Lo peor de las cosas que se dicen es que siempre, irremediablemente, dejan entrever las que se piensan sin nombrar. Cuando un periodista como Juancho Amas Marcelo es capaz de escribir sin sonrojarse que los catalanes mataron a Jesucristo por el supuesto RH tarraconense de Poncio Pilatos, uno puede llegar a espantarse solo con imaginar qué cosas pueden llegar a pasar por una mente como la suya con tal de alegrar a la caverna y a la cuenta de resultados de Pedro J. Ramírez. Es cierto que en este caso nos encontramos con la atenuante del encargo laboral. Y es que, tal y como está el patio periodístico, hoy más que nunca encontramos no pocos plumillas dispuestos a decir lo contrario de lo que piensan con tal de no salir escaldados en la siguiente tanda de despidos. Al fin de cuentas, tampoco resulta tan grave ataviar con barretina al cónsul de las manos limpias si con ello conseguimos seguir pagando las facturas del Mercadona.

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Ilustra Evelio Gómez.

Más grave resultan aquellos casos en los que el autor del comentario descabellado no necesita tragarse los sapos del sonrojo para llegar a fin de mes. Es lo que ha ocurrido con la campechana  ocurrencia de José Manuel Castelao Bragaña quien en su intervención ante el Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, entidad que presidía a propuesta del PP, no dudó al afirmar que las leyes, como las mujeres, están hechas para violarlas. A sus 71 años, este viejo amigo de Fraga, ya no precisaba contentar a nadie aunque, eso sí, como buen político, cabe pensar que con las elecciones gallegas en puertas, lo último que desearía era abochornar con un escándalo a su no también amigo Alberto Núñez Feijoo. Por ello, si Castelao articuló su frase con tanta tranquilidad fue por la seguridad que da pensar en lo inofensivo, concebir las palabras como un guiño simpático a partir de una idea compartida como natural. Y ahí, de nuevo, aparece lo terrorífico. Porque si para alguien violar mujeres (y leyes, como bien han demostrado sus compatriotas gallegos al frente de las alcaldías de Ourense y Boqueixón) se concibe como algo natural, ¿qué será de aquellas otras ideas que el pudor obliga a decapitar ante el público aplicándoles esa guillotina que es morderse la lengua?

En cualquier caso, los deslices relativos a la mujer no son exclusivos del político gallego. Por desgracia, se trata de una materia abonado para que los hombres tengan este tipo de lapsus anclados en los abismos del psicoanálisis y el machismo. Lo pudimos ver hace unos meses cuando el candidato republicano al Senado por Misuri, Todd Akin, expuso su extravagante teoría según la cual algunas violaciones a mujeres son legítimas o, lo que suena todavía más normativamente espeluznante, reglamentarias. A su juicio, cuando se trata de una violación legítima el cuerpo de la mujer sabe cerrarse con el hermetismo de la dignidad que impida el embarazo, haciendo de este modo innecesario el aborto. Por el contrario, la mujer que queda embarazada por su violador, solo pondría de evidencia su flaqueza frente al agresor, al permitir (y quien sabe si gozar) que sus envestidas accedan al final. Presupuestos aterradores que dejan pocas dudas sobre cuál es la opinión real que el Akin o Castelao de turno, tienen de la mujer.

Queda así de manifiesto que las palabras, con lo que dicen, dejan entreabierta la puerta por la que se cuela la presencia de las opiniones y deseos más íntimos. Por eso, algunos como Mariano Rajoy opten por el silencio para mantener a buen recaudo sus últimas intenciones. Porque lo que más desasosiego despierta del presidente del gobierno no es el incumplimiento de sus promesas. Lo realmente terrorífico es su mutismo, su determinación por cerrar a cal y canto la nebulosidad de sus intenciones.

Periodista cultural y columnista.

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