Ambos, en Barcelona, trabajan en del departamento de Justicia de la Generalitat de Cataluña, Martha L es pedagoga y, desde hace 25 años, delegada de atención al Menor, en el equipo de ejecución penal de Justicia juvenil. Eduardo J es psicólogo y  hace 11 años que trabaja en la oficina de atención a la víctima. Los dos denuncian los estragos de los recortes en la atención a este colectivo y las propias insuficiencias de un sistema donde cada vez se habla más de justicia pero que crea más pobreza.

La experiencia de Eduardo J. le permite hacer un diagnóstico no muy alentador de la situación: “no se tiene en cuenta la reparación del daño ni la victimización secundaria, si algunas agresiones carecen de pruebas físicas, informes de secuelas o  testigos la declaración de la víctima queda en un cajón”.

Entrevista educadores Generalitat

“Como trabajamos en justicia creemos que tal como dicen las leyes debe haber “justicia” por igual para todos pero claro cuando vez que ni a los usuarios ni a los trabajadores se nos trata con esa justica pues… algo chirría”, reflexiona Martha. Añade que desde hace un tiempo  “a consecuencia de la demora de los juicios prescriben muchas causas” y advierte del peligro que esto supone dado que los menores infractores no tienen una respuesta sancionadora ante un delito cometido, “Tú has lo que quieras que no pasa nada, repercute en el vox populi”

Ahora a Eduardo le llegan menos casos de robo con violencia e intimidación y según dice “corren rumores de que hay  instrucciones a los Mossos d’esquadra para que no pongan tantas denuncias, si pillan a un chico destrozando el mobiliario urbano, le ordenan oye no lo vuelvas a hacer, vete para casa”. Hay un punto en todo esto que Eduardo como trabajador público afectado por los recortes, intenta comprender pues algunas las comisarías están con goteras, no hay papel higiénico, ni grapas para los atestados, si se da el caso de  mujeres que tienen que  denunciar violencia de género y no hay pruebas, ni informe de lesiones, la mandan a su casa. “Aquí veo un atraso a los años ochenta”, añade y recuerda que “antes trabajábamos con papel y boli, ahora hay una base de datos a la que debemos “inyectar alimento” porque muchos cargos superiores cobran por eso. Aun cuando ahora “todos los técnicos tenemos que hacer de todo”  y  desde hace meses a todos los niveles importa demostrar que en justicia el volumen de trabajo se ha reducido; cada vez que Eduardo puede practica la desobediencia: “si veo un caso que requiere tres años de atención yo se los voy a dar, pero desde la administración de justicia me dicen que es suficiente con tres entrevistas, pero ¡qué terapia dura tres entrevista!, protesta, Martha también y se ofusca cada vez que rememora el caso de dos chicos que tenían previsto continuar varios meses “en un centro de menores en Girona con todo un plan de trabajo estructurado de formación; que incluía terapias y aunque venía dando resultado, como se consideraban casos menos graves antes del tiempo previsto los echaron del centro; son órdenes de la dirección general”.

justicia pobreza

En el servicio se atienden a jóvenes a partir de 14 años y en cierta manera a Martha le parece perjudicial  pues se trata “de un primer contacto con la justicia donde también se juzgan adultos, si encima el joven tiene un año de  libertad vigilada se ve obligado a venir cada 15 días a un ambiente que representa el peso de la Justicia”, entiende que  a algunos les va bien porque eso los marca; pero en el caso de los que han cometido un delito de escasa gravedad son etiquetados como parte del colectivo de la cultura delincuencial.

Paro juvenil: más pobreza y menos justicia

Actualmente más del  50% de los jóvenes está sin trabajo, si antes los que carecían de estudios tenían a la construcción como única salida, ahora es el mundo del trapicheo, para Eduardo “esto es una bomba de relojería, aunque también es verdad  que las consecuencias tardan años en emerger”, Martha en  ese sentido está convencida de que “si a esos chavalestu les das oportunidades reales, la gran mayoría salen del mundo marginal”, no obstante la realidad parece decir otra cosa pues trabajo no hay y aunque se habla de un incremento acelerado de jóvenes que emigran “lo hacen sólo quienes tienen medios; los pobres se quedan y ya no buscan trabajo, aunque algunos se ganan la vida como pueden, pero el caso es que ya no reciben las pagas que ellos y sus padres, antaño tenían derecho”. Martha también ha tratado con familias que por no tener para comer se han separado: unos a casa de la abuela, otros a casa del tío.

Machismo en jóvenes

A continuación Eduardo hace un apunte pues es cierto que “en lo referente a la  violencia doméstica las denuncias han descendido”, no obstante y  dada su experiencia considera que “existe más conflicto, más tensiones, debido a la precariedad y al desempleo, por lo que resulta más difícil divorciarse, hay menos autonomía en los dos miembros de la pareja, hay mujeres que me  han dicho: a mí me golpea pero si me divorcio me quedo sin comer”.  Eduardo es tajante cuando dice que “hoy por hoy el machismo sigue enquistado en España, se refleja tanto en la derecha como en la izquierda porque la gente piensa que cuando hablamos de machismo es de derechas, fascista, conservador, pero hay un machismo de izquierdas en casas ocupas y movimientos sociales. Desde que nacemos nos dicen como debe ser un hombre y cómo una mujer, existe también una tradición católica brutal, una pedagogía de franquismo de 40 años de la sección femenina de la falange; una teoría del amor romántico a través de películas, series e internet que destacan la idea de la media naranja, del temor a la soledad y refuerzan la idea de que para ser feliz tienes que estar con alguien enganchado, depositar todas las expectativas en aquella persona, y estamos hablando de chavales de 14 y 15 y estas son causas estructurales”, critica y a continuación añade que la socialización como hombre implica un punto de transgresión: “para ser machote tienes que ser chulo,  vacilar, saltarte las normas, es un cliché de masculinidad tradicional. Los hombres tenemos que renunciar al privilegio del poder  y a España eso aún no ha llegado”, sentencia.

