tendría como efectos colaterales la marginalidad, la economía sumergida y el incremento de los índices de delincuencia, favorecido por la falta de inversiones en los servicios públicos y el hacinamiento de parte de la población en bloques de pisos obsoletos construidos en los años 60.
Por otra parte, los violentos disturbios de 2005 en la banlieue de las principales urbes francesas, habitados mayoritariamente por inmigrantes y franceses de raza negra, habrían encendido las alarmas en el establishment francés. Así, en nombre de la sacro-santa seguridad del Estado, se decidió que el principio de inviolabilidad (habeas corpus de las personas), dormiría en adelante en el limbo de las leyes muertas y quedaría como estigma imborrable en las fuerzas de seguridad francesas el principio de «presunción de culpabilidad» en lugar del primigenio de «presunción de inocencia».
Ello tendría su reflejo en la brutalidad y el desprecio racial que destilan las intervenciones policiales en la banlieue de las grandes urbes galas y que serían elementos constituyentes de la llamada «perfección negativa», término empleado por el novelista Martín Amis para designar «la obscena justificación del uso de la crueldad extrema, masiva y premeditada por un supuesto Estado ideal».
Los suburbios de París y las grandes ciudades de Francia se habrían, pues, convertido en un cóctel explosivo cuyos ingredientes serían la deficiente gestión del multiculturalismo; las tensiones étnicas entre franceses e inmigrantes de diferente raza, cultura y religión; la insuficiencia del Estado asistencial; tasas de paro desbocado y sangrantes tasas de pobreza.
Ello, aunado con la brutalidad policial, confirmaría la crisis del vigente modelo francés de integración al permitir la aparición de una nueva cartografía urbana totalmente refractaria a los dictados del establishment francés y que conformaría la «nueva Francia invertebrada» como distopía en la Europa del siglo XXI.
Nacido en Navarra en 1957. Escribe análisis sobre temas económicos y geopolíticos. Es miembro de Attac-Navarra. Colabora habitualmente en varios medios digitales e impresos españoles y latinoamericanos.