Este escritor de la anti-memoria histórica por la gracia de Prisa viene a poner la guinda a su serie de despropósitos en forma de libro con su última novela a gloria de su tío abuelo falangista. Cercas sale por fin del armario y cuelga la foto de su tío, alférez provisional, en su despacho de Barcelona.
Cercas, ese icono de los socialistas de padres y abuelos de falange, que es puesto en los altares de la Transición como ejemplo del progreso democrático, hijo de la reconciliación “nacional”, como el ejército que nos trajo la constitución monárquica. Ese ejemplo a seguir con su pluma servicial y sus locuciones radiofónicas propias de cura en púlpito. Predicador del olvido que besa el constitucionalismo del atado y bien atado, biblia de la España de la impunidad, que le permite medrar sin parecer sospechoso a ojos del público incauto. Es pues Cercas mucho más dañino para la verdad, la justicia y la reparación que Pío Moa o César Vidal, porque es el hijo bueno y modosito que practica la transversalidad escorada a la derecha disfrazada del sentido común del centrismo progre. La cara políticamente correcta de su compañero de viaje en esto de darnos lecciones de historia a los republicanos rojos, que seguimos defendiendo un período histórico, primera piedra de la emancipación abortada por los fusiles de los golpistas.
Tiene Cercas en Ibahernando, provincia de Cáceres y pueblo de su familia, dos picas en Flandes. Una la Casa de Cultura bautizada con su nombre y otra la calle a nombre de su tío, que el alcalde socialista de la localidad no se ha atrevido a suprimir incumpliendo la Ley de la Memoria. Esa ley que su grupo político nos regaló como bote de veneno para matar la lucha por los derechos humanos para las víctimas del franquismo. Un alcalde a veces muy sobrio.
La otra mañana Cercas declaraba desde los púlpitos de su casa la SER, que el fascismo fue una moda de los años 30. Así su tío en vez de apuntarse a un club de lectura se apuntó a Falange porque molaba levantar el brazo y llevar la camisa azul, el fondo es irrelevante. En los últimos tiempos estamos asistiendo a un peligroso movimiento muy sutil dirigido y programado, que desde posiciones no sospechosas, va sembrando la semilla de las malas hierbas que tanto nos han costado arrancar. Vuelve como un boomerang aquello de que la guerra apareció de la nada y que los que se enfrentaron no tenían ideología o que de tenerla era un hecho anecdótico, equiparando fascismo y antifascismo pues cada uno defendía legítimamente lo suyo. Igualar los frentes, volver a lo de la lucha entre hermanos, a lo de las dos Españas que eligieron reconciliarse. El que un tanto por ciento abrumador de la España leal y legal, la antifascista, fuera aniquilada, asesinada, exiliada, es una anécdota y sacarla a colación es de rencorosos. Según ellos no hubo claudicación solo fiesta de la democracia.
Lo más triste es que Cercas, que siempre nos está dando clases de futuro denostando a los que supuestamente viven de la Memoria, no vea la viga en su propio ojo, porque su vida como escritor ha sido parasitaria de este concepto, que ha contribuido a devaluar con el mantra: hay que pasar página. Para mí esta novela no es catalogable como memoria histórica aunque se empeñe la maquinaria publicitaria a sus pies. Se trata de un panegírico a la gloria de su familiar de Falange muerto en el frente del Ebro a los 19 años, como miles de republicanos que no eligieron morir en una guerra hija del golpismo. Se trata de la novela que no se atrevió a escribir cuando irrumpió con su inefable Soldados de Salamina en nuestras vidas de la mano del bueno de Sánchez Mazas. Ahora un Cercas desinhibido ya no se siente abochornado por su familia franquista, porque como él relata ya no es joven, está casado y tiene un hijo, a la vejez Falange. Quizá yo no pueda comprenderle porque no he tenido fascistas en mi árbol genealógico.
A mí no me importa que Cercas escriba sobre el héroe de su familia materna, desde sus ínfulas burguesas caciquiles, desde las que define a su madre como patricia (sic) de su pueblo, que pierde su estatus al emigrar a Girona en 1966, cuya estación describe entonces como leprosa y aldeana. Explica que su tío fue condecorado por Franco, ilustrándonos sobre que la medalla que recibió es la equivalente al corazón púrpura estadounidense, sin comentarios. Relata que se deshicieron de la documentación del tito falangista dejando a la libre interpretación el motivo, como si hubiera sido fruto de la obligación como tantos antifascistas que les iba la vida en la ocultación de sus papeles. No creo que el franquismo después de ponerle una calle al tío abuelo como héroe de guerra les persiguiera. O tuvieron miedo de la libertad o mala conciencia. Lo que sí me importa de este “monarca de las sombras” de Cercas es que ha abierto la veda a presumir de aquellos fantasmas de las familias, que rompieron el carnet de falange para hacerse el del PSOE como un triunfo de la normalidad democrática.
Mientras tanto sigue la terrible vara de medir con la que nos golpean a diario, donde los espectros de curas y monjas y de muertos en Paracuellos sobrevuelan sobre los cientos de miles de antifascistas represaliados y sus familias con su dedo acusador. Dedo que nos colocan en los labios para silenciarnos y quitarnos la legitimidad los mismos que durante 80 años honraron a los suyos en las calles y las paredes de las iglesias, mientras otros siguen buscando por las cunetas del Estado español los restos de sus familiares caídos no por dios y su patria, sino por la libertad. Unos muertos bendecidos, sepultados y arrojadizos contra muertos mudos y desheredados sin derecho ni a la tierra que les cubre.
Señor Cercas, el fascismo “fue una moda mortal” que causó decenas de millones de muertos en Europa y que como todas las modas vuelve una y otra vez. Espero que no se cruce nunca en su camino porque este sí que es rencoroso y no le perdonará sus artículos en El País, porque en su inherente ignorancia no sabe que hace mucho y mucho tiempo que dejó de ser un diario progresista.