Dina Huapi se precia de ser el municipio más nuevo de la provincia de Río Negro. Quienes viajan por vía terrestre a Bariloche tienen que pasar obligatoriamente por su jurisdicción, ya sea que lleguen desde Neuquén o desde el interior rionegrino. Su nombre es un auténtico cocoliche: Dina quiere homenajear a la inmigración danesa —que se asentó en sus parajes casi un siglo después de la Campaña al Desierto— y Huapi significa isla en mapudungun (idioma mapuche). Es la lengua que habla el pueblo que perdió su territorio a partir de 1881, cuando por primera vez llegó el Ejército Argentino.
Dina Huapi se precia de su tranquilidad y de cierta bonanza climática, a tal punto que su fiesta popular se llama «De la Estepa y el Sol». La benevolencia es cierta: hay veces que nieva en Bariloche y aquí no, en otras llueve con prepotencia en la célebre ciudad vecina y en el municipio —que se formalizó en 2008— apenas llovizna.
Está circunscripta por el Nahuel Huapi, por el río Ñirihuau y por el Limay. En su coqueta plaza central homenajea a la “Modesta Victoria”, la pequeña embarcación de la Armada Argentina que ingresó al mítico lago a fines de 1883, en plena ofensiva militar contra los mapuches que todavía resistían. Sobre la Ruta Nacional 23, un pequeño espacio de Memoria, Verdad y Justicia recuerda al cacique Inacayal, cuyas tolderías se alzaban precisamente aquí durante una parte del año, antes que se pusiera en marcha la maquinaria genocida del general Julio Argentino Roca y sus subordinados. También está presente la Plaza Plurinacional de Mujeres y Disidencias.
Dina Huapi silencia una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en su jurisdicción exactamente 230 años atrás, cuando en el Virreinato del Río de la Plata nadie pensaba en revoluciones, ni en la Argentina, ni en inmigraciones europeas que no fueran españolas.
Un hecho de control territorial mapuche-tehuelche que los relatos decimonónicos de construcción nacionalista obviaron para justificar despojos cuyas consecuencias todavía se perpetúan. Hay que admitir que tales silenciamientos todavía son exitosos y que Dina Huapi no es especialmente negadora, más bien reproduce los comportamientos institucionales de centenares de municipios, provincias y del Estado Nacional.
Los puelches del Nahuel Huapi
En el verano de 1794, y por tercera ocasión consecutiva, una expedición española proveniente de Chiloé cruzó la cordillera por el paso Vicente Pérez Rosales y descansó en las playas del Nahuel Huapi, donde hoy se emplaza Puerto Blest. Si bien quedó en la historia colonialista como un intento religioso, se conformó con 68 milicianos, cuatro soldados regulares, dos oficiales y apenas dos sacerdotes, uno de ellos el célebre Francisco Menéndez, cuyo apellido lleva un hermoso lago cordillerano en la provincia de Chubut.
No se trataba de una aventura: después de cada uno de los viajes anteriores, el sacerdote había viajado a Lima para informar al Virrey sobre sus logros y frustraciones. Además, el financiamiento de las expediciones fue asunto oficial.
Más allá de sus aspiraciones misionales, es decir, convertir a sus interlocutores al cristianismo, Menéndez tenía como misión contactar a otros españoles en las misteriosas —para ellos— intimidades de la Patagonia.
Llamativamente, ni en Lima ni en Chiloé sabían que, desde fines de la década anterior, existía el fuerte que dio origen a Carmen de Patagones, a orillas del río Negro y a unos 30 kilómetros del mar. Algunos de sus involuntarios anfitriones mantenían tratos regulares con la posesión colonial.
Después de un primer intento frustrado por el Paso de los Vuriloches en 1791, Menéndez y sus camaradas dieron con moradores a los que identificó como puelches. La palabra significa «gente del este» en mapudungun. Por las descripciones que dejó en su diario de viaje, se sabe que el lonco Mankewenüy (Amigo del Cóndor) tuvo el dudoso privilegio de recibir a los recién llegados. El encuentro se produjo a unos dos kilómetros del lago, sobre el río Ñirihuau, que hoy marca el límite municipal entre Dina Huapi y Bariloche.
Durante su marcha, el contingente había encontrado rastros de gente y animales en sitios donde hoy se levantan barrios del oeste barilochense. También observó papas, quinua, nabos y otras verduras, además de caminos usualmente practicados. Sobre todo, Mankewenüy evidenció recelo ante la presencia de los intrusos.
En cambio, otra autoridad mapuche de aquellas tolderías, el también lonco Kayüko, se mostró más cordial e incluso regaló un costillar de guanaco al sacerdote. Sugirió que los forasteros podían “poblar” en las cercanías, seguramente con intenciones mercantiles. Aquel primer contacto duró poco porque Menéndez y los suyos volvieron a Chiloé con prontitud.
