«He decidido seguir, con más fuerza si cabe». Pedro Sánchez no dimite, es decir, ni se va, ni se somete a una moción de confianza. Se mantiene en la Moncloa, se aferra —como viene siendo habitual—, tras cinco días de reflexión o descanso, poniendo a su Gobierno y a su partido al borde de la histeria.
El jefe del Ejecutivo del Estado español y líder del PSOE justificaba esta espantada porque «necesitaba parar y reflexionar» y que, «la única forma de avanzar, es detenerse». Pese al esperpento y el drama de los últimos días, Sánchez aseguraba que «la carta no obedece a ningún cálculo político» (¿?) pero reconocía que «pudo desconcertar» y justificaba que se mantenga en el poder por «las muestras de solidaridad y de empatía» o «la movilización social», pese a las escasas 12.000 personas que se reunieron en Ferraz el sábado, y que reconocía que «había influido» en su ánimo.
Durante su intervención, en las escalinatas de Moncloa, el presidente del Gobierno no daba ni una sola explicación sobre los negocios de su mujer, pero pedía «acabar con el fango» y los bulos interesados. «Si obligamos a las víctimas de esas mentiras a tener que demostrar su inocencia en contra de la regla más elemental de nuestro Estado de derecho», terciaba y acusaba, a los que critican el máster y la cátedra de Begoña Gómez o sus reuniones con empresarios, de «querer relegar a la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido».
A por los jueces y los medios
Sánchez pedía «una reflexión colectiva que abra paso a la limpieza, a la regeneración, al juego limpio». Lo que dejaba entrever que tomará medidas contra los jueces o los medios que siguen informando sobre los negocios de Gómez y otras personalidades. El presidente del Gobierno aseguraba que es «una perversión democrática» confundir «libertad de expresión con libertas de difamación», en líneas con manifiestos como el promovido por Silvia Intxaurrondo.
Yendo más allá, Sánchez decía: «Pongamos fin a este fango de la única manera posible, mediante el rechazo colectivo, sereno, democrático que yo me comprometo a liderar», terciaba Sánchez, que solicitaba respaldo para acabar con «la agenda regresiva».
Cinco días de aislamiento
Sánchez tomó esta medida tras publicar el miércoles su carta y encerrarse en el Palacio de la Moncloa para reflexionar. Durante estos días, Sánchez se encerró en Moncloa con su mujer, Begoña Gómez, y sus dos hijas para madurar la decisión. Cinco jornadas en las que apenas se comunicó con el exterior y se negó a descolgar el teléfono para hablar con sus ministros.
Sólo despachó asuntos urgentes y, a unos pocos leales, les respondió con un emoticón con corazón. El primer día, el jueves, charló por Whatsapp con algunos cipayos para transmitirles que estaba destrozado por las informaciones sobre los negocios de mujer y la apertura de diligencias judiciales por parte de un magistrado tras una denuncia del sindicato ultra Manos Limpias. A partir de ahí, volvió a un largo y prolongado silencio.
Una prueba de su hermetismo fue el proceder a la hora de comunicar el mensaje. La secretaría de Estado de Comunicación no comunicó hasta las 8:41 que el presidente del Gobierno haría una declaración institucional sin preguntas a las 12:00. Una hora más tarde, mientras Sánchez estaba en Zarzuela, Moncloa anunciaba que se adelantaba a las 11:00 para evitar cualquier tipo de filtración. Todo sobre la marcha.
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