“En la madrugada del 3 de marzo de 1974 el militante del MIL, Movimiento Ibérico de Liberación, Salvador Puig Antich, fue ajusticiado a garrote vil en la Prisión Modelo de Barcelona. El silencio y la indiferencia dominaron a la sociedad barcelonesa ante la detención del muchacho de veintiséis años, su posterior e inmediato Consejo de Guerra y la condena, para la que nunca llegó el indulto, en contraposición a las movilizaciones que se vivieron por el Consejo de Guerra de Burgos contra los militantes de ETA, en diciembre de 1970.”
Esto podemos leer en la contraportada de la última novela de Lidia Falcón, novela en la que recrea los acontecimientos políticos, económicos y sociales que rodearon la detención y ejecución de Puig Antich, así como la Barcelona de 1973 y comienzos de 1974, aunque la historia de Puig Antich es sólo una parte de la novela, un hilo conductor que sirve a la autora para retratar una época, o mejor dicho, como vio la autora esa época desde su posición de militante del PSUC. Todos los personajes reales aparecen con sus nombres y apellidos, y algunos antiguos compañeros de viaje de Lidia les aseguro que no hubieran querido salir en esta novela, porque sí, Lidia salda cuentas con sus antiguos compañeros de partido. Quizá, a la excesiva para lo bueno y para lo malo Lidia Falcón, le falte un punto de humildad y le sobre algo de arrogancia al pintarse a ella misma como la heroína (prerrogativa, por otra parte, de cualquier autor), y casi la única, que se movilizó para salvar la vida del joven luchador dentro de las filas la izquierda, si acaso en la homologada izquierda de la época, fuera cierto, pero en barrios obreros, en organizaciones políticas que trabajaban en la clandestinidad, o la semiclandestinidad, la movilización fue constante, como lo fue ante los últimos fusilamientos del franquismo, aquellos donde otra vez la izquierda homologada, léase PSC y PSUC en Cataluña, y PSOE y PCE, en el resto de España, miró para otro lado, incluso prohibiendo a sus abogados defender a los condenados en Consejo de Guerra.
Está claro que en los años que novela Lidia, porque tiene el mérito de novelar y crear unos personajes bien definidos, sobre todo los femeninos, y no disfrazar una crónica como novela, como es habitual en estos días, digo que estaba claro que la transición estaba montada por los propios franquistas antes de la muerte del dictador, aquí es muy interesante la parte que se relata en la novela sobre los Ferrer Salat y compañía, la burguesía catalana y los representantes del capital económico e industrial que propiciaron y participaron en la transición.
Lidia Falcón también hace una crítica feroz de la llamada gauche divina, aquí podemos decir que hace su propia “ejecución sumaria”. Los llama “los mandarines de la cultura” haciendo un juego con el título de la novela de Simone de Beauvoir. En el cine, la gauche divina y en este caso con Carles Durán a la cabeza, potenciaron la llamada y discutible Escuela de Barcelona, pero en lo literario, como afirma Lidia, impusieron una cierta estética literaria en detrimento de otras (con menos recursos y salidas, dijo la profesora de literatura Anna Caballé), en este caso con Carlos Barral a la cabeza, el: “no creo en las novelas de ideas” que dijo Juan Marsé citando al viejo Molière. Pero mira tú que algunos, quizá confundidos, hubo una época que creímos que la propia Lidia Falcón formaba parte de la llamada “izquierda caviar”.
En un aforo repleto pese a disputarse un Barça/Milán, el pasado 12 de marzo se presentó la novela en la librería Alibrí de Barcelona. En la mesa acompañaban a la autora el veterano periodista Josep Martí Gómez, la escritora Rosa Regàs, el periodista y en su día político, Ignaci Riera, la citada profesora de la Universidad de Barcelona, Anna Caballé. Entre el público estaban las hermanas de Puig Antich y pude ver a Josep Maria Loperena que, como abogado, fue testigo de excepción de aquellos duros años.
Para Ignaci Riera, que leyó el manuscrito de esta novela antes de publicarse, esta obra de “esta mujer singular”, contiene y amplifica muchos de los temas y puntos de vista de sus obras anteriores. Analizó la novela como si fueran cinco novelas en una, llamando a la segunda parte, la que precede a la detención y ejecución de Puig Antich, como: “Las miserias, al por mayor y al por menor, del PSUC”. Apuntó que el prólogo debería ser un epílogo, ya que desvela algunos puntos de la trama, y elogio la obra como apasionada y que, parafraseando un poema de Josep Maria de Sagarra, dijo que esta novela hace “que tiemblen las espaldas del lobo”. Afirmó que la novela está muy bien escrita y que la dinámica de la escritura se consolida en cada nueva obra, eso sí, con cierta sorna, le dijo a la autora que tiene una especie de “virus” que le hace llenar sus novelas de largos comentarios que le vienen de familia, como la propia Lidia confiesa. Riera nos recordó que se cumple el 50 aniversario del asesinato de Julián Grimau (1963) y nos contó las dificultades que, por ejemplo, en Madrid se están encontrando para realizar algún acto, y en Barcelona ni se sabe si se hará algo.
