En este momento de resquebrajamiento de la realidad occidental, con sus múltiples fallas, que poco a poco aumentan según repensamos una tradición que en todas sus dimensiones se está quedando limitada y que además pervierte las intenciones de los que seguimos creyendo en un entendimiento entre los seres humanos; el debate y las verdades múltiples (las opiniones, la doxa) han ido emergiendo hacia el espacio público con toda la naturalidad del mundo marcando hitos como la movilización del 15-M en la cercanía y otras análogas en otros países. Además, lejos de terminar ahí, como las problemáticas y las presiones generadas por el poder son múltiples (desahucios, encarcelamientos, desigualdad en el reparto de la riqueza, recortes de libertades…) también el debate se ha fragmentado en más debates que atienden a distintas demandas de la sociedad. No perdamos la cabeza. Esto no es peligroso. Al menos no para el pueblo.
Se ha empezado a hacer Política. Y es que, efectivamente la Política consiste en debate e intercambio de opiniones para encontrar puntos de acuerdo y también para ver diferencias.
Si revisamos la obra de Hannah Arendt sobre la tradición del pensamiento político de Occidente, vemos efectivamente ese punto de inflexión en el que las opiniones de los ciudadanos pierden su fuerza en detrimento de la Verdad que señala Platón mortificando todo aquello que es cambiante, múltiple y atiende, en definitiva, al mundo terrenal en el que habitamos todos. De alguna forma, renegando de las enseñanzas de su maestro Sócrates que conversando con la ciudadanía ateniense sacaba la doxa, la verdad particular que hay en cada uno de nosotros. Formulando preguntas. Aplicando ese arte de la mayéutica que hacía que el ateniense se enfrentase a sus propias contradicciones como individuo.
Para el pensamiento socrático es fundamental el aforismo que presentaba el templo de Apolo en Delfos: γνῶθισεαυτόν (Conócete a ti mismo). ¿Acaso no necesitamos conocernos y superar muchas de nuestras contradicciones? Muchos miedos e inseguridades que en mayor o menor medida se han incrustado en la vida de la ciudadanía. Y hacen que seamos gobernables, sí. Una ciudadanía igualada por el miedo es el ideal del Gobierno, pero no es una ciudadanía capaz de hacer Política. Por tanto, no es una ciudadanía libre.
¿Qué miedos?
El miedo a no encajar en la sociedad. Este miedo es muy natural, pero hay que tener en cuenta que los valores que se defienden mayoritariamente son individualistas y se contradicen con la propia comunidad. Podríamos decir que existe el miedo a no encajar en el mismísimo desmembramiento de la sociedad.
El miedo a hablar en público. Este está relacionado con el anterior, pero también apunta a la desconfianza que tenemos en nuestra propia opinión que sólo puede sostenerse desde la oficialidad o la oficialización que puedan conceder las instituciones en las que tanto confiamos. Consagradas por la tradición política romana y la Iglesia como propia institucionalización romana de la antiinstitucional cristiandad primitiva. En ese sentido, deberíamos ir despertando de nuestro thaumadzein, un estado de asombro e inmovilidad que Hannah Arendt atribuye a los filósofos que enamorados de la idea de perfección permanecen en éxtasis, quietud y silencio ante algo que se presenta como tan verdadero y puro que no puede recibir de intervención subjetiva alguna. Esto podría enraizar con otra discusión sobre la disponibilidad del conocimiento científico o académico para la ciudadanía, por ejemplo.
El miedo a la traición. Es básico superar este miedo para que pueda emerger la solidaridad y pueda desaparecer ese individualismo funesto para nuestra cultura. No quiere decir esto que no seamos cautos, pero sí quiere decir que hay que atreverse a compartir nuestro tiempo, esfuerzo y recursos con personas en las que confiamos y con personas que no merecen nuestros prejuicios. Este miedo viene dado por la propia carencia de valores morales que respalden una confianza mutua, pero es muy importante dejar atrás ese individualismo para que podamos empezar a mejorar nuestra vida como seres humanos que vivimos en comunidad.
Estos tres miedos no agotan una lista que podría ser interminable si analizásemos casos más específicos, pero creo que representan bien tres nudos vitales del tejido social que cada día están más flojos.
Por otro lado, hay que señalar la segunda base del pensamiento socrático tal y como lo entendió Hannah Arendt en su análisis del pensamiento político occidental histórico. Esta es: “Solo sé que no sé nada”, atribuida a Sócrates por uno de los diálogos que escribió Platón sobre su maestro. Esta frase, aparentemente de forma contradictoria, fue mérito suficiente para que el oráculo de Delfos lo juzgase como el hombre más sabio.
Esta frase admite la complejidad de las distintas perspectivas, la variedad de opiniones y sensibilidades que dan cuerpo al mundo humano y, si bien, el primer aforismo (Cónocete a ti mismo) hacía referencia a la moral necesaria para la política, esta se refiere a la política necesaria para la moral y sitúa de forma natural al debate público y a la discusión de la gente de la calle sobre sus problemas cotidianos como la política primitiva y como Política con mayúscula.
Por eso Sócrates no sabía nada, pero en el fondo era el más sabio al reconocer esto. Porque él conocía muy bien la naturaleza de los asuntos humanos y la importancia de la pluralidad de verdades, pero nunca se intentó atribuir la capacidad de conocer una verdad mejor que estuviese por encima de la opinión de sus ciudadanos.
Por la misma razón, yo también os invito a que discutáis y debatáis entre vosotros sea entre dos o entre una multitud con tanto respeto a vuestra doxa como a la del resto de integrantes del grupo. Con tanta energía para hacer ver vuestro punto de vista, como respeto y paciencia para escuchar y entender al resto.
De igual forma, tenemos que respetar nuestra opinión y la de nuestra comunidad frente a la versión que nos dan los medios, que no dejan de ser un actor más del debate y no deberían ser nunca más que eso. Ni debemos dejar que monopolicen la aportación de temas sobre los que discutir, ni que monopolicen la versión sobre dicha temática.
Hay que seguir haciendo Política, por más que los de arriba (casi seres supraterrenales) con su oficialidad y verdad única de la ley sigan insistiendo por la televisión y otros medios en que el debate es ingobernabilidad y que la gente haciendo su voluntad y expresándose en la calle es alboroto público e inseguridad.
Seamos valientes.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.