Van a por la comunicación, a por el periodismo, a por la construcción de sentido, a por el despojamiento del espíritu crítico del conocimiento, a por la creación de ficción artística capaz de explicar los mundos exteriores e interiores, a por la cooperación entre ciudadanos de base empoderados por herramientas digitales, a por cualquier tipo de conocimiento que supere los límites de lo inmediato prefigurado algorítmicamente.
Las disrupciones que produzca el trumpismo no se van a limitar a lo geopolítico. Los poderes reaccionarios que lo impulsan tienen un proyecto integral que implica construir un nuevo orden mundial, treinta años después de la caída del muro de Berlín. Este nuevo orden representa algo más que los designios del complejo industrial-militar de Washington, que tan acertadamente formuló Dwight D. Eisenhower pues trata de revertir la reconstrucción democrática que ha hecho de Europa una isla de libertad y prosperidad en el mundo y prevenir que otras zonas puedan tomar caminos parecidos. La reacción alcanza a todos los aspectos de nuestra civilización que conducen en dirección opuesta a la barbarie.
Las llamadas guerras culturales que las derechas emprenden para ir mordiendo los talones de los progresistas y marcar el terreno de su nueva cultura regresiva son fragmentos de una ofensiva general que apunta a una reversión completa del paradigma civilizacional de la democracia. Los progresistas se enzarzan en ellas sin darse cuenta de que la pieza que esa estrategia pretende cobrar es de un tamaño que supera de largo las batallitas que nos entretienen. El objetivo es el conjunto de libertades individuales y colectivas que definen la democracia pues el proyecto global es nada menos que obtener como resultado un capitalismo sin democracia, un supuesto progreso material con el que se pretendería acabar con cualquier contradicción social que cuestionara un poder impuesto por la fuerza del dinero y de las coacciones que de ella resultan.
Tener claro ese proyecto implica comprender de una vez cual es el papel que supone la comunicación en la sociedad compleja y la dirección de las tendencias más inquietantes que se producen en torno suyo. De este modo los interrogantes que nos preocupan al respecto cobran su verdadera dimensión: del mismo modo que las guerras culturales derechistas atacan aspectos sobresalientes de la vida cotidiana con el objeto de acabar con la cultura democrática general, existe una estrategia de fondo que pretende acabar con la comunicación en tanto que expresión y práctica de esa cultura y esa democracia.
La comunicación no son las pantallas como antes no lo fue el papel. La comunicación son las mediaciones, las estructuras que permiten que las mentes entren en contacto para reconocerse como miembros de una sola humanidad e intercambien ideas y actitudes. Marshall McLuhan ya dijo que el medio es el mensaje, frase harto simplificada y mal interpretada que pone el acento en el primado de la comunicación como mediación. Es esa mediación lo que supone un reto insoportable para el actual proyecto reaccionario. La práctica autocrática no se limita a poner malas ideas en circulación con su política de “atacar, atacar, atacar” y situar la mentira como eje de la absurdidad que vehicula la dominación. El objetivo es borrar del mapa las mediaciones y poner a las personas a los pies de los caballos de la autocracia, sin opción a cuestionar, reflexionar o disentir.
Un servidor sostiene, quizás aventuradamente, que la comunicación se ha situado en el centro de las ciencias sociales, y que comunicar es lo que nos define como seres humanos en acción social. La comunicación es la ciencia clave en el estudio del devenir humano, hoy en día y durante la evolución de la humanidad. Las formas que la comunicación adopta son accidentes en esa evolución y su actual expresión tecnológica corresponde al momento histórico presente. El vuelo que ha adquirido la comunicación mediada está resultando insoportable para un proyecto de dominación que no esconde su carácter totalitario. El descaro gamberro de Elon Musk lo ha expresado con claridad: las mediaciones son un estorbo que impide la libre expresión de unas masas compuestas por individuos narcisistas a quienes se debe halagar para convertirlos en mercados cautivos.
Los tecnócratas de Silicon Valley han entendido el cambio de era y se han alineado con el diktat del dinero y el poder puros y duros. Se ha acabado la era del soft power, el poder blando y hay que apostar ahora, en lugar de por la web 2.0, un espacio horizontal y polarizado horizontalmente, por la IA, una herramienta vertical gestionada por mecanismos que parece pensada para barrer de un plumazo las mediaciones. Los modelos de lenguaje, que es como debemos empezar a considerar la falsa IA, tratan de eliminar no sólo la participación humana en sus construcciones lingüísticas sino de reformular el sentido de la circulación de mensajes para que cumplan su objetivo de expulsar de ellos las consideraciones críticas, como hemos visto en el funcionamiento de DeepSeek respecto a cuestiones que comprometen la política china. Una vez más el medio es el mensaje.
El objetivo es acabar con la comunicación porque las cosas han dado un vuelco esencial. No estamos ante un fascismo de camisas pardas e internamiento en campos sino en una desregulación generalizada que permita campar a sus anchas a los hooligans particulares o institucionales que inciten a acatar los designios del hard power mediante su tarea como intoxicadores, difamadores y agitadores. . Todo ello en medio de un panorama social mediatizado por el halago, la sumisión y las promesas de diversión sin fin. Quienes hasta ahora se han inquietado por “las pantallas” se van a morir de la risa cuando vean que por ellas se filtra un nuevo autoritarismo corporativo que las pacatas limitaciones del uso de los móviles en horario escolar no pueden aspirar siquiera a contener. No es la comunicación lo que importa, es quién manda lo que se hace con ella. Pero el poder reaccionario dicta que ni periodismo, ni noticias, ni debates, ni conversación, hay que barrerlo todo y dejar sólo en pie los algoritmos, el narcisismo y el consumo.
Lo que decide tras ese gran vuelco no son profesionales de la información o grupos periodísticos, lo hace un algoritmo cuyo objetivo es mantener al receptor el máximo tiempo con la atención fija en el producto, aherrojados a una incitación continua al consumo material o emocional, y lo hace adaptando el material suministrado a su perfil como cliente. Cada individuo es aislado, así, de lo común y desaparecen los vínculos que unen a las personas, construidos por ideas. Las noticias encaminan a los públicos a tomar posición ante hechos, las telenovelas facilitan las conversaciones intrascendentes pero humanas e interpersonales entre grupos de afinidad. Pero la pseudocomunicación trivial servida a la carta por medios mecanizados es sal en los surcos de la tierra de los humanos llamados a crecer como especie a partir de la capacidad –iba a decir virtud—de comunicarse entre sí.
Van a por la comunicación, a por el periodismo, a por la construcción de sentido, a por el despojamiento del espíritu crítico del conocimiento, a por la creación de ficción artística capaz de explicar los mundos exteriores e interiores, a por la cooperación entre ciudadanos de base empoderados por herramientas digitales, a por cualquier tipo de conocimiento que supere los límites de lo inmediato prefigurado algorítmicamente.
Y luego irán a por la escuela, haciendo que implosione desde dentro mediante una trinchera entre alumnos y profesores. Pero esa es ya otra historia.
Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/objetivo-acabar-con-la-comunicacion/