Rosa Regàs resaltó la necesidad de novelas como ésta que, desde la propia experiencia, relata la lucha antifascista y el papel olvidado de las mujeres en ella. Elogió que fuera una novela y no una crónica. Dijo que era un relato con autonomía propia, autonomía respecto de la realidad de lo que surge, pero no son unas memorias. La novela, siguió diciendo Regàs, para que sea novela debe tener su propia realidad, tan cierta como la realidad en la que se inspira. Curioso y divertido fue el cierto rebote, si me permiten la expresión, que Regàs demostró cuando tanto la profesora Caballé, como la propia Lidia, comentaron sus críticas a la gauche divina, de la que Rosa Regàs era partícipe, como es sabido.
Anna Caballé destacó que fuera una novela política, género poco común en la España actual. Declaró, que sin ser una mujer muy politizada, recordaba que la presencia del caso de Puig Antich en las aulas universitarias con pintadas, pancartas y actos, fue constante. Dijo que desconocía que esta movilización estudiantil fuera en paralelo con una cierta indiferencia de los partidos políticos que no hicieron todo lo que se debería haber hecho. Que quizá se hubiera podido evitar esta muerte, que levita con cierto sentimiento de culpa sobre la sociedad catalana. Resaltó de la novela, que además de las izquierdas, se retrataban a las derechas, y señaló que el personaje real de Pere Durán Farell, prohombre de la industria catalana con un papel importante en el mundo político y cultural del país, casi hace el papel de coprotagonista en la novela y se nota que Lidia lo conocía muy bien. Caballé apuntó que piensa que es la primera vez que Farell aparece en una novela que transcurre en aquellos años.
Martí Gómez decidió, la verdad es que eran muchos intervinientes para un acto, pasar su turno y entrevistar a la autora. Lidia, muy en su estilo, se levantó para dirigirse al público en pie.
La autora nos dijo: “El 95 por ciento de los personajes de la novela yo los he conocido, menos a Puig Antich. La pequeña trama de la novela se basa en un grupo de compañeras, que ya éramos disidentes dentro del PSUC, y en los esfuerzos tan ingenuos, impotentes, que yo llevé adelante con estas compañeras para movilizar a la gente y al partido para pedir el indulto de Salvador. El PSUC no se movilizó por este indulto porque no entraba en sus intereses políticos. El PSUC estaba, con las consignas que llegaban de Santiago Carrillo, en la conspiración continua para llegar a acuerdos con la burguesía. Estaban, además que por la antigua consigna de la “reconciliación nacional”, con la idea que nos llegaba de Italia del “compromiso histórico” con los sectores de la burguesía, que ya se estaban posicionando para la transición. Por eso no me hicieron caso ni a mí ni a mis compañeras (lo que decía, siempre el “yo” por delante). En la dirección del partido, en la que todos se creían Maquiavelo, estaban en complicadas operaciones para conseguir que, la democracia cristiana que ellos creían que como en Italia iba a gobernar en España, les tuviera en cuenta para formar dicho hipotético gobierno…” (aquí sí que Lidia recuerda la movilización y acciones de partidos y sindicatos como la CNT, la FAI, la LCR…).
Martí Gómez le dice a Lidia que opina como Regàs, que la crítica a los intelectuales de la época es excesiva. La autora defiende su vehemencia en esto, porque los conoció a todos y no cree que se deba ser timorato con estas cosas. Cuando Lidia narra algunas escenas de las reuniones en la sede oficial de la gauche divina, la sala de fiestas Bocaccio, Rosa Regàs hizo varios comentarios a su compañero de mesa y negaba con la cabeza. Con mucha gracia, Lidia la interpeló diciéndole: “Tú no sales”, refiriéndose a su novela, ni tampoco Marsé ni Carandell. Siguió la cosa hasta que Lidia, dirigiéndose al público, dijo: “Tened en cuenta que los que salen en la novela son los que me caen antipáticos” (risas en la sala).
En fin, una novela necesaria y valiente, que habla de nuestra historia reciente, y que defiende la tesis que da título a esta pieza. La burguesía planeó la transición por sus intereses económicos, para desarrollar el capitalismo y hacerlo homologable con el de Europa. Y los cómplices, los “los tontos necesarios” en frase de Lidia, fueron socialistas y comunistas. Cosa más que evidente, por otra parte, para alguien mínimamente informado y sin servidumbres ideológicas ni esclavo de intereses con los protagonistas y las organizaciones citadas.
Periodista, fotógrafo, escritor e investigador.