Esta entrevista con Josep Pla realizada por José Batlló (firmaba José y no Josep, como haría más tarde) se publicó en la desaparecida revista Triunfo en 1972, por lo tanto esta es la segunda vez que se publica en formato digital y contando con los permisos del medio y autor del texto. El interés histórico y literario es evidente, por ello recuperamos este trabajo que, por cierto, difiere de la primera edición en papel, ya que en ella se cortaron todas las palabrotas que solía utilizar Pla y se suprimieron algunos pasajes o citas comprometidas sobre personas. Nos hemos tomado la libertad de cambiar un poco el título original añadiendo la simpática coletilla que usaba el escritor en sus conversaciones.

Hoy, en que muy poca gente lee a Pla, por desgracia, es un placer leer entrevistas como la que sigue.

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Josep Pla Ilustracio Josep M. Maya

Por: Josep Batlló.

En los años transcurridos desde la realización de la siguiente entrevista hasta hoy, han pasado muchas cosas: desde la muerte del dictador Francisco Franco (alias Generalísimo) hasta la del propio Pla. Casi todos los datos que se dan en la introducción han quedado desfasados, pero he querido mantenerlos tal como aparecieron en su momento en la versión de la entrevista publicada en el número 534 de la revista Triunfo (23 de diciembre de 1972). Entre aquella versión y la actual (que es una transcripción rigurosamente literal de la conversación grabada en magnetófono) no hay demasiadas diferencias: si acaso el respeto al habla coloquial de Pla y la restitución de algunas referencias a personas que, en aquel momento, fueron eliminadas por inconvenientes. Debo decir que la entrevista se llevó a feliz término gracias a la intervención de Juan Ramón Masoliver (il mio duca, il mio signore e il mio maestro, fallecido también, ¡ay!), que me recomendó como persona cabal (no siempre acertaba en sus juicios) ante Josep Vergés, el editor de Destino y de la obra de Pla; a cambio, Vergés se reservó el derecho a supervisar la transcripción de la charla, derecho que cedí sin recelo. Hoy, me considero relevado de tal compromiso y me decido a darla tal y como la transcribí en su momento, ya que creo mantiene, sino ha crecido, el mismo interés que tuvo entonces. Cierto que el Pla aquí reflejado no coincide, punto por punto, con el que está siendo difundido por los estamentos de la cultura oficial hoy en día, pero, en cualquier caso, es el Pla que se manifestó ante mí con absoluta libertad. Si más no, este “otro Pla” también existió y es éste el que nunca han admitido los sectores más ortodoxos del nacionalismo cultural y político catalán. Pero, ya se sabe, así como los santos lo son, en la mayoría de los casos, después de muertos, también los catalanes sufren o disfrutan el mismo proceso. No es Pla el único ejemplo, pero sí uno de los más paradigmáticos.

UNA CONVERSACIÓN CON JOSEP PLA

A finales del verano, Josep Pla sufrió un infarto. La angustia del momento la reflejó, más tarde, en un artículo publicado en el semanario barcelonés Destino con tal verdad y humanidad que, si en este país hubiera un equivalente al premio Pulitzer norteamericano, Pla hubiera sido este año ganador indiscutible.

Cuando le visito, en un anochecer de finales de noviembre, Josep Pla se halla totalmente recuperado (el tema surgirá ocasionalmente en la conversación). Es un hombre alto y erguido que no delata sus setenta y cinco años (setenta y seis casi), con la solidez de la mejor raza ampurdanesa. Cordial y abierto, sólo se repliega un poco ante la impertinencia de ciertas preguntas, o bien renuncia a cualquier juego irónico (quizá por- que su sentido del humor difiere del mío).

Su casa solariega (el mas Pla) se halla situada en Llofriu, a pocos kilómetros de Palafrugell, en pleno centro de l’Empordà, casi exactamente en la mitad geométrica de la Costa Brava. Pla conoce el país como la palma de su mano; la noche en que le visito sopla la tramontana con cierta violencia. La conversación se inicia precisamente con este tema: el viento, el país.

Nos hallamos sentados a una mesa redonda, situada bajo la enorme campana de un hogar donde arden unos troncos (de encina, creo) secos y olorosos. La sala es inmensa; sus límites quedan desdibujados por la penumbra. Los libros se apretujan en las estanterías, se amontonan sobre algunas sillas o sobre el propio suelo. Al fondo (la sala quizá tenga una longitud de veinte metros), los ventanales se abren a la negrura de la desapacible noche otoñal. Josep Vergés, editor de Pla, me sirve de introductor, e interviene, asimismo, esporádicamente, en la conversación. Me sirvo de un magnetófono, de cuyas ventajas ha sido preciso convencer al escritor que, de todas formas, no deja de mirar con cierta aprensión, durante todo el tiempo, al aparato.

Josep Pla no ha tenido mucha suerte con los críticos. Es, sin duda alguna, el escritor catalán contemporáneo más leído del país; sus Obras completas van por los veintidós volúmenes (con unas ochocientas páginas cada uno de ellos); ha cultivado el periodismo prácticamente durante toda su vida (periodismo de actualidad, de reportaje, literario), tanto en catalán (cuando había publicaciones catalanas donde hacerlo) como en castellano. La opinión general es que se trata del primer prosista de lengua catalana del presente siglo. Sin embargo, hasta fecha muy reciente no se ha publicado un libro dedicado a su figura: Josep Pla, vist de prop. El autor del libro es paisano de Pla, y su interés se centra en ofrecernos un retrato humano del escritor antes que una aproximación crítica o erudita hacia su obra, estudio del cual sigue careciendo Josep Pla. Las causas pueden ser de muy diversa índole (el tema también surgirá a lo largo de nuestra charla).

