Catedrático de la UB, doctor honoris causa por una decena de universidades de todo el mundo, y autor de más de 50 libros, se convirtió en una figura clave en la lucha por la dignidad de la lengua y la cultura catalanas junto a Joan Solà y Joan Coromines. Recibió la Creu de Sant Jordi, el Premi d’Honor de les Lletres Catalanas y la Medalla d’Or de la Generalitat, entre otros premios.
El pasado domingo falleció a los 94 años Antoni Maria Badia i Margarit, uno de los lingüistas de historia y gramática catalanas más importantes de la historia junto a Pompeu Fabra, Joan Solà y Joan Coromines. Su trabajo y su compromiso le convirtieron en una figura reconocida en la filología mundial, tal y como lo demuestran los numerosos premios que recibió.
Formado en la tradición pedagógica renovadora de Alexandre Galí, coincidió con Josep Maria Ainaud, Maria Aurèlia Capmany, Josep Romeu i Figueras o Antoni Vilanova, entre otros, en la época oscura del franquismo y de la represión contra Catalunya. Licenciado en filología románica, en 1948 fue catedrático de Gramática Histórica de la lengua española en la UB y en 1977 lo sería de Gramática Histórica Catalana. Experto en lingüística histórica, investigó en temas sintácticos, fonéticos, semánticos y morfológicos y también se interesó por la onomástica (con especial énfasis en la toponimia botánica) y la dialectología. También brilló en sus estudios comparativos entre el catalán y las lenguas vecinas, así como la interacción entre lingüística y sociología.
Es autor de más de 50 libros, entre los que destacan “Gramática histórica catalana” (1951), “Gramática catalana” (1962), “Lengua y cultura en los Països Catalans” (1964) o “La lengua de los barceloneses” (1969). Dirigió la revista Estudios Románicos y presidió el Instituto de Estudios Catalanes (IEC), la Asociación Internacional de Lengua y Literatura Catalanas, el Grupo Catalán de Sociolingüística y la Société de Linguistique Romane.
El entusiasmo por su profesión y por su identidad le hicieron quedarse en vez de optar por el exilio, siguiendo la línea de unos versos de Espriu: no quiso irse “norte allá” y por eso fue uno de los que contribuyó a “salvarnos las palabras”. Entre 1978 y 1986 desempeñó el cargo de rector de la Universidad de Barcelona, desde el cual impulsó la catalanización, democratización y acercamiento entre las aulas y la sociedad catalana. Allí es recordado por su carácter dialogante y cordial derivado de su humanidad, y su afán modernizador en un período oscuro de vacas flacas. A su lado, incansable y cómplice colaboradora, su mujer, Maria Cardús.
En sus vitrinas, acumuló los reconocimientos más importantes: la Creu de Sant Jordi de la Generalitat (1986), la Medalla de Oro al mérito científico del Ayuntamiento de Barcelona (1999), el Premio de Honor de las Letras Catalanas (2003) o la Medalla de Oro de la Generalitat (2012). Profesor visitante en Munich, Heidelberg, Georgetown, Wisconsin y la Sorbona de París, fue investido Doctor Honoris Causa por las universidades de Salzburgo, Tolosa de Llenguadoc, Sorbona, Perpiñán, Illinois, Rovira i Virgili, Islas Baleares, Alicante y el Knox College norteamericano.
Entendió la lengua como un vehículo vital de comunicación, sentido de pertenencia y cohesión social e insistió en la conciencia individual para mantenerla y consolidarla. “Hace siglos que el destino de los catalanes es luchar por la lengua. No soy pesimista, sabemos que unos son los que siembran y otros los que recogerán, la antorcha pasa. En el tejido social de la lengua, los hilos gastados de ayer y los hilos resistentes que se estrenan aseguran la continuidad”.
El rigor, la disciplina y la inmersión en su mundo no le impedieron apreciar y lamentar la realidad del catalán después de la cortina de humo de la Transición. “La lengua catalana, en todas sus variantes, todavía no se ha terminado de recuperar de los años de dictadura. Hay muchos obstáculos. La normalización está muy parada, se debe dar un nuevo impulso a esta época de internacionalización y globalización, que provoca dificultades. Pondré un ejemplo: la presencia de becarios Erasmus, que piden a los profesores que reduzcan las clases en catalán. Pero siempre digo que soy moderadamente optimista respecto al futuro. Nuestra lengua no desaparecerá porque los que no la hablan no la aprendan, sino que desaparecería si los que la hablan renunciaran”, aseguró en 2003.
Esta reflexión no era gratuita sino un aviso ante una doble amenaza: los esfuerzos de los poderes políticos y fácticos españoles para imponer el castellano con el perverso argumento de “la lengua común y de encuentro” (una de las consecuencias es impedir que el catalán sea lengua oficial en la UE) y la trampa del bilingüísmo (los únicos realmente bilingües en Catalunya son los catalanohablantes), que a la larga acaba derivando en diglosia, eso es, la convivencia de dos lenguas en un mismo territorio en la que una predomina y acaba sustituyendo la otra, relegada a un uso familiar y cotidiano. En este sentido, la labor de Badia y Margarit, en el marco de la desmitificación antiestablishment de los tópicos y prejuicios del nacionalismo español, es seguida actualmente por el catedrático de lingüística madrileño Juan Carlos Moreno Cabrera con tanto ahínco como nulo eco mediático.
El contexto político también ha tergiversado el debate a límites surrealistas hasta el punto que ese españolismo institucionalizado considera imposición la consolidación del catalán, no sólo porque le niega su estatus de lengua propia sino especialmente porque tiene miedo de perder en el territorio catalán su hegemonía, entendida ésta como el orden natural de las cosas. Ignorando un pasado de represión e imposición del castellano por las armas. Sin olvidar que todavía hay quién cree que el catalán, lengua románica surgida entorno a los siglos X-XI y hablada actualmente por 11 millones de personas, es un dialecto.
Lúcido hasta el final, Badia i Margarit fue también pionero en la causa soberanista (desde la época del autonomismo y el café para todos) y la construcción de un Estado propio como único camino para garantizar la supervivencia y la dignidad de la lengua y la cultura catalanas en una España todavía hostil, catalanófoba, monolingüe y monocultural. Por eso, no esperen muchas esquelas o menciones en radios, televisiones o diarios estatales más allá de Catalunya.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.