Gracias a los móviles de última generación con acceso a internet que distribuyó Papa Noel la pasada Navidad, hoy son pocos los niños que no saben que los Reyes son los padres. Otra cosa es que finjan ignorarlo para no quebrar la ilusión de sus progenitores y abuelos, conscientes de que, además, esas pocas horas de inocencia simulada les serán convenientemente retribuidas con nuevas dádivas en la lógica de amor y consumismo compulsivos que impera en estas fechas tan entrañables en las que recordamos el nacimiento del Mesías de los pobres.
En cualquier caso, esto no significa que no quede espacio para el misterio en torno a la tradición de los Reyes Magos. Porque si ya no existe secreto alguno respecto a la identidad de los Reyes, la oscuridad todavía acompaña en gran medida al adjetivo que les acompaña: ¿Quiénes son hoy los magos? No se trata, por supuesto, de ese prestidigitador que gracias a la agilidad de sus dedos o la sofisticación de sus aparatos es capaz de realizar los más extraordinarios prodigios como sacar conejos de una chistera o partir en pedazos a una bella señorita que, pese a sus embarazosas circunstancias, permanecerá sonriente mientras su tronco es desplazado de su unión con la cabeza y las extremidades. Me refiero al mago, al hechicero, al brujo, ese conocedor de los secretos más arcanos que le permiten controlar las fuerzas más poderosas para ponerlas al servicio de su voluntad.
Su existencia en las sociedades humanas se remonta a los tiempos en que el fuego era un enigma. Milenios más tarde, cuando en las hoy castigadas tierras mesopotámicas comenzó a dar sus primeros pasos la palabra escrita, la presencia de conjuros en las primitivas tablillas volverá a dejarnos constancia de estos fabulosos personajes que desde entonces no han dejado de acompañarnos. Incluso en épocas más recientes tenemos noticias de famosas pugnas entre magos, como las que enfrentaron a finales del XIX a Stanislas de Guaita y el siniestro Boullan. Aunque el influjo de estas artes ocultas se mantuvo hasta el pasado siglo con personajes tan fascinantes como Aleister Crowley o MacGregor Mathers o Gerald Gardner y su movimiento de la Wicca, lo cierto es que la proyección de la magia ha entrado en un declive tal vez irreversible pese a los éxitos de Harry Potter.
Pese a las ansias de espiritualidad que caracterizan el mundo posmoderno, no es extraño este cambio. Hoy las incursiones en las realidades paralelas y las fuerzas ocultas, parecen tener poco margen en una sociedad marcada donde el software nos permite acceder a eso que se ha dado en llamar realidad ampliada. La capacidad de hacer aparecer y desaparecer -pasiones, deseos, poder, salud, inmortalidad- que caracterizaba la magia, tiene difícil competir en un mundo donde la virtualidad pone todo al alcance de la mano. En cualquier caso, en nuestros días todavía queda un último reducto para el mago: las finanzas. Y allí su poder resulta asombroso.
Lo ponían de manifiesto en su último informe los técnicos de Hacienda. Según sus estimaciones, estos nuevos hechiceros habrían hecho evaporarse delante de nuestras narices unos 255.559 millones de euros gracias a sus conjuros fiscales. En beneficio de las grandes empresas, claro, las únicas capaces de poder pagar sus servicios. Sus pócimas y conjuros son tan efectivas que han conseguido el extraordinario prodigio de lograr que las grandes multinacionales paguen de media un 6% de sus resultados contables obtenidos en España, mientas la panadería de la esquina o cualquier otra empresa pequeña paga el 14,6%. Es tal el poder que, por ejemplo, el Corte Inglés, con unos beneficios que aumentaron un 34% solo en 2015, no ha pagado al fisco ni un miserable euro desde 2011. Y lo que todavía es más extraordinario, el ministerio de Montoro le ha devuelto en los últimos cinco años más de 343 millones de euros. Hasta un aprendiz de brujo tan mediocre como Luis de Miguel, el cerebro financiero de la trama Gürtel, se vanagloriaba recientemente ante el juez de haber conseguido que Alcampo no hubiera pagado el impuesto de sociedades en 20 años.
Hubo un tiempo en que la influencia de la magia alcanzaba tales dimensiones que algunas personas asumieron el firme propósito de desvelar sus trampas. Fue el caso del ilusionista Houdini que dedicó buena parte de sus energías en denunciar a aquellos supuestos magos que usaban sus artificios para engañar y estafar a los incautos. Por desgracia, los actuales magos fiscales no tienen quien les persiga. Peor aún, si aparecen ellos tienen el poder de hacerlos desaparecer. Es lo que ha ocurrido con el proyecto de la Agencia Antifraude proyectada por la Generalitat Valenciana. Pese a su conocida voluntad por acabar con el fraude fiscal y la corrupción, el gobierno de Rajoy se ha apresurado a frenar la iniciativa. Y es que los hechizos de estos magos son capaces de anular la voluntad del presidente más testarudo.
Periodista cultural y columnista.