Y paso a la transcripción de lo grabado en la cinta; transcripción hecha con toda la fidelidad que permite el traslado de la lengua hablada a la escrita, con el agravante, en este caso, de que la conversación se desarrolló en catalán y ha sido preciso, al tiempo de transcribir, traducir. Las posibilidades de error (ya que no de traición), pues, se han doblado.

Batlló.-Siendo de familia campesina, ¿por qué no se dedicó a cultivar la tierra?

Pla.-Desgraciadamente no me lo enseñaron. A la lotería pude dedicarme. Eso sí me hubiese gustado. ¿Pero todo esto hay que explicarlo?

B.-No, no, sigamos hablando.

P.-Más valdría que nos fuésemos a cenar.

B.-No quiero entretenerle demasiado.

P.- ¿Tiene usted que volver a su casa? Si hubiera venido hace tres o cuatro años, habría podido quedarse aquí durante días y hubiéramos charlado sin parar. Ahora, aquí no hay nadie.

B.- ¿Está usted de acuerdo con lo que decía Goethe sobre aquello del orden y la justicia?

P.-Una cosa es el señor Goethe y la conversación que sostuvo con Napoleón, y otra la que tenemos nosotros. Pero la frase de Goethe no se puede decir, es demasiado peligrosa. La frase, evidentemente, es la historia misma.

B.- ¿Pero usted cree que la frase se ha interpretado bien?

P.-Nunca se interpreta nada, el mundo va tirando. ¿Qué quiere usted decir con eso?

B.-Si usted cree que lo que él dijo era exactamente lo que quería decir, o lo que dicen que dijo.

P.-Coño, claro. Era ministro. ¿Qué se creía usted? Era ministro de espectáculos y de botánica y todo eso. Pero la frase es un juego. ¿Por qué cojones tienen ustedes que inventar la justicia? ¿Qué es eso de la justicia? ¿Rusia? ¿Qué es la justicia? ¿Inglaterra, América, España? Un puro cachondeo. Un ideal para engañar a cuatro payeses.

B.-Pero usted es un payés, y no lo han engañado…

P.-Sí, hombre, sí. Yo ya no tengo mucha vitalidad. La he ido perdiendo. Ya tengo 75 años. Soy muy viejo. Ya no tengo tiempo de ocuparme de la justicia.

B.-A menudo, por lo que se escribe o por la declaraciones que hace en las entrevistas, parece que se cachondea un poco de eso que llamamos cultura.

P.- ¿Cómo quiere usted que crea en la cultura, después de haber visto a ocho millones de judíos morir quemados y de las guerras que he visto? ¿Qué es eso de la cultura? Lo primero que tendría que hacer la cultura es respetar a la gente que la tiene. ¿Han respetado a Einstein? Pero, bueno, todo esto son pamplinas. Lo que pasa es que aquí quieren hacer la revolución sin saber lo que quieren hacer, porque nadie sabe lo que es.

B.-Pero, ¿no tendrían que cambiar algunas cosas?

P.-Los españoles no quieren cambiar nada. Además, en cuanto se ponen a cambiar algo se lían a pegar tiros y a hacer guerras civiles. Han hecho diez o doce. Cuantos más tiros haya, más fuerte es el Gobierno.

B.-Peor van las cosas luego…

P.-Seguro, seguro. Yo soy tradicionalista. Partidario de Tayllerand, de la gente que ha hecho política teniendo en cuenta las circunstancias.

B.- ¿Entonces la cultura se utiliza como…?

P.-Es un engañabobos. Hoy en los pueblos ya no hay cultura. Toda la cultura consiste en escuchar lo que dice la radio y la televisión. Ahora mismo en Palafrugell, usted verá que por las calles no hay ni un alma. Nadie en los cafés. Ningún tipo de conversación. Todo el mundo viendo las novelas de la televisión con la boca abierta. Eso es la cultura actual. Y eso es un fenómeno universal, perdone que se lo diga.

B.-Y toda esta gente, antes de que hubiera televisión, ¿qué hacían? ¿Hablaban? …

P.-Sí, hablaban, escribían, trabajaban. Ahora nadie hace nada, solamente escuchan y ven la televisión… Claro que todo esto es un poco exagerado, pero en general es así. ¡Cómo coño quiere que crea en la cultura! Ahora precisamente ha muerto un poeta americano horripilante, Ezra Pound. ¿Sabe usted que este señor fue fascista?

B.-Sí.

P.-Este hombre le tenía un odio tremendo a los Estados Unidos. No creo que fuera judío…

B.-No sé…

P.-No, no lo creo. Tal vez armenio o alguna de esas cosas raras que se dan en América. Pues bien, este hombre se puso a las órdenes de Mussolini, que le pagaba.

B.-Hacía unas emisiones en la radio.

P.-Exacto. ¡Durante la guerra, eh!

B.-Sí, sí durante la guerra, en contra de los americanos.

P.-Bien, bien. Haga entonces el favor de explicarme qué es la cultura ¿o es que quizá la poesía de Ezra Pound es buena?

B.- ¿Si es buena? No sé, se ha traducido poco y sospecho que mal, y yo no sé bastante inglés como para leerla en el original. Dicen que sí que es buena…

P.-Está llena de imitaciones de otros escritores, de los poetas medievales italianos, Cavalcanti, Dante…

B.-Y usted, ¿cómo escribe? ¿Lo hace siempre a mano?

P.-Siempre a mano. Todo a mano. Y me cuesta mucho trabajo. Yo tengo que meditar las cosas por lo menos dos o tres meses, y eso para escribir un artículo.

B.- ¿Para escribir un artículo?, lo va pensando quizá…

P.-Constantemente. Yo creo que la primera condición para escribir es tener algo en la cabeza para decir. No creo en todo eso de la inspiración ni en sentarse a una mesa esperando que llegue, ni en nada de eso. Yo sólo creo en la meditación y la disciplina.

