Creo que habrán observado la multiplicación (tan rápidamente que no puede ser un fenómeno aleatorio o «natural») de programas de televisión basados ​​en la competencia. En efecto, sobre la competencia exasperada que conduce a una eliminación sistemática y progresiva.

La fórmula es sencilla, siempre la misma: cantantes, chefs, peluqueros, pasteleros, bailarines, aspirantes a empresarios (sic) y otras categorías se someten al juicio —a menudo despiadado, siempre severo— de jueces autoproclamados. Cabe señalar que los jueces, cuyo veredicto es definitivo, al principio son casi siempre tan desconocidos para el público en general como los aspirantes a ser juzgados, pero ellos (los jueces) están investidos de una autoridad (repito: autoridad, dado que nada de su autoridad se da a conocer), de una autoridad, decía, absoluta. El «show» funciona así: los examinados pasan pruebas muy duras, la competencia es feroz porque el «juego» es de eliminación, no hay equipos porque el ganador sólo puede ser un individuo y los grupos que ocasionalmente se forman tienen una vida sólo funcional a la selección de individuos.

Los jueces utilizan —fíjese, esto sucede en todos los programas de televisión— una dureza ostentosa, una crueldad programática y apresurada. A veces llegan al umbral del insulto, mientras que la humillación es habitual.

La arrogancia es el código de estos programas de televisión: arrogancia exhibida por el juez, arrogancia sufrida como inevitable y, por tanto, necesaria por el candidato. O se gana o se fracasa: éste es el mensaje de estos programas que, hay que subrayarlo una vez más, están cada vez más extendidos. Los examinados aceptan pasivamente la autoridad total de los jueces: los expulsados ​​suelen tener palabras muy severas hacia sí mismos; así como se exageran las declaraciones: “lo daré todo” o “no puedo fallar, esta es mi vida” o “no te decepcionaré, chef” etc. etc.

¿Por qué me importa esta enésima forma de televisión basura que, francamente, apesta? Porque hoy la televisión no describe, sino que anticipa la realidad de la sociedad.

O mejor dicho: la televisión es la que marca el paso, la precursora de las teorías sociológicas de las clases dominantes. Es la prueba de fuego. Es la receta del pastel envenenado que nos están cocinando. Bajo la (falsa) motivación del entretenimiento, la televisión diseña y pone a prueba la sociedad que el sistema está imponiendo.

La televisión es hoy el laboratorio de pruebas, y al mismo tiempo el principal arquitecto, de la sociedad que las clases dominantes están diseñando e imponiendo al mundo occidental. Los programas que a los que acabo de aludir no son «juegos»: son la estructura inminente de la sociedad y del mundo del trabajo. Las clases dominantes quieren una sociedad dócil, mansa, formada por individuos que no tienen idea de lo que es la solidaridad, pero que viven enojados, codeándose unos a otros en una competitividad frenética. Las clases dominantes quieren el derecho absoluto a juzgar, recompensar y seleccionar. La llamada meritocracia es la etiqueta infame que los patrones le han puesto a su pretensión de elegir a quién premiar, basándonos en criterios que sólo ellos deciden y aplican.

Otro mensaje contundente que queremos dar es este: «si fracasas, es sólo tu culpa», y nuevamente: «Te di la oportunidad de tu vida, la desperdiciaste»: son mentiras vergonzosas que sólo sirven para justificar el papel del poder y negar que el éxito se obtiene (como sucede) de infinitas maneras, incluso innombrables, por diferentes medios, y el éxito, en esta sociedad nuestra, depende sólo en una pequeña parte del valor real de las personas. Pero si esto se admitiera, la imponente pirámide social sobre la que se asientan los poderosos se derrumbaría como una montaña de barro. Esta pseudo ideología del éxito ignora, e incluso se burla, de todo lo que hemos sabido durante siglos sobre la dinámica social, las influencias del entorno económico y las profundas y complejas redes causales que modulan las vidas de los individuos y la sociedad.

En resumen: no es del todo cierto que sólo ganen los mejores, y es aún más falso que «si eres bueno, tarde o temprano triunfarás»: es la mentira burguesa más ridícula. Ciertos programas de televisión parecen pasatiempos divertidos que fomentan la afición a cocinar o cantar. En realidad, son operaciones de manipulación cultural que están subvirtiendo valores seculares, creados por el compromiso y el esfuerzo de generaciones: la solidaridad, la colaboración, la conciencia, el respeto, la autogestión, la creatividad son basura que obstaculiza el proyecto de dominación de las clases dominantes.

Obediencia, sumisión, arribismo y servilismo son las nuevas coordenadas de la sociedad que los amos nos imponen por la fuerza (represión, control policial, neurosis regulatoria) y con la sugerencia más o menos evidente de un «espectáculo» que sólo celebra la imbecilidad y la violencia.


Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-tele-como-arma-de-destruccion-masiva/

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