El pasado fin de semana tuvimos el placer de presenciar un concierto de lo más vigorizante, moderno y bien conjuntado en el Auditori de Barcelona. Para empezar, la OBC nos obsequió con una primicia en todo el Estado: las Dance figures de George Benjamin,
El pasado fin de semana tuvimos el placer de presenciar un concierto de lo más vigorizante, moderno y bien conjuntado en el Auditori de Barcelona. Para empezar, la OBC nos obsequió con una primicia en todo el Estado: las Dance figures de George Benjamin, que fechan de 2004. El compositor inglés articuló nueve piezas que bien podrían servir, tal y como apunta el título, de acompañamiento para danzas contemporáneas.
Así pues, esta primera elección orquestal ya prefiguró una entrada al mundo de la música como banda sonora fundamental: desde el suspense de las cuerdas de Spell, que se estira hasta la llegada subrepticia del órgano en Recit, pasando por el juego de espejos entre maderas y metales (In the mirror) brutalmente interrumpido por los bramidos de los oboes y los alaridos de los violines (Interruptions), hasta Song y el intento desesperado de las sordinas que se estrellan contra una demoledora orquesta en Hammers.
Desgranado el segundo bloque de estos fragmentos (Alone, Olicantus, Whirling), la elegante Mireia Farrés lideró el Concierto para trompeta y orquesta de Hummel, y nos recordó la sobriedad y frescura de este instrumento tan poco habitual como solista. El Auditori pudo oler los tiernos brotes del romanticismo más primerizo. La alegría, la energía y la vivacidad rossinianas se manifestaron en todo su estallido primaveral.
Mención aparte merece Oblivion, la pequeña joya de Astor Piazzola que nos regaló la joven trompetista en los bises. Y, para terminar, empezó el viaje astrológico por Los Planetas de Holst. Y pudo comprobarse que no sólo influyeron a La guerra de les galaxias (en el poema sinfónico dedicado a Marte es clamoroso), sino que esta suite representa, en gran medida, el punto de partida de las bandas sonoras de las películas desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días.
A partir de la música y, por si no fuera suficiente, con la guía de los subtítulos que definen el carácter de estas piezas iniciáticas, Holst estableció sin saberlo los paradigmas emocionales que han tallado esta rama de la música clásica con una forma inequívoca de entender, entre otros, el imaginario de la paz (de la mano del balsámico Venus), el de la alegría (con la épica heroica de Júpiter) o el de la mística neptuniana, que tan oníricamente nos recuerda a estos mundos de fantasía del cine americano que, con el coro femenino final, ya nos manda virtualmente a la Tierra Media de El Señor de los Anillos.