B.-Bueno, creo que eso también lo decía Goethe. «La inspiración es trabajar todos los días»

P.-Todo el mundo ha dicho eso.

B.-Bueno, no todo el mundo. Hay escritores que creen que la inspiración viene de arriba.

P.- ¡Bah! Esos son los románticos. Yo soy anti-romántico hasta la médula, perdone que se lo diga. El romanticismo me da un asco horripilante. Empezando por Víctor Hugo, aunque sea un caso aparte.

B.- ¿Así tiene usted una hora fija para escribir, o lo hace cuando cree que ya tiene las ideas maduras?

P.-Yo no hago otra cosa que estar aquí, sentado a esta mesa, leyendo y escribiendo. A la una de la madrugada ya estaba aquí. He comido aquí. Y ahora sigo estando aquí. Hoy he escrito un artículo sobre los nombres de los barcos de vela.

B.-Sigue escribiendo mucho, ¿no?

P.- ¿Quién, yo?

B.-Quiero decir que lo hace durante todo el día, constantemente…

P.-Hombre, aparte de ayer que fui a Gerona a ver al médico…

B.-Usted recuerda haber estado escribiendo toda la vida.

P.-No, no, no. Toda la vida no. Yo he trabajado de viejo, que es cuando se debe trabajar. No de joven. De joven no se debe hacer nada.

B.- ¿Qué hacía de joven, entonces?

P.-Me dedicaba al periodismo.

B.- ¿Y eso no es escribir?

P.-Decía que el señor Maura se había levantado y había soltado un discurso, o Romanones, o Carlos Marx… Es igual, eso no tiene importancia…

B.-Pero usted sigue haciendo algo de periodismo, ¿no?

P.-Muy poco. Ya no hago apenas. Periodismo actual, nada. Ahora hubiera querido hacer un artículo sobre ese dictador siniestro de Argentina, esa vergüenza que se llama Perón, pero no me he decidido. En una palabra, no me interesan los ladrones.

B.-Yo recuerdo un artículo suyo…

P.-Diga, diga…

B.-Un artículo suyo donde se cachondeaba de Marcuse…

P.-Marcuse, sí. Hombre, yo creo que todo eso del erotismo es un poco exagerado.

B.-Además, parece que fue una moda, porque ya nadie habla de él.

P.-Sí, hombre, sí que hablan. ¡Vaya si hablan! Esos indios americanos están todo el día dándole vueltas.

B.-Quiero decir aquí en España.

P.- ¿Aquí? Aquí nada, hombre ¿Es que no se da cuenta de que intelectualmente España no es nada? Nunca ha habido nadie que haya pensado nada, que haya sido nada… ¿Es que no se da cuenta?

B.-Bueno, esto es lo que yo conozco.

P.-No, no, usted tiene cara de pensar muchas cosas, pero… usted no va a decirlo, porque forma parte de una corriente determinada, de un grupo… Yo no formo parte de ninguna corriente, ni de ningún grupo, ni de nada. Yo formo parte de la editorial de este señor (señala a Vergés) y basta… Pero, bueno, con todo esto no va a haber manera de hacer una entrevista.

B.- ¿Por qué no?

P.-Porque una entrevista tiene que ser una cosa académica, seria…

B.-Algo saldrá. Hablemos de los Homenots ¿Empezó a escribirlos después de la guerra?

P.-No, no. Cuando era joven, hice para un almanaque que llevaba Rovira i Virgili unos pequeños retratos literarios, que han sido básicos. Después los he utilizado para un libro que se titula Retratos de pasaporte. Son cosas cortas, y muy anticonvencionales. ¿Sabe? Luego pensé que como aquí se le había prestado tan poca atención al retrato literario y pareciéndome una cosa tan importante, teniendo en cuenta la tremenda falta de memoria que tiene el país, que todo lo olvida y lo abandona, pensé que valía la pena recordarlo y ampliarlo.

B.-Es que precisamente creo que este retrato literario que hace usted sobre personajes tan diferentes de la vida catalana, desde un escritor a un ingeniero, un médico, un político o un pintor…

P.-Bueno, quizás tendría que haberlo hecho con un poco más de vergüenza…

B.- ¿Por qué?

P.-Quizás se tendría que haber hecho algo más serio, más especializado, más erudito. Pero yo creo que toda actividad humana es lo mismo: igual la cultura que la música y que la literatura o la política. Lo que puede aplicarse a un pintor igual puede aplicarse también a un literato.

B.-Quizá a usted le interesaba más la persona que la actividad a la que se dedicaba.

P.-Sí, sí.

B.-Consideraba usted su obra como una consecuencia, una prolongación de su personalidad

P.-Exacto, exacto. Muchas veces, además, una prolongación forzada. Yo conozco a muy poca gente que haga su trabajo con gusto, a las que agrade su trabajo. Quizá a nadie.

B.- ¿Usted no hace a gusto el trabajo de escritor?

P.- ¡No! ¡No! ¡Hombre, no! Esto es un vicio sanguinario, ¿no se da cuenta?

B.-Pues si llega a gustarle nos suelta cuatrocientos volúmenes.

P.-Eso no tiene importancia. De los cuatrocientos volúmenes habría trescientos noventa que no valdrían nada, como no vale nada la inmensa mayoría de las novelas de Balzac. ¿Qué quiere que le diga? Hay cosas de Pirandello que son colosales y otras que no valen nada, etc. Ésta es la falsa teoría sobre Picasso, por ejemplo. Hoy se creen que un cuadro de Picasso es siempre bueno, y eso es falso.

B.-Hoy lo que se compra es la firma, no el cuadro.

