12 de julio. Sexto encierro de San Fermín. Corrieron por las calles de Pamplona los toros de la extremeña Jandilla, morlacos «peligrosos» —es un decir— que provocaron la última muerte registrada en el encierro, el 10 de julio de 2009. En esta ocasión (2022) apenas hubo un herido por asta, a buen seguro accidental, pese a que muchos corredores fueron atropellados por el ímpetu de la manada, incluida la moza que recibió un fenomenal topetazo en la plaza del Ayuntamiento.

Salieron los Jandilla como balas del corral, aunque, ¡pobrecitos!, apenas resultaron munición de fogueo. Y no pudo ser de otra manera porque vienen predispuestos para ello, mediante el adoctrinamiento. ¿Que cómo es eso? Recién nacido el animal, nada más pisar la dehesa y sin distinción de ganadería, pues se sabe que todas practican la misma engañifa, esta generación de modernos toros de lidia aprende a pies juntillas el decálogo que regirá su carrera en el encierro, cuyos preceptos se resumen en tres:

«Amarás a la Naturaleza por encima de todas las cosas, al ser humano como a tu propia especie y a la muerte que este te dé como final feliz de tu existencia.»

El mayoral relee las supremas normas a la manada todas las mañanas, tras el canto del gallo. Y repite por última vez su jaculatoria en los corrales pamploneses, antes del cohetazo, si bien en esa suprema ocasión con mayor pompa y estímulo, al añadir a su arenga la canción de Coldplay que Pep Guardiola hacía escuchar a los jugadores del Barça en las vísperas de las grandes ocasiones.

Gracias a este bombardeo continuado de preceptos, los bravos conocen con trágica nitidez su destino y su deber. Saben que han venido a un valle de lágrimas por la caprichosa disposición del ser humano y se preparan para no flaquear durante la prueba final. Empero, algunos de ellos, atentos a la rumorología, han oído hablar de un mundo paralelo en el que una fuerza sobrenatural, llamada justicia, niega la bondad de su condena, brindando al astado una segunda vida…

Se dice igualmente que tamaño beneficio debe ameritarse con la infamia, quebrantando el sacrosanto tercer mandamiento («Nunca renegarás de la corrida»). Solo los más osados se atreven a intentarlo, con la esperanza de que su trascendencia individual esté más allá del estofado de rabo con patatas y setas. Al parecer, todos ellos han corrido la misma suerte que sus hermanos leales, y dicen que en condiciones infamantes…

Ocurre incluso que otros, los de mejor voluntad, se creen transidos por la cuasi certeza de que la sangre vertida en la plaza no responde a un designio divino, sino a un problema de mala comunicación entre especies… Zaínos, albahíos, jijones o jaboneros, todos ellos son pardillos.

(*) Foto de portada: La Llorona Comunicación / Ayto. Pamplona.

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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