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“A winner is a dreamer that never gives up” (“Un ganador es un soñador que jamás se da por vencido”) proclama un grafiti en el Puerto de Gaza. Como un faro, este mensaje y el firme propósito de romper simbólica y materialmente el bloqueo de la región guían a los activistas de la tercera Flotilla de la Libertad  a persistir en la lucha pese a las continuas amenazas del gobierno israelí.

Después del ataque al barco Mavi Marmara, que en 2010 dejó nueve muertos y más de setenta heridos, esta campaña nacida de la iniciativa ciudadana, independiente de partidos políticos y financiada con los aportes voluntarios de miles de personas, no se rinde y sigue soñando-actuando. En el 2011 la Flotilla volvió a zarpar rumbo a Gaza y una ofensiva diplomática israelí los retuvo en el Puerto de Grecia, impidiéndoles la navegación. Este año “la tercera es la vencida” se oye decir en el Puerto del Fórum de Barcelona donde el barco, que ha empezado su recorrido en Suecia el pasado mes de julio, ha atracado cuatro días para difundir la iniciativa por la ciudad y proseguir luego la arriesgada travesía hacia la Franja.

Un giro de timón en la lucha

Para este tercer intento se ha buscado un cambio estratégico: por un lado, reducir el número de embarcaciones para pasar más desapercibidos ante posibles ataques y, por otro, no sólo romper el bloqueo con una nave que llegue desde fuera, sino también con otra que se construya desde dentro.

Así como en los años anteriores la Flotilla la formaron entre seis y doce buques, esta vez la bandera la porta uno solo, el poético velero Estelle. Gracias a la inversión de Suecia y Noruega, se ha comprado este barco que lleva noventa años navegando por las aguas del mundo, en especial por las de África, donde realizaba labores de comercio justo entre Angola y Finlandia. Fiel a su misión humanitaria, el Estelle parece dar confianza a sus tripulantes. “Es un velerito, no un carguero. Tiene otro peso simbólico. Así es más difícil que nos tachen de terroristas” confiesa Laura Arau, coordinadora de Rumbo a Gaza, entidad que lleva adelante la campaña de la Flotilla en España.

Una vez llegados a destino, se pondrá en marcha la construcción de otro barco, el Arca de Gaza, con la intención de navegar desde allí hacia los puertos del Mediterráneo y fracturar, de esta forma, el bloqueo también desde dentro. “Queremos reclamar el derecho a la libre circulación y pesca por parte de la población palestina, a la que se le prohíben estas actividades mediante continuos ataques de la armada israelí” explica Coni, miembro del grupo de mujeres Dones en rebel·lia que colabora con el proyecto desde su fundación en 2010.

Un velero de activistas-marineros

A bordo del Estelle no viajan pasajeros. Los doce tripulantes son activistas que tienen, además, una vinculación estrecha con el mar y que, por tanto, pueden desempeñar las tareas necesarias para el funcionamiento de la nave. La mayoría de ellos provienen de la iniciativa sueca Ship to Gaza, que impulsó la compra del barco y que, a mediados de julio, emprendió el viaje hacia Noruega y España. En cada puerto se han ido incorporando también personas de diferentes regiones pero sólo por pequeños tramos. La idea es que en la fase final queden siete u ocho tripulantes y el resto de la capacidad del barco sea ocupada por gente representativa de la cultura, la política y los movimientos sociales de diversas partes del mundo.

“A mí me gustaría ser uno de los que lleguen hasta Gaza porque nuestro proyecto es acción, no sólo palabras” afirma Saman, uno de los tripulantes que viene navegando desde Suecia y que ha participado, asimismo, de la primera Flotilla, aquella que ha sufrido los ataques mortales de la armada israelí. “Nos han querido asustar para que obedezcamos pero no lo han conseguido” asegura Saman y ante la inevitable pregunta sobre el miedo, responde: “Yo, claro que lo tengo, es algo natural, pero estar aquí y creer profundamente en lo que hago me hace fuerte”.

Una acción más política que humanitaria

En las bodegas del velero se transportan mil pelotas de fútbol, instrumentos musicales y juguetes, 51 toneladas de cemento y las piezas que faltan para el armado del barco que se construirá al llegar a Gaza. “El material es más bien simbólico, lo que llevamos, en realidad, es la solidaridad de los pueblos” declara Laura Arau, fundadora de Rumbo a Gaza. Desde la organización, son conscientes de que no es posible resolver los problemas de la población gazatí con unos sacos de cemento y unos balones pero también tienen claro que no es ese su propósito. “La potencia de la iniciativa se mide más por sus efectos simbólicos y políticos. Gaza está en cada puerto donde atraque el Estelle y con ella la denuncia de un bloqueo que está condenando a un pueblo de un millón y medio de habitantes a vivir en condiciones infrahumanas” asegura Nacho Prieto, miembro de la asociación española Rumbo a Gaza. “He estado recientemente allí y he visto cómo se les envía lo justo para que puedan sobrevivir sin morirse. Les falta la luz eléctrica entre ocho y dieciséis horas al día, el agua está contaminada y no es apta para su consumo, las depuradoras de residuos han sido bombardeadas y no dejan entrar el material para su reconstrucción” detalla Nacho.

La Convención de Ginebra prohíbe infligir castigos colectivos a las poblaciones civiles bajo ocupación, pero esto es vulnerado en la Franja de Gaza debido al bloqueo terrestre y marítimo al que está sometida, así como a los ataques indiscriminados que lanza el Ejército de Israel sobre la ciudadanía. La Flotilla de la libertad lleva, pues, en sus arcones leyes que recuerdan de qué lado está la justicia: la carta fundacional de la ONU, los tratados internacionales y la Declaración de los Derechos Humanos van con ellos. Su perpetuo incumplimiento legítima, una vez más, la lucha.

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