P.-Claro, siempre se ha comprado la firma. Ha habido muy poca gente que haya comprado un cuadro porque le haya gustado… Precisamente tengo aquí unos papeles sobre Picasso…

(Pla se levanta de la mesa y va a recoger unos papeles de unas estanterías. Son folios escritos a mano por las dos caras, con letra menuda y firme, que ocupa materialmente todo el espacio del papel, sin dejar lugar para los márgenes. Ocho o nueve cuartillas, con esta letra…)

B.- ¿Y quién le pasa esto a máquina?

P.-El señor Vergés tiene unas señoritas que…

Vergés.-Esto forma parte de un volumen de las Obras completas.

P.-Cuatro, cinco, seis, siete, ocho, ocho y media. Con esto podría hacerse un Homenot, pero yo sólo he hecho Homenots de gente catalana. Y yo creo que Picasso no es catalán, no lo ha sido nunca, y que es pura y simplemente un gitano.

B.-Pero hay gente que dice que es catalán.

P.- ¡Ya mí qué me cuenta! Yo hablo por mí.

B.-Pero también hay gitanos catalanes.

P.-Me importa un rábano. Claro que los hay. Pero todas estas cosas me gustan poco: gitanos, negros, y todas estas historias, ¿sabe?

B.-Yo quería preguntarle si usted es partidario de que el escritor trabaje en otra cosa para ganarse la vida y que sólo escriba por gusto.

P.-El escritor no trabaja exactamente para ganarse la vida. Si tiene un mínimo de lectores y un mínimo de administración, el hombre va tirando con lo que escribe. Pero esto es muy raro.

B.-Bastante raro, sí.

P.-Yo tengo la ventaja de que Vergés sea de Palafrugell, como yo, y es como si fuésemos de familia, ¿me entiende? No hay posibilidad de confusión. Y por eso me arreglo. Pero si yo me tuviera que ocupar de eso… ¡ni hablar! Otro trabajo tengo. Por lo tanto, yo creo que todo escritor debería tener además un oficio.

B.-Se dice que usted es un escritor bilingüe.

P.-No lo sé. O trilingüe.

B.-Pero cuando escribe en castellano…

P.-No, yo el castellano no lo sé. No tengo el don de esa lengua. Lo siento mucho, pero no lo tengo.

B.-Entonces es usted un escritor catalán que escribe en castellano por necesidad…

P.- ¡Por lo que sea! Porque las cosas han venido así. Escribir en catalán ha estado prohibido durante años y años. Eso está clarísimo. Esto son cosas elementales, puramente elementales, ya lo sabe usted.

B.- ¿Usted cree que puede haber algún escritor bilingüe? Esto se discute mucho en Cataluña, que si un escritor sólo puede escribir bien en la lengua que ha mamado, que si…

P.-Mire, durante la guerra fui a parar a Fiume, y allí me puse a escribir en italiano. Metía unas faltas de ortografía tremendas… Bueno, las que suelto en todas las lenguas, porque para mí eso de la ortografía es secundario, ¿entiende? Pero todo el mundo me decía “Usted sabe el italiano mejor que D’Annunzio”-. Y me lo decían amigos de D’Annunzio, porque en Italia ha habido siempre muchos enemigos de D’Annunzio.

B.-Pero no creo que D’Annunzio sea el ejemplo a poner…

P.- ¿Quién?

B.-D’Annunzio.

P.- ¡Cuidado, eh! Tenga cuidado. D’Annunzio es un escritor fenomenal. Fenomenal.

B.-Me parece que nos hemos perdido un poco…

P.-Bueno, quiero decir que hay muchos escritores que escriben en una lengua que no es la suya propia, como Conrad, Julien Green… Quizá no sea bilingüe la palabra exacta…

B.-Santayana escribió en inglés y era español…

P.-Cualquier escritor puede escribir en otra lengua…

B.-Hombre…

P.- ¿Qué no? Lo que estoy diciendo es exacto.

V.-No creo que eso tenga demasiada importancia. Lo que pasa es que de eso se ha hecho en Cataluña una cuestión política.

B.-Precisamente por eso se lo preguntaba.

P.-Eso es una manía que tienen con lo catalán, un nacionalismo exagerado y, sobre todo, queriendo encontrar siempre lo contrario…

V.-Quizá haya uno o dos que no hayan escrito nunca en castellano. Espriu…

B.-No, Espriu escribió en castellano, después de la guerra, parte de una historia dirigida por el profesor Castillo.

V.-Pues no sé quién queda. Pedrolo, tal vez. Pero en cambio ha hecho de policía.

B.-Detective privado.

P.- ¡Todavía peor!

V.- Todo esto es pequeña política casera.

Pla a Vergés.-Hombre, explícale lo de éste, lo de Pere Quart. Pere Quart ha colaborado en Destino…

V.- ¡Virgen santísima! Durante años y años…

P.-En castellano…

V.-Con un pseudónimo.

B.-No lo sabía. Tenía conocimiento de que había escrito en castellano cuando estuvo exiliado en Chile, en los periódicos.

P.- ¡Hombre, claro! Tenía que ganarse la vida de alguna manera. Pero esto no tiene demasiada importancia…

B.-De todos modos tampoco me parece que Pere Quart sea una de las personas más cerradas en esta cuestión.

P.- ¿Conmigo? Totalmente cerrado.

B.- ¿Sí?

P.-Es uno de los mayores enemigos que tengo. Vergés lo sabe.

V.-Bueno, todos han ido evolucionando un poco en esta cuestión. Pero sí, hay otros peores…

P.-El secretario del Omnium Cultural. Triadú.

