Como todo lo creado, los reptiles también son criaturas de Dios pero no gozan de la simpatía celestial. Su principal representante en el campo de la mitología es el dragón, gran bestia maligna presente en el alfa y omega bíblicos, Génesis y Apocalipsis, pues en ambos libros luchan los arcángeles contra “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás” (Apocalipsis, 12:9).
Como todo lo creado, los reptiles también son criaturas de Dios pero no gozan de la simpatía celestial. Su principal representante en el campo de la mitología es el dragón, gran bestia maligna presente en el alfa y omega bíblicos, Génesis y Apocalipsis, pues en ambos libros luchan los arcángeles contra “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás” (Apocalipsis, 12:9).
No cabe atribuir al cristianismo la exclusividad simbólica de la bestia, de origen mucho más antiguo que la religión del nazareno y ya presente en la decana de las obras literarias conocidas, el sumerio Poema de Gilgamesh, cuyo texto fue canónicamente fjado en época sumeria (s. VII a. C.), pero con primeras fuentes escritas nueve centurias atrás (h. s. XVI a. C.). En esta epopeya, el dragón aparece encarnado por Humbaba, el guardián de la morada de los dioses. Llama la atención que un ser maligno custodie la magnificencia divina, pero del mismo modo se sirven de malas artes esos poderes políticos terrenales que se proclaman depositarios de los mejores ideales de la humanidad.
Posteriormente, el dragón es invitado necesario para la exaltación de héroes mitológicos como Perseo o Sigfrido, y cómo no, participa de modo ineludible en la historia de san Jorge, por su belleza y simbolismo uno de los relatos más celebrados de la Legenda aurea de Jacobo da Varagine (la gran enciclopedia agiográfica del siglo XIII, rebosante de prodigios y ejemplos edificantes protagonizados por varones y mujeres santos). Sin embargo, Varagine no fue autor del relato, tan solo se limitó a recoger y fundir tradiciones previas.
No hay constancia fehaciente de la existencia del santo. La Legenda aurea señala el 275 de nuestra era como año de su nacimiento. Quiérese que viniera al mundo en Capadocia (región sita en el centro de la actual Turquía), y que su padre, Geroncio, fuera oficial del ejército romano además de fiel cristiano, como su esposa Policromia. Según la misma fuente, muy joven abrazó Jorge la carrera militar, y por su arrojo y lealtad se convirtió pronto en tribuno (comandante de una legión) y comes (oficial del séquito imperial).
Más allá de la guerra aguardaba a san Jorge su prueba más comprometida: una escalofriante batalla contra el dragón que afligía a los habitantes de la ciudad libia de Silca. Aconteció el combate cuando la bestia se disponía a merendarse a la princesa local, ofrecida como tributo para apaciguar su furia. El guerrero cristiano hirió al reptil de una lanzada; mortalmente en algunas versiones, según otras fuentes solo para domeñarlo (en este segundo caso, la bestia se sometía servilmente a su vencedor). Cual mirífico colofón, bajo la sangre derramada del monstruo brotaron rosas rojas.
Mucho se ha escrito sobre el sentido que encierra este episodio. La interpretación tradicional identifica a Jorge como el campeón impelido a la lucha contra el mal por una decisión exonerada de cualquier apego a la existencia mundana; en aras de la fe, el guerrero cristiano desdeña las ruindades materiales para volver su atención hacia la vida eterna que depara el sacrificio. Mas no se trata en su caso de una creencia ciega, desesperadamente cruel, ni de una temeridad malsana, exaltada por la tensión de la aventura. Reiteran los exégetas que impele a Jorge una convicción sabia, simbolizada por el caballo (la Iglesia) de blancura sin tacha, como su ideal. La lanza, emblema de la rectitud de conducta (Libro del orden de caballería, Ramón Llull), potencia las dotes del héroe, porque el brazo más fuerte puede flaquear sin la certeza de la justicia de su causa. El dragón, como ya se ha visto por la cita apocalíptica, es personificación del mal, Satanás. Y en la figura de la princesa queda representada el alma, amenazada de perderse en las garras demoníacas por culpa de la debilidad del carácter humano (recordemos que ha sido entregada a la bestia por sus medrosos compatriotas): el espíritu está a punto de caer en la sima de la animalidad, siempre en pugna con la huella celeste presente en la naturaleza humana. Finalmente, las rosas serían símbolo del amor que el valor y la pureza despiertan en el alma liberada de las asechanzas del mal, pero también de la nueva vida que procura la expiación, cuando las llagas del pecado se restañan con dolor.
Como glosa al margen, cabe decir que en términos psicoanalíticos y tal como fue presentado por Erich Neumann, discípulo de Carl Jung, el mito de san Jorge ilustra la oposición entre el yo racional (el héroe) y la nebulosa del instinto (el dragón). El mismo Jung consideró que el caballero intenta rescatar su alma de la tentación (el instinto), por lo cual lucha contra sus propias pulsiones.
Continuando con la biografía del paladín: por muy bravo y certero que estuviera Jorge en la lucha contra el dragón, peor enemigo es siempre el ser humano, aunque a veces parezca tan vulgar. La “Gran persecución” de los cristianos ordenada por el emperador Diocleciano puso al héroe en el brete de rendir culto a los ídolos o sufrir el martirio, y de nada le valió su brillante historial de servicio a Roma, porque el odio no tiene compasión ni admite considerandos, así que fue decapitado en Nicomedia, en la actual Turquía, el 23 de abril de 303.
Prontamente canonizado (en 494, por el papa Gelasio I), la fama de san Jorge se propagó rauda por todo el Imperio romano, y fue tan popular en los territorios del Imperio oriental, más tarde bizantino, que incluso sobrevivió a la islamización del Próximo Oriente, asimilado por la tradición musulmana.
San Jorge ha sido una de las advocaciones con mayor predicamento en el seno de la Cristiandad. A su guía se confiaron los caballeros medievales, cuyo código de honor obligaba a una moral sin tacha (ya se sabe que de la voluntad al hecho media largo trecho), y bajo su patronazgo permanecen ciudades, antiguos reinos y estados modernos como Aragón, Bulgaria, Cataluña, Etiopía, Georgia, Inglaterra, Lituania, Portugal y Rusia. En fecha más reciente, la lista de sus patrocinados se engrosó con la encomienda de los boys-scouts, fundados en 1907 por lord Baden-Powell, y en la actualidad, la coincidencia entre la fecha de su martirio y el día en que murieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare lo ha convertido en patrono putativo de los libros y los lectores.