En 1793 retornaron los hombres del Rey, de nuevo en verano. El reencuentro se produjo en los mismos parajes y, una vez más, la actitud mapuche ante la presencia huinca fue ambivalente. El religioso intentó cumplir con su cometido y se lanzó hacia el norte, con la colaboración de la gente de Kayüko. De sus escritos se desprende que alcanzó el río Collón Cura (provincia de Neuquén) y que sus ojos pudieron divisar el volcán Lanín.
Durante su periplo dio con las tolderías de Millawan y Kolunawel, otras autoridades mapuches que estaban emparentadas con las del Nahuel Huapi. Puede concluirse que, por espacio de unos 200 kilómetros, ejercían control territorial cuatro loncos sin ordenamiento jerárquico entre sí y que no había presencia española alguna. Las cosas quedarían más claras en ocasión del cuarto y último viaje de Menéndez, exactamente 230 años atrás.Valle del Ñirihuau, donde sucedieron los hechos – Imagen de la película «Mankewenüy – Amiga del Cóndor», de María Manzanares
Ultimátum definitorio
El 10 de febrero de 1794, los hispanos se reencontraron con Mankewenüy y su gente en las nacientes del río Limay. La población de las tolderías era menor, porque sus moradores habían partido para procurarse chicha y guanacos. Un emisario se hizo presente para avisar a los intrusos que se aproximaba al paraje un “capitán de indios” que traía una carta o, al menos, es lo que entendieron el sacerdote y Nicolás López, jefe militar de la partida.
La inquietud fue in crescendo en el acantonamiento foráneo porque todos los días arribaban “muchos indios Huilliches” que se expresaban en otra lengua. Muy probablemente fueran aonikenks o tehuelches del sur, que tenían la costumbre de viajar por la Patagonia en sentido longitudinal, antes de ir a comerciar a Carmen de Patagones.
El corazón de los conquistadores debió enturbiarse del todo cuando observaron que 53 nuevos toldos se habían levantado con familiaridad en la margen sur del lago y que sus habitantes comenzaron a reclamarles yerba y aguardiente en cantidades que no podían satisfacer. López la pasó definitivamente mal cuando en la tarde del 19 de febrero de 1794 compareció frente a Chulilaquin, quien no era capitán de indios sino una autoridad mapuche a quien seguían alrededor de 400 hombres en condiciones de combatir.
El oficial chilote observó que su airado interlocutor ostentaba galones y un bastón de mando, evidencia de que estaba habituado al trato con huincas. El lonco se mostró ofuscado ante la ausencia de Menéndez en la reunión y bramó “que cuanto antes, nos marchásemos calladitos la boca” (según consta en el diario del sacerdote Menéndez). Después del incidente, anotó el religioso en su diario: “Este cacique es un indio de mucha autoridad y poder entre esta gente, porque tiene muchos conas (soldados) y fue juntando muchos más. Están al sur de la laguna más de cuatrocientos indios y aún nos aseguran que viene más”. El paréntesis está en su texto.
Después de consignar aquel ultimátum, el tono del diario de Menéndez cambia considerablemente. Admitió que sus vecinos nunca se harían cristianos y los calificó de “enemigos y muy enemigos”. Entre los jefes militares comenzó a hablarse de retirada y un confuso episodio que tuvo lugar en la madrugada del 24 de febrero precipitó los acontecimientos: al divisar en la oscuridad una tropa de caballos que había cruzado el río en dirección a sus posiciones, los hispanos se atrincheraron e hicieron disparos. Se sintieron bajo ataque, aunque en realidad jamás vieron a contrincante alguno.
Es más, cuando clareó, Mankewenüy se acercó para establecer el por qué de los balazos y hasta el propio Chulilaquin se hizo presente en el recinto en un tono bastante más cordial para intercambiar dos terneros y tres ovejas por harina y bizcochos. Inclusive “me encargó que yo informase al señor Gobernador de su buen corazón y prosiguió persuadiéndome siempre que él nos amaba mucho, y que cuando yo gustase fuese a su casa, y me señaló el sitio donde estaba, que hablaríamos”, consignó el sacerdote en su diario personal.
Sin embargo, esa misma noche, con su gente se largó a fuerza de remos, navegó frente a las costas actuales de Dina Huapi y Bariloche para tres días después tocar las playas de Puerto Blest y reemprender el cruce de la cordillera. Dieciséis años más tarde comenzaron los procesos revolucionarios en Santiago de Chile y Buenos Aires, pero en las costas de Nahuel Huapi no hizo falta revolución alguna, porque sus antiguos moradores nunca habían perdido la libertad. Fue 230 años atrás que, frustrados, los conquistadores tuvieron que marcharse “calladitos la boca”.
*Edición: Darío Aranda.
*Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-historia-negada-cuando-los-espanoles-huyeron-del-territorio-mapuche/
*Otra fuente: https://rebelion.org/la-historia-negada-cuando-los-espanoles-huyeron-del-territorio-mapuche/