V.-Sí, Joan Triadú. Triadú le ha hecho mucho daño al país en este sentido. Era de los que creían que los catalanes debían permanecer escondidos en un rincón. Escribir en catalán, a escondidas, pero sin colaborar en nada. ¿Qué seríamos ahora si se hubiese hecho así? ¿Podrían haberse publicado los veintidós volúmenes de la Obra completa de Pla si no hubiésemos escrito en catalán?

B.-Quizá no…

P.-Yo ya se lo dije al señor Riba, y al señor Rubió, del Institut d’Estudis Catalans. Ellos decían: «ahora estamos en las catacumbas, y tenemos que esperar a que la gente reaccione». Pero la gente no ha reaccionado por nada.

V.-Yo creo que eso es un error. Hacerles el juego a los castellanos.

P.-Eso es lo que hubiese querido Franco.

V.-Yo creo que la batalla se ha ganado plantándoles cara con su propia lengua.

P.- Y Riba todavía era más extremista.

B.- Sin embargo, yo recuerdo que Riba participó en unos congresos de poesía, junto con otros poetas castellanos, y que dio un curso en la Universidad de Madrid.

P.- Bueno, sí, eso fue más tarde. Gracias a Ridruejo, probablemente… y a Vicens Vives. Pero, en un principio, Riba era partidario de las catacumbas. No lo dude, eso no lo ponga en duda.

B.- También se niega la imposibilidad de hacer cultura catalana escribiendo en castellano.

P.- ¡Y qué quiere usted que yo le diga! Yo no tengo la culpa de que Cataluña perdiera la guerra. Eso lo dirán los republicanos catalanes que, como todos son espiritistas, se lo habrán preguntado al señor Campmanys [sic.]. Yo no tengo la culpa. Por el contrario, yo hice todo lo posible para decir que la República era muy peligrosa y que terminaría mal, perdone que se lo diga.

B.-Usted escribió una historia de la República, ¿no?

P.- Sí, una historia de la República muy objetiva. Desgraciadamente, demasiado objetiva. Pero, ya volverá la República, todo eso usted lo tiene que ver, seguro que usted lo verá.

B.- No sé, no sé. Cuando yo nací ya teníamos este régimen y no sé si cuando me muera…

P.- ¡No, hombre, no! Esto se terminará antes. Usted vivirá muchos años más. No lo dude, hombre. Ahora lo que hay que hacer es lo que el país pide. ¿Qué es lo que el país pide?

B.- ¿Hay alguien que lo sepa?

P.-Todo el mundo lo sabe, coño. Todo el que tenga dos dedos de frente y haya leído cuatro libros de historia. Y si no que se lo pregunten al señor Tayllerand.

V.-Seguramente, evitar las circunstancias que conduzcan a una nueva guerra civil.

P.-Claro, hombre; hacer todos los posibles para evitarlo. La finalidad de la política es evitar la guerra civil. Perdone que se lo diga. Eso no lo dude. No lo dude.

B.-Estoy de acuerdo en que debe evitarse una guerra civil; pero, ¿la otra guerra civil cómo se provocó?

P.- ¿La otra guerra civil? Coño, unos señores que la provocaron. La gente estaba harta de perder dinero, y de que quemaran iglesias, y de que mataran a la gente, etc. Usted no tiene ni idea de lo que pasó durante la época de la República en este país. Y la gente tiene un horror tremendo, ¡tremendo!, a una nueva guerra civil. La gente es consciente de eso.

B.-Sí, ya sé que la gente tiene mucho miedo…

P.-En una palabra, yo le apuesto lo que quiera a que el noventa y cinco por ciento de la población, en Cataluña, es franquista.

B.-Según el último referéndum, el noventa y ocho, me parece. (Llega un hermano de Josep Pla, y la conversación queda interrumpida durante unos momentos para las presentaciones.)

B.-Antes de la guerra civil, creo que usted desempeñó algún cargo político, ¿no?

P.-Sí. Fui diputado provincial a los veinticuatro años. Diputado por este país. (La palabra país tiene para Pla distintos alcances. Unas veces quiere decir con ella España; otras, Cataluña; las más, se refiere a l’Empordà. En esta ocasión, supongo que quiere decir Girona, provincia a la que, administrativamente, pertenece su pueblo natal.)

B.- ¿Y nada más?

P.-No, no, nada más. Lo dejé porque no me ganaba la vida. Todo eso ya lo he escrito. Eso está escrito. En aquella época no había una peseta para los políticos. La monarquía era entonces muy honrada, no vaya usted a creer.

B.-Bueno, habría de todo, ¿no?

P.-No, no. El primer lío que hubo, que yo sepa, fueron unas pesetas con las que tuvo que ver don Santiago Alba.

B.- ¿Y después de la guerra?

P.-No, nada, nada. No se puede ir contra la corriente.

B.- ¿Pero la gente que hace política va contra la corriente?

P.-La gente que hace la política hace una determinada clase de política, y otros muchos que tendrían que hacerla no la hacen. Y es que políticos hay muy pocos en el mundo. Eso de que políticos se pueden encontrar a la vuelta de cada esquina es falso. Hay muy pocos. Poquísimos en toda la historia. Tan pocos como quiera. En Cataluña, ahora, no hay ninguno. ¿Quién quiere que haga la política?

B.- Tarragona, Auger, Samaranch… ¿no hacen política?

P.- ¡No, hombre, no!

B.-Usted estuvo exiliado durante la dictadura de Primo de Rivera.

P.-Sí, fue por el gobernador de Palma. Un general que se llamaba Carbó. Me procesó por un artículo.

B.- ¿Un artículo en el que atacaba al Ejército?

P.-No, no. Era sobre el tabaco.

B.- ¿El tabaco? ¿Es que el general no fumaba?

P.-No, no. Yo escribía en un diario de March, El Día. March se había peleado con el Gobierno y entonces le tenían puesto el ojo encima. Yo escribí un artículo protestando por la subida de los cigarrillos de cincuenta a sesenta céntimos, y me echaron el guante.

