Cuando se piensa en la historia del Imperio Romano, lo más probable es que se vengan a la mente o bien soberbios emperadores disfrutando de las más lujosas comodidades, o, en cambio, vigorosos gladiadores, que son arrojados a la crudeza del coliseo, y deben pelear día a día por la defensa de su propia vida ante toda clase de obstáculos. En muy extrañas ocasiones, la memoria podría llegar a apuntar hacia un tipo de entretenimiento más parecido, si se quiere, a la concepción de un deporte contemporáneo, y, mucho menos, a uno que involucrara una pelota como centro de su práctica. No obstante, existen algunos ejemplos muy peculiares, que conoceremos a continuación. A diferencia del cuju de la Antigua China, no hay constancia sobre si tales deportes concitaban la atención de personas que quisieran hacer apuestas, pero en el mundo moderno en el que se disputan deportes herederos de la gloria del Antiguo Imperio de Roma o de la cuna de la civilización, Grecia, puedes hacerlas aquí: https://www.telecomasia.net/es 

El harpastum, el violento “juego” del Imperio Romano

Existió en la antigüedad el ahora casi ignoto harpastum, un brutal deporte cuya finalidad era la de fortalecer a las tropas de legionarios por intermedio de un enfrentamiento que consistía en la simpleza de dos equipos que debían trasladar un balón pequeño hasta el área propia, y no dejar bajo ningún pretexto que se la llevasen a la del terreno adversario. ¿La única regla conocida hasta la fecha? No ser lo suficientemente rudo como para asesinar al oponente. Ni la más feroz de las disciplinas marciales de hoy en día soñaría con estar tan poco regulada como este divertimento de los soldados en formación. Viéndolo desde esta perspectiva, y conjeturando sobre el hecho de que buena parte de este juego se reduciría a sendos cabezazos, placajes y, cómo no, puñetazos limpios, parecería ser un antecesor espiritual más claro del rugby, el hockey o del fútbol americano que del fútbol propiamente. Tampoco se sabe nada sobre si hubo posiciones bien asignadas sobre el campo de juego, si hubo algún límite de tiempo que acotara su práctica o acerca de los detalles del equipamiento exacto para su ejercicio. ¿Sería posible perder un partido por default al tener una buena cantidad de jugadores con los huesos rotos y varias partes del cuerpo machucadas? ¿Hasta qué punto el árbitro podría imponer su autoridad para frenar la masacre de dos hordas desbocadas?

El episkyros griego, el gran precursor

No obstante, esta fiera disciplina, como es posible decir sobre cualquier otra, no surge de la nada, y para encontrar a su antecedente más directo hay que remontarnos incluso más atrás en el tiempo. Miles de años antes para ser precisos, en la Grecia Antigua, se practicaba un deporte con pelota llamado “episkyros”, con una difusión menos acotada al mundo de la guerra y más popular que su sucesor romano, llegando incluso a ser practicado de forma unisex. Aparentemente, la pelota era más grande, y tenía un origen porcino. La aparente mayor pluralidad o divulgación de este juego no debería inducir a pensar que era menos violento, pero sí, si se quiere, estaba más reglado. En cada ciudad de la extensa Grecia había variaciones pronunciadas respecto de la cantidad de jugadores admisibles que se debían alinear sobre el terreno de juego, pudiendo ir de lo más habitual, doce o catorce, hasta la gran suma espartana de treinta deportistas en cada equipo. Además de “episkyros”, también era conocido como “phaininda”, que deriva de la palabra helénica usada para catalogar al ardid o la mentira. Resulta sumamente curioso que siglos después uno de los principales atributos para imponer la superioridad técnica en el fútbol –y de los más cotizados y sonados en cada mercado de pases – sea el regate o, como se la llama coloquialmente en el Río de la Plata, la “gambeta”, que consiste, de la misma manera, en la eficacia del arte del engaño, en la capacidad escapista del futbolista para acomodar el cuerpo y eludir la persecución del rival. Un gran aficionado de este deporte fue nada más y nada menos que Alejandro Magno, el bicorne rey de Macedonia, quien tenía fama de ser un jugador individualista y que sólo perseguía su propia gloria personal. Además de ser algo adecuado para el hombre que dominó buena parte del mundo conocido de la época, cabría preguntarse si también festejaría con un equivalente al “¡Siu!” y la exhibición del torso desnudo de Cristiano Ronaldo al definir un encuentro en su momento de mayor tensión competitiva.

*Foto de portada: https://www.pixabay.com/

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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