A los 4 niños del Vendrell
“For who would bear the whips and scorns of time,
The oppressor’s wrong, the proud man’s contumely,
The pangs of despised love, the law’s delay,
The insolence of office and the spurns
That patient merit of the unworthy takes,
When he himself might his quietus make
With a bare bodkin? who would fardels bear,
To grunt and sweat under a weary life,
But that the dread of something after death,
The undiscover’d country from whose bourn
No traveller returns”
W. Shakespeare.
La muerte siempre será la incógnita región de donde nunca torna el viajero.
Los antropólogos le otorgan cultura al ser humano desde el momento en que deja de ser nómada, planta una semilla y entierra por primera vez a sus muertos, Cuando comienza a tener la necesidad de acabar con la incertidumbre. En el nomadismo el hermano sin aliento se convierte en recuerdo que se deja en el camino.
Las sociedades sedentarias en cambio, tuvieron la necesidad de que el recuerdo no se convierta en luto perpetuo. El humano comenzó a enterrar a sus muertos. Los cementerios fueron los primeros sitos destinados a la introspección y al rito, esas dos acciones que ayudan a la persona, unida en comunidad, a seguir viviendo después de la muerte de un ser amado. La comunidad comenzó a necesitar tener cerca de sí a sus fallecidos, los hace parte de la sociedad.
La muerte en la piel de toro tiene su historia. Somos un pueblo de hijos del plácido Mors y de Todos los Santos. Somos mediterráneos, un pueblo atado a rituales romanos y cristianos que hemos respetado por siglos, nos guste o no a los ateos y agnósticos. Tenemos una cultura basada en el llanto, el luto y el entierro de nuestros muertos. En un sentido literal y emocional. Enterrar es dar paz a los muertos en la tierra, en el polvo de donde simbólicamente venimos. Provenimos de una cultura donde la gente sólo tiene paz si entierra el dolor y tiene un lugar concreto dónde ir a rezar, a buscar la introspección, a buscar a los muertos, a reencontrarse con el pasado. Cada vez asumimos más la muerte como algo natural y nos hacemos menos religiosos. Pero aun así hay muertes que no podemos asumir.
A lo largo de la historia, y no pocas veces, se ha manipulado el dolor desconsideradamente. Pero hoy la impostura, la mentira, la manipulación, llega al paroxismo.
No se quiere dar paz a los vivos que perdieron a sus antepasados en la Guerra Civil. Desde el 11 de marzo de 2004 también se está faltando el respeto a los vivos que han perdido a sus hermanos, a sus padres o a sus hijos en los atentados de Atocha. Tenemos suicidios cotidianamente, suicidios que en 1897 Emile Durkheim denomino anómicos, suicidios sociales. El sociólogo afirmaba que la falta de normas de una sociedad conducía a una tasa elevada de suicidios. Las normas en que nos han educado, sobretodo aquella que afirma que si no tienes trabajo y propiedad eres un fracasado, acaba llevando a las personas a creer que han fallado. El éxito se imagina como un bien individual, cuando en realidad es un hecho colectivo.
Se está demostrando que ni la muerte nos iguala. Algunos muertos son de primera y otros de segunda.
No es lo mismo morirse de viejo en una cama de lujo y rodeado de lacayos, que morirse ahogado en el Estrecho a base de pelotazos o morir en una cama de hospital de la Seguridad Social o en un dormitorio comunitario o colgarse de penas del balcón del apartamento que te va a robar el banco o morir de pobreza por calentarte con una estufa a queroseno.
No es lo mismo salir en la prensa como un negro muerto, un parado muerto, un rojo muerto o un civil muerto por efectos colaterales, que morir declarado un prohombre de Estado.
No es lo mismo oír que Fulano a muerto de crisis, que oír al hijo de Mengano por la tele avisando que casi casi, pero no has muerto y que los médicos mediáticos y bien pagados afirmen que has tenido los mejores cuidados posibles.
Si, las vidas humanas tienen distintos valores, por lo tanto ¿cómo nos va a igualar la muerte? Una cosa si es cierta, todas las muertes pueden ser utilizadas por el poder para justificar, controlar y por supuesto engañar.
No creo que haya una vida después de la muerte, pero sí creo en aquello que decía mi abuelo: “Hoy ya no se respeta ni a los muertos”, hay muertos a los que no le tengo ni la más mínima consideración, es verdad. Hay otros que para mí son héroes. A esos muertos que Tenebrae recoge en el campo de batalla cotidiano mi más profundo respeto.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.