B.-Si que estaban mal las cosas entonces.

P.- ¿Comparado con ahora? Ahora hay una libertad total. Le advierto que aquí en el Empordà todo el mundo hace y dice lo que quiere. Y en Barcelona lo mismo.

B.-Quizá los periódicos no tanto.

P.-Porque los periódicos son unos cobardes. Mire, Vergés dice lo que quiere en Destino, y no le pasa nunca nada.

B.-Creo que en varias ocasiones sí le ha pasado.

P.-Pero, oiga, eso le pasaría en cualquier país del mundo, perdone que se lo diga.

B.- ¿Sí?

P.- ¡Hombre!

V.- Yo creo que la pregunta que tendría que hacérsele es si alguna vez ha trabajado sin censura.

P.- ¡Nunca! Nunca. Ni con la República. Antes la censura era más amable, porque eran unos señores coroneles de Estado Mayor quienes la hacían. Ahora son unos indocumentados primarios. Yo prefiero a los coroneles de Estado Mayor, perdone que se lo diga.

B.-Se dice que después de la guerra usted no podía moverse de aquí.

P.-Sí, me quitaron el pasaporte.

B.- ¿Por qué?

P.-Bueno… no recuerdo. Me retiraron el pasaporte, sí. Bueno… supongo que fue por mor de La Vanguardia y Galinsoga. Todo esto ya lo escribiré algún día, ya. Ya tendremos ocasión de estudiar todo este asunto. Ya le explicaré, ya. Hombre, Manuel Aznar puede decírselo. ¿Conoce usted a Manuel Aznar?

B.-De nombre.

P.-Bueno, él podría explicárselo.

B.- ¿Usted es católico?

P.-Poco, poco. Nada. Yo soy conservador, pero nunca he ido a misa ni he tenido nunca relación con todo eso. Y eso que en este país los curas no han molestado nunca a nadie. Aquí se había logrado una tolerancia total. Aquí en l’Empordà, total. Empezando con la gente de extrema izquierda. Aquí nadie les había molestado nunca. Y hoy menos que nunca.

B.- ¿Los curas han sido tolerantes?

P.-Totalmente, sí. Los curas y los católicos practicantes. La tolerancia ha sido total. Desde que yo recuerdo, aquí, en l’Empordà, siempre ha sido así. Nunca se ha señalado al que no iba a misa. Aunque en cierto modo todo el mundo es aquí católico.

B.-Quizá más formalmente que otra cosa.

P.-Los servicios administrativos del catolicismo todo el mundo los acepta y los respeta. Cuando usted nace, cuando se casa. Y cuando se muere, lo mismo. Si no hubiese un cura, ¿quién iba a acompañarle al cementerio? ¿La música?

B.-Pero antes para acompañarte al cementerio cobraban…

P.-Es lo mismo, hombre. Ésas son las pesetas que se pagan más a gusto. ¿No se da cuenta? Además, todos los curas han sido siempre pobrísimos.

B.-Los curas rurales quizá sí, pero ha habido otros que…

P.-Yo hablo de aquí. Ha sido una gente correctísima. Y en general lo es.

B.-Pero la Iglesia no es pobre…

P.-La Iglesia no es pobre porque está muy mal administrada. Se administra como una Sociedad Anónima. El Obispado de Gerona es riquísimo porque está muy mal administrado. El obispo actual ha hecho inscribir en el registro civil las cantidades que el obispado ha recibido en los últimos cincuenta años. Ningún obispo se había ocupado hasta ahora de eso, ninguno. Las cosas hay que conocerlas y hablar en serio.

B.- ¿Es que cree usted que yo no hablo en serio?

P.-Hombre, normalmente todos los jóvenes que hablan conmigo quieren hacer la revolución y volverlo todo patas arriba…

B.-Bueno, yo no ambiciono tanto. De momento, me basta con que esto me salga medio bien, y dejemos la revolución para mañana.

P.-Franco ha hecho con la monarquía exactamente lo que hubiese hecho Tayllerand. Ahora he leído las memorias de Tayllerand. ¿Sabe usted lo que les dijo al zar de Rusia y al emperador de Austria? Estaban dispuestos a aceptar la república y Tayllerand les dijo: “El poder y la tradición son de la monarquía, y la monarquía son los Borbones”. Eso es muy importante. Mire, ayer leí un periódico alemán sobre las elecciones en Alemania y el triunfo de Brandt. El periódico publica un artículo de fondo titulado: «Retorno a la normalidad». Pues bien, el día que llegue otra vez la monarquía, que al fin y al cabo es lo que ha durado más en España, supongo que Vergés publicará un artículo de fondo en Destino con el mismo título: «Retorno a la normalidad». Después de treinta años.

B.-De cuarenta, o de cincuenta…

P.- Y si usted me dice que la monarquía es una mierda yo le contestaré con una objetividad total que la república también lo es. Las obras de los hombres son lo que son, y no pueden ser otra cosa. ¿Qué quiere usted que le diga?

B.-Supongo que cuando se habla de las ventajas de uno u otro sistema se hace en un plano abstracto…

P.-Pero no es ése el caso de los republicanos catalanes. Ellos se creen que con la llegada de la república se arreglaría todo…

B.- ¿Y de las mujeres? ¿Qué me dice usted de ellas? Usted no habla mucho de este tema.

P.-Venga, hombre, las mujeres. Ésa es la mayor pérdida de tiempo que puede haber. Las mujeres, en general, no tienen la menor importancia. Por ejemplo, ayer me dijo el médico que si yo quisiera, cumpliría cien años, lo cual no me da frío ni calor. Pues bien, una de las causas por las que podría llegar a centenario se debe al hecho de ser soltero. ¡Eso es exacto! Todos los casados tienen poca tela por cortar.