Para Martha basta la pregunta: “¿Cuántos transgresores hay en comparación a chicas? Es un 90% de chicos frente a un 10%   de chicas”. En los casos que atiende se repite el patrón del papá que hace las funciones de su casa hacia afuera, trabaja, trae las garrafas, es quien bebe; la chica para bien o mal tiene en casa a la mamá que cocina, cría a los niños, crecen con este otro rol y esto les preserva de irse hacia fuera. La mayoría de delitos que tenemos con chicas son de agresiones, peleas con la madre, cómplices de robo, o  robo de móvil,” apunta.

En los casos que atiende Eduardo las mujeres agredidas preguntan, por qué me pasa esto, por qué no me di cuenta antes, él les explica  que “la manipulación no ataca la inteligencia humana, sino las emociones porque hay un vínculo con esa persona, si es tu marido, tu pareja, tu padre, es más  complicado entender que esa persona, aun cuando dice que te quiere,  intente controlarte.

Martha trabajó en un caso de un chico rumano de 15 años que pegaba a su mujer de 14, por no limpiar bien, ni cuidar de la casa, “después de unas preguntas el chico se sinceró y confesó: si no le pego me pega mi padre y mi suegro, me lo contaba llorando”, relata Martha y lamenta que en el fondo  el chico no quería pegar a su mujer pues “preguntaba qué podía hacer para cambiar y es que en caso de no pegarle, temía que su suegro y su padre le golpearan a él, buscaba el reconocimiento como hombre”. Aun cuando aquel chaval provenía de otra cultura para Martha está claro “que los hombres que pegan a sus mujeres hoy en día buscan el reconocimiento de su masculinidad”. En lo referente a los casos de violencia filio parental, para ella es un tema que tiene diversas caras, en su trabajo se encuentra con situaciones donde  padres denuncian a hijos menores porque les han dado empujones con consecuencias más o menos serias; en ese sentido “estamos viendo casos de chicos que han sido maltratados toda su vida físicamente y en la edad de la adolescencia es cuando la devuelven, y es que los hijos menores no son capaces de denunciar a sus padres cuando ellos son las víctimas porque dependen económicamente de ellos”. Para Martha cada caso es una realidad distinta, y hay que ir con mucho cuidado pues “determinados chicos cuando cogen confianza cuentan: claro que he pegado a mi padre, pero es que en casa nos pegamos todos, eso ya es el sistema de relación en esa familia”.

Con la nueva reforma del Código Penal, el carecer de recursos para pagar las tazas judiciales ha hecho bajar las denuncias, y lo más complejo, prosigue Martha es que“hoy por hoy, tengo madres que quieren denunciar a su ex marido por impago de manutención de su hijo y aun cuando perciben un sueldo de 900 euros tienen que pagar a un abogado. Si no hay derecho a la justicia gratuita no hay denuncia, el hijo se va a delinquir porque quiere lo que tienen sus amigos, esto son consecuencias de los recortes, cambios de leyes, falta de dinero en casa, Eduardo agrega que “los criterios para justificar que te corresponde un abogado de oficio se han endurecido para que la gente se canse”.

Justicia para ricos

Según parece en todo esto los más perjudicados son los pobres y está tan claro como el agua que “quien tiene dinero podrá pagar un abogado de 3 mil euros, y si se da el caso que es corrupto, a fin de  evitar la prisión ese señor pondrá 50 recursos para que le concedan un 3er grado, duerma en casa y tenga que ir a firmar cada 15 días, la justicia castiga y criminaliza a la pobreza”, sentencia Eduardo y un poco indignado asevera: “no es lo mismo una mujer maltratada que gane 2.500 euros a una que gane 300 euros fregando escaleras, y no es lo mismo si es negra o blanca, el maltrato es igual pero luego están los efectos secundarios ¿o acaso las empresas tienen una sensibilidad mayor  cuando se encuentran un caso de violencia de género? ¿La van a dejar ir al psicólogo, buscar al abogado en su horario laboral o declarar en el  juzgado?

Por otra parte la criminalización de la protesta social a Eduardo le tiene sin cuidado, no en vano desde hace 2 años los miércoles a las 10, durante los 20 minutos de descanso él y otros compañeros de la (ATCJ) se manifiestan en contra de  los recortes y coacciones que sufren en su diaria labor. Si seguís por este camino ateneros a las consecuencias, les expresó un superior dada la visibilidad de sus quejas, ¿a qué se refiere con eso?, le preguntaron al superior y este respondió: que cada uno saque su interpretación, Eduardo comenta que día sí día no, entre los compañeros se escucha: hombre pero es que somos privilegiados, tenemos trabajo, tal como está la cosa ¿y por eso ya te tienes que rendir y resignarte?, se pregunta, convencido de que  “si yo no me metiese en este tipo de agitación para canalizar mi rabia y frustración trabajaría peor y acabaría de baja psiquiátrica”. Eduardo no entiende porqué “la gente no se toma la justicia como un derecho y la educación y la sanidad sí”, quizá porque “la costra de anestesia social es muy grande”. Por último y pese al contenido de la conversación Martha parece optimista “es un tema de actitud, si solo utilizamos el intelecto todo esto pinta a peor, sin embargo como muchos somos emocionales yo necesito creer que esto tiene que acabar, hay un efecto dominó en pequeñas actuaciones, hay que tomar las cosas poco a poco”. Ella y Eduardo coindicen en que la suma de las individualidades por fortuna: “tienen un efecto multiplicador”.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

Comparte:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.