No hace mucho tiempo, el que suscribe era un fan acérrimo de los Barça-Real Madrid. Me encantaba todo el juego previo en que la cadena de televisión que emitía el partido alargaba el chicle durante días y preparaba el terreno para un acontecimiento que podía, y debía, ser épico. No existía ninguna otra noticia, o existían de tapadillo, y se recogía hasta la dieta del conductor de los autobuses de los dos equipos, si era menester. Conexiones en directo, minuto a minuto, señoritas bien vestidas y mozalbetes excitados promulgaban profesionalidad, mientras el bombardeo masivo y constante calaba hondo en mi cabezota y el hooligan que anidaba en mí se partía el cobre y asía su carraca y bufanda con pundonor hasta, aproximadamente, tres o cuatro días después de acabado el partido. Todo dato era necesario y no esquivable.
Con el paso de los años, el acné desapareció, las mujeres y el alcohol me comenzaron a interesar y la prensa dejó de hacerlo. Caí en la cuenta de los bodrios infumables que me había tragado en forma de algo parecido a fútbol y de las estériles discusiones mantenidas con familiares y amigos a costa de un espectáculo deportivo lamentable, tremendamente manipulado por los medios y su ansia comercial.
El debate a cuatro propuesto por Atresmedia Corporación ha mostrado que España sigue siendo un país políticamente imbécil. Y a esta imbecilidad se ha sumado la miserabilidad de Albert Rivera, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Soraya Rajoy que han tragado con las directrices del grupo de comunicación, cuando no las han propuesto ellos mismos, y han dejado fuera del juego democrático televisivo al resto de fuerzas políticas con representación en el Parlamento.
Si bien son conocidas las afinidades filofascistas de los candidatos conservadores (en especial del pijo limpito con síndrome de «yernísimo» y baile de San Vito incorporado), en el caso de Iglesias y Sánchez, resulta aún más sangrante, dado que se autoproclaman «de izquierdas» a bombo y platillo, pero no han dudado un ápice en prorrogar el vomitivo bipartidismo que, a la vista está, según la colocación de los participantes (Iglesias y Rivera en el centro, como los nuevos PSOE y PP, Sánchez y Rajoya en los extremos, dejando paso a los cachorros), consigue retroalimentarse y superponerse a los nuevos movimientos sociales y políticos, y arrastra a éstos a su seno. Todo sea por ganar votos y ostentar poder.
Y, mientras Alberto Garzón arrasaba en las redes sociales, con ironía y cabreo sostenido, pero educado, y Andrés Herzog seguía desaparecido, el supuesto «debate decisivo«, cacareado hasta la náusea a la menor oportunidad por Antena 3 y La Sexta, se quedó en poco más que una educada discusión en la que Iglesias arrasó, ante la falta de rivales decentes.
Análisis sesudos tras el debate (este no pretende ni necesita serlo) otorgarán vencedores y vencidos (a todos nos gusta ganar y no concebimos otros términos en cualquier competición que se precie… o no) en función de los intereses políticos y económicos del que hace el análisis y del medio dónde lo hace. Los imparciales periodistas de Antena 3 daban, de inicio, como vencedora a Rajoya. Parece ser que la vergüenza ajena pasó a ser demasiada y matizaron sus afirmaciones, hacia un reconocimiento entre dientes sobre la victoria de Iglesias. En 13tv aún están curando derrames capilares y sus contertulios políticos presentan una mirada acerada… y tremendamente rojiza.
A efectos técnicos, Iglesias ganó el debate. ¿Quién lo perdió? España.