B.- ¿Pero no le han interesado nunca las señoritas?

P.- ¡Y me interesan todavía! Quizá ahora más que nunca. Pero son una cosa muy peligrosa. ¡Tremendamente peligrosa! Cuando me dicen que un literato o un artista está casado, digo: dejémoslo correr. Perdone que se lo diga. El oficio de escritor es demasiado complicado para casarse, créame. No le quepa la menor duda.

B.- ¿Así no escribiría usted nunca unas Donotes, como ha escrito unos Homenots?

P.-No, no en absoluto. Quede tranquilo. Todo eso me tiene sin cuidado. Yo soy partidario de la libertad total, ¿sabe usted? y las mujeres, las mujeres…

B.- ¿Y el fútbol? ¿Le gusta a usted el fútbol?

P.-Sí, sí. De joven jugué mucho al fútbol. Y éste también (señala a su hermano). Éste se ha roto las piernas jugando.

B.-Es que ahora hay un jugador muy discutido del Barcelona, Martí Filosía, que es de aquí, de Palafrugell.

P.-Claro, es el hombre que más sabe de eso de jugar al fútbol, desde un punto de vista cerebral. Es un filósofo del fútbol. Lo que pasa es que el muchacho está enfermo, lleva una faja y es un cobarde, como todo enfermo que se precie.

B.-Y encima, a lo peor, está casado.

P.-Sí, sí, está casado. Pero su suegro es quien le ha enseñado todo lo que sabe de fútbol. Sí, yo ya conocía a su abuelo. Su abuelo apostó una vez que se comería un arroz guisado con minio. Y se lo comió. Volcó una lata de minio en el arroz y se lo comió.

B.-Le he preguntado esto porque las mujeres y el fútbol son los dos temas básicos de conversación en este país…

P.-No, no. Bueno, yo nunca me he interesado demasiado por estas cosas…

B.-Y esos personajes pintorescos, pintorescos al decir de la gente llamada normal, con quienes usted gusta de hablar…

P.-Eso era antes.

B.-Entonces, ahora ¿con quién le gusta charlar?

P.-Pues con la gente que tenga enfrente. Con la gente que viene a verme, que es poca. Vergés, que viene a verme cada semana. Ahora ha venido usted…

B.-A usted le gusta hablar.

P.-Eso lo sabe todo el mundo, coño. Yo no estoy nunca callado. Soy el hombre más sociable del mundo.

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Josep Pla Ilustracio: Josep M. Maya

B.-Pero hay quien dice que tiene usted mal genio.

P.-A veces, a veces. Casi nunca. Yo soy un hombre perfectamente educado y cortés siempre, perdone que se lo diga.

B.-En eso estamos todos de acuerdo.

P.-Bueno, me parece que esto ya se ha terminado.

B.-No, un momento todavía. Oiga, ¿a usted no le gusta hacerse un poco el payés?

P.-No, no, eso nunca. Al contrario. Todo el mundo tiene su vanidad, y lo que le gusta es hacerse el listo, el vivo…

B.-Es decir, el payés.

P.-No, hombre, no. Todo lo contrario.

B.-Quizá no me explico bien.

P.-Diga, diga.

B.-Quiero decir si no le gusta a veces hacerse el tonto.

P.- ¡Nunca!

B.- ¿No?

P.- ¡Nunca! Bueno, a veces es necesario hacerse un poco el tonto, para que no te tomen el pelo, o para no hacer el ridículo. En realidad siempre hay que hacerse un poco el tonto. Pero sin exagerar. ¿Comprende? Mire, le acabo de decir algo que es verdad, lo que acabo de decir es verdad, ¿sabe?

B.- ¿Y todo lo que me ha dicho antes?

P.-También, también.

B.- ¡Ah!

P.-Claro.

B.-También hay quien dice que usted es un hombre rico, pero que el soltar una peseta le cuesta unos sudores de muerte.

P.- ¿Quién dice eso?

B.-No sé. Se dice por ahí. ¿Es verdad?

P.-No, no. Tengo este mas, es verdad, pero no puedo vivir de lo que da. Quizá dentro de dos años sea otra cosa.

B.- ¿Qué hace aquí en el mas?

P.-Bueno, un poco de todo. Un poco de aceite, un poco de vino, un poco de pan, un poco de leche, un poco de verdura… Es un mas catalán típico, llevado a la antigua. Una pequeña autarquía. Ahora tenemos un tractor. Eso es muy importante, eh. Y diez vacas, que mi padre no las tuvo nunca. Mire, yo que tengo tanta fama de bohemio y soy un administrador colosal, ¿qué quiere que le diga?, es mi sino.

B.- ¿De modo que ahí está el secreto?

P.-Claro, hombre. Todo el secreto de la vida está en una buena administración. Y saber limitarse. Siempre saber limitarse. Esa si que es una buena frase de Goethe: «La felicidad consiste en la limitación». Diga, diga.

B.-A ver…

P.-Le va a costar trabajo sacarle el hilo a todo esto.

B.-Sí supongo que sí, A ver, ¿qué le llevó a dedicarse a escribir? ¿Hubo algún hecho decisivo?

P.-No, no. Fue algo absolutamente normal. Unas personas se dedican a escribir y otras no escriben nunca. Y, a veces, estas últimas son muy inteligentes.

B.-Pero cuando usted decidió que iba a ganarse la vida escribiendo…

P.-No, no, no. Yo empecé cuando estudiaba la carrera de derecho en Barcelona. Hubo una epidemia de gripe y yo me vine a Palafrugell a pasar el invierno. Paseaba por la calle e iba anotando los colores de los árboles, del cielo, de las luces… Escribir es eso.

