Ojos que no ven corazón que no siente. De esta forma, la sabiduría popular achaca a la mirada la capacidad de generar sensaciones que nos conmueven, emoción que, a su vez, resulta imprescindible para activar respuestas con las que superar aquellas mismas circunstancias que han perturbado nuestro ánimo tras ser detectadas por la mirada. Fiel a esta lógica el secretario general de los socialistas valencianos Ximo Puig ha anunciado su intención de participar en la conferencia organizada por el PSOE en el Palacio de Congresos de Madrid, con la firme intención de “visibilizar que existe la Comunidad Valenciana”. Visibilizar a la Comunidad Valenciana para así conmover a los corazones que puedan, al fin, poner remedio a los males valencianos.
Ardua y difícil tarea la que se plantea a Ximo Puig, el exalcalde de Morella: hacer perceptible un país que arrastra una propensión incontrolable a la invisibilidad, cuando no directamente a la desaparición, o lo que haga falta, siempre que con ello se consiga dar novas glorias a España. Y es que la identidad valenciana postfusteriana hace tiempo que perdió sus contornos históricos y culturales para asemejarse más bien a un estallido pirotécnico festivo, a un estruendo de mascletàen la plaza del pueblo capaz de encarnar con su sonora presencia una existencia que, finalmente, resulta ser tan ruidoso como fugaz.
No es extraño, pues, que hasta el voluntarioso y molt honorable Alberto Fabra se le acabe evaporando la comunidad que preside ante la mirada de los parlamentarios y dirigentes del PP en Madrid. Así ocurrió cuando vio como sus compañeros de partido en la Villa y Corte condenaban a la Comunitat a la invisibilidad más absoluta cuando rechazaron sus enmiendas a los presupuestos de 2013, o cuando dieron carpetazo a sus aportaciones al debate sobre el modelo de financiación autónomico con las que aspiraba a limitar la sequía de inversiones estatales en la muy leal tierra valenciana. Tanto es así que, al final, el propio presidente de la Generalitat y su partido han terminado asumiendo su condición de gobierno autónomo menguante hasta el desvanecimiento y retirar hasta la reforma del Estatut para no incomodar con ella al austero de Cristóbal Montoro. Ahora, además, con el cierre de Canal 9, el PP condena definitivamente al País Valenciano (perdón, Comunitat) a la más absoluta invisibilidad.
Por todo ello, lo tendrá muy difícil Ximo Puig para convencer sobre la real existencia valenciana más allá de Almansa. Sobre todo si tenemos en cuenta que, además, tendrá que competir en Conferencia socialista con el mismísimo Alfredo Pérez Rubalcaba cuyo objetivo prioritario también es lograr que los españoles visibilicen eso que en tiempos de Pablo Iglesias se llamó PSOE. Un reto que tampoco es sencillo para este veterano político que supo navegar del felipismo al postzapaterismo, aunque desde Ferraz se vanaglorien estos días de la corporeidad mediática conseguida por el PSOE a golpe de sondeos demoscópicos. Recuperación, en cualquier de los casos, que no parece mucho más consistente que esa mejoría estadística de la macroeconomía que Mariano Rajoy se empeña en presentar como el fin de la crisis social que sufrimos.
En cualquier caso, el planteamiento de Puig tiene un punto débil. Su discurso lleva implícito la necesidad de magnanimidad por parte de quien mira el objeto visibilizado, que no necesariamente siempre se da. Los valencianos tendríamos dos retos: conseguir ser vistos en Madrid y lograr despertar en quien nos mira la misericordia precisa para aborde nuestros problemas. Tal vez sería interesante que el dirigente socialista valenciano no apueste todas sus bazas a la infalibilidad del refrán de los ojos y no descarte otros proverbios más pragmáticos como aquel que asegura que quien no llora no mama. Porque a estas alturas de la película, si hay una cosa indudable es que los valencianos llevamos acumulada ya demasiada hambre por mamar.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.