No termino de entender la polémica generada por el comentario de la Concejala de la Mujer de Sagunto mostrando su perplejidad por algunas mujeres que, a su juicio, pese a la elegancia de sus ropas y complementos, a la hora de la verdad “cuando andan, la cagan”. La afirmación, lanzada a los cuatro vientos cibernéticos del Twitter, no hace más que reflejar esa eterna preocupación que la derecha, la de siempre y la recién llegada, tiene por la clase, no la clase social sobre la que teorizara Marx, sino por ese extraño don natural que permite a quien lo posee sobresalir con una gracia peculiar por encima de las mediocridades que le rodean.
No sorprende, pues, que las mujeres conservadoras no anden muy al día de las últimas teorías feministas o del pensamiento queer. Al fin y al cabo, entre sus referentes personales no se encuentran Beatriz Preciado, y su bigotillo andrógino, ambiguo y provocador. Ni Judith Butler, a no ser, claro, que confundan a la pensadora norteamericana con la entrañable Judith Garland de El mago de Oz, en cuyo caso podrán mostrar cierta inocente simpatía mientras tararean Over the rainbow (al menos hasta que descubran el lesbianismo militante de la actriz, momento en el que, sin duda, correrán a cobijarse bajo la sabiduría del ministro del Interior Jorge Fernández Díaz y su homofobia racional por la supervivencia de la especie).
No, entre las peperas atraen más el paso firme de Rita Barberá y sus bolsos de Louis Vuitton o las castizas mantillas de una Dolores de Cospedal capaz de asumir con modernidad y soltería el mandato maternal de género. O la pragmática pisada de las hermanas Koplowitz, insuperables a la hora de fusionar Marie Clarie y el pensamiento de Milton Friedman. Pero sobre todo, lo que más atrae a las aprendices de neocon es la distinción congénita de mujeres como Sofía de Grecia o Corinna Zu Sayn-Wittgenstein. Ambas son, cada una a su estilo, señoras discretas, refinadas, elegantes y, por encima de todo, con clase. Ellas nunca la cagarán al andar, una habilidad, por cierto, no compartida por el amigo común de ambas, Juan Carlos I, dada su propensión a terminar por los suelos.
Para el resto de mujeres, las no bendecidas por esa gracia reservada a la alta sociedad, solo les queda el consuelo de sentirse guapas. Pero eso sí, renunciando a andar, a dar ese fatídico paso que pone en evidencia su diarréica y mundana condición. No en vano, el inmovilismo siempre ha sido el estado ideal para la derecha. Tal vez por ello ciertas empresas japonesas llevan años empeñados en conseguir la mujer perfecta. Mujeres que, en suma, se adapten a las exigencias de una sociedad que ha aprendido a ocultar sus ensoñaciones misóginas bajo las sábanas de lo políticamente correcto: hembras paralizadas y sin pensamiento.
El prototipo más avanzado de este proyecto se presentaba esta semana en la Feria de Muñecas Hinchables de São Paulo. Se llama Valentina y su precio ronda los 7.000 dólares. Ha sido tanta la expectativa despertada que los organizadores del evento han decidido explotar al máximo el interés generado con una peculiar iniciativa:subastar la “virginidad” de la muñeca. Hasta 4.000 euros se están pagando por aspirar a ser el primero en desflorar el artefacto en una exclusiva noche de hotel.
Ahora, mientras se regodean en su éxito, los ingenieros nipones ya trabajan en su siguiente reto: conseguir, para tranquilidad de Fernandez Díaz y el Vaticando, que las articuladas criaturas tengan capacidad reproductiva para perpetuar la especie. Eso sí, solo engendrarán humanos inmóviles, que ni siquiera tengan que renunciar como ahora a su potencialidad de echarse a andar, no vaya a ser que un día decidan ponerse a caminar y la caguen. Y ya se sabe, quien mal anda…
Periodista cultural y columnista.