España no avanza suficientemente rápido a nivel político. El movimiento social que dio como fruto la creación de Podemos, y la remodelación de su alter ego diabólico, Ciudadanos, en base a un tipo locuaz, cultivado y razonable como Pablo Iglesias ha derivado en un partido que se ha acercado peligrosamente a ciertos dogmas que, en teoría, rechazaba. Los patéticos ataques de la derecha más rancia hacia Podemos, que han calado en la población boba y prescindible, la adopción de Rivera como adalid de la casta económica («necesitamos un Podemos de derechas«, afirmaba sin rubor, y con un exceso de hijoputesca sinceridad Josep Oliu, presidente de Banc Sabadell, previamente al resurgimiento de Ciutadans) y el desgaste que supone la propia vida política han hecho escorar hacia la derecha a la formación de Iglesias. Por fortuna, sus postulados son tan zurdos, que aún sigue siendo la opción de gobierno menos mala y que más interés muestra por los ciudadanos. De hecho, la única que muestra interés por los ciudadanos.
Iglesias ganó a base de obviedades. Se limitó a hacer patente la terrible gestión de los partidos de la «vieja política» y tuvo más que suficiente para «llevárselo calentito«. No lo tenía difícil y demostró su habilidad en el medio televisivo. Fue el participante más tranquilo y con un discurso mejor estructurado. Pero se pasó de cursi. Su último minuto fue muy cuqui.
Mariano Sáenz de Santa María no ofreció un solo momento de credibilidad y se pasó todo el debate intentando achicar agua con un dedal. Su partido ha hecho tanto el ganso y se ha cebado tanto con la población de a pie, mientras robaba y salvaba a otros ladrones… bancos, quise decir, que no podía enmascarar demasiado bien la realidad. Ni se molestó en defender al «Capo«, metido en tanta mierda corrupta que ni dar la cara puede, sabedor de su extrema cenutriez.
Sánchez mostraba su inutilidad, salvada por un chascarrillo en que se refirió a Rivera y Rajoya como «esas dos derechas«. Un oasis en mitad de tanta mediocridad patente. Su percha física no viene acompañada de contenido. Es un cero, que pretende estar a la izquierda y al que sólo salva el voto tradicional de los que aún «votan a González» y los «de izquierda moderada» que temen a los rojos (IU) o los perroflautas chavistas.
Y Rivera… El «Cambio sensato«… Los cojones. Haciendo gala de su nerviosismo crónico (se le empieza a conocer como «ciudagramos«) no dio una a derechas (Badum Tssss). Trató de acercarse a Sánchez (no hay que descartar a nadie a la hora de buscar pactos) y no despellejar demasiado a Rajoya (al fin y al cabo, es «una de los nuestros«…), mientras se marcaba un chotis perpetuo en medio metro cuadrado. Su «momento cartel» poblará de memes las redes sociales en los próximos días. No aportó a sus intervenciones nada que no hubiese dicho ya, jalonado todo con su habitual propensión al doblepensamiento y su imagen prefabricada de comercial bancario. Ha sido aupado por los grupos de comunicación y no es capaz de aprovecharlo como debiera. Con la mitad de apoyos, Iglesias o Garzón encabezarían las encuestas (no las de El País, evidentemente…).
Al esperpento se sumaron Ana Pastor y Vicente Vallés, en su papel de moderadores. En su descargo, hay que reconocer que lo intentaron, pero no dan más de sí. Sus conatos de preguntas, realizadas bajo un aura de falaz trascendencia, fueron «toreadas» sistemáticamente por los candidatos (con mayor o menor soltura, eh Rajoya?) y no sirvieron, ni tan siquiera, para agilizar el debate.
Rajoy ha sido el verdadero vencedor de este debate. Su evidente incompetencia y cinismo, que apuntala con cada intervención, hasta tal extremo que hasta en el PP le temen, le enclaustraron en Doñana, a salvo de nuevo ridículo. Y su formación se prevé la más votada en los próximos comicios.
Somos un país poblado de gilipollas.
Decía Machado que «una de las dos Españas va a romperte el corazón«. Antonio, mucho han cambiado las cosas… tanto, que las dos Españas nos van a provocar una angina de pecho irreversible.
Ante esta situación, y ya que la masa desprecia a Garzón, el único candidato coherente, hasta en sus errores…
¡Viva el Rey!
Total, tampoco molesta demasiado y la endogamia sólo le permite vivir como Dios a nuestra costa y balbucear de vez en cuando, mientras usa a una tísica como conejera.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.