B.-Pero habría un momento en que usted pensó: voy a dedicarme a escribir o voy a dedicarme a otra cosa.

P.-Probablemente fue que faltaba dinero en casa y tuve que dedicarme al periodismo para echar una mano. Así de sencillo. Pero todo esto ya lo he contado. Mire, todos estos libros que he escrito no son más que una historia de mi vida. Ahí se encuentra todo. No son más que eso. ¿Comprende? Usted es un hombre demasiado académico.

B.- ¿Por qué?

P.-Porque cuando hace una pregunta la hace con prejuicios.

B.- ¿Con prejuicios?

P.-Sí, sí. Usted tiene la idea de que la gente se dedica escribir cuando toma una gran determinación.

B.-No, lo que pasa es que a una pregunta de este tipo se suele contestar con frases grandilocuentes. Como si el hecho de escribir tuviera relación con haber sido tocado por la gracia de Dios.

P.-Pues yo le he contestado de una manera totalmente llana y sincera, créame. Nada de vanidades ni de exhibicionismos. A mí todo eso me tiene sin cuidado.

B.-Y los miles de artículos que ha escrito para periódicos…

P.-Mire, ahora va a hacer treinta y tres años que escribo un artículo semanal en Destino. Y a veces dos, y hasta tres. Y cartas. Empecé escribiendo cartas. Falsas, naturalmente, aunque tuvieron un éxito tremendo. Pues el ocho o el diez de febrero próximo hará treinta y tres años que dura la broma.

B.-Pero antes también había escrito para periódicos…

P.-No, no. Antes no escribía tanto.

B.- ¿No?

P.-No. Lo dictaba todo por teléfono, ¿comprende? Por eso no escribía tanto. Cantaba. El periodismo es eso.

B.-Y todo eso ¿lo da por perdido?

P.-Totalmente.

B.- ¿Usted no guarda copia de lo que escribe?

P.-No, no. Yo no guardo nada. Además no creo que valga nada.

B.-Pero a veces escribe cosas que estaban publicadas, ¿no?

P.-Raramente. Sí, a veces, para hacer un libro he recurrido a cosas ya escritas. Pero muy raramente.

B.-Así usted piensa que la literatura se consume y se acabó. Como la leña.

P.-Exacto. ¿Es que usted piensa otra cosa?

B.-Hay otros escritores que escriben para la inmortalidad.

P.- ¿En el mundo en que vivimos? Vamos, hombre. Si yo hubiese sido inglés o francés, o alemán, y hubiese estudiado un gran bachillerato sabría muchas cosas, pero ahora no sé nada. Nada.

B.- ¿Y eso le hubiera hecho mejor escritor?

P.-Siempre son mejores los escritores extranjeros, perdone que se lo diga. Y me gustaría que Vergés dijera algo sobre esto.

V.-Hombre. Tienen una mayor tradición. Por ejemplo, en España no hay novelistas.

B.-Tal vez el español no sea muy imaginativo…

P.-Ésa es una.

V.- ¿Y filósofos?

P.-Ninguno.

V.-Ya son dos.

B.-Aquí sólo se dan los poetas líricos.

P.-Los extranjeros tienen una base colosal, colosal. Nosotros, en cambio, no sabemos nada.

B.- ¿Y usted, no ha escrito nunca versos?

P.-Bueno, yo… Sí, unos versos que no valen nada, de esos que se hacen ahora, sin rima, sin contar las sílabas… Nada.

B.- ¿Y por qué no los ha publicado?

V.-Sí, ahora se publicarán en un volumen de las Obras completas. Están muy bien. Muy bonitos.

P.-Son versos sin ninguna importancia. Por ejemplo, ¿usted cree que en España puede darse un poeta como Verlaine?

B.-Yo creo que sí…

P.-A ver, diga, diga

V.-Tal vez Juan Ramón Jiménez.

P.- ¡Nada, hombre, nada! No vale nada.

B.- ¿Nada?

P.-Nada. Ya verá usted los años que dura. Quizá algo de lo que escribió en prosa. Lo del burrito ese, historias de esas. Pero, ¿versos? Ininteligibles, perdone que se lo diga. Ininteligibles.

B.-Creo que hay otros que lo son más, ¿no?

P.-Claro. Foix. Es evidente que es más ininteligible.

B.- ¿Y Riba?

P.-Riba se entiende un poco mejor. ¡Ya cuesta, ya! Cuesta trabajo, sí, sobre todo en un país inculto como éste. Riba hubiera sido un gran poeta en Francia o en Alemania.

B.- ¿Lee usted mucho aún?

P.-Sí, sí. Yo siempre he leído mucho. Es lo que hago.

B.- ¿Y qué autores le interesan?

P.-Bueno, la historia, Me interesan mucho los libros de historia. Mire, yo creo que en toda la historia de la literatura hay ciento cincuenta libros que vale la pena leer. Una vez los has leído, ya no queda nada. Libros divertidos. Porque yo creo que la primera cualidad que debe tener la literatura es la de divertir.

B.-Que se lea con gusto.

P.-Exacto. Que sean amenos, en una palabra. Todo lo complicados que usted quiera, pero que sean amenos. No se vaya usted a creer que todo lo que yo he escrito es simple. A veces es bastante complicado. A veces… ¿Qué hora es?

B.-Las nueve menos cuarto. Un par de preguntas más, si me permite. Los críticos dicen que El quadern gris es lo mejor que ha escrito usted ¿Es verdad?

P.-No sé…

B.- ¿No fue lo primero que escribió?

P.-Sí, gran parte sí. Pero yo creo que he escrito cosas mejores. El segundo tomo de las Obras es bastante mejor, bastante mejor. Estoy seguro.

B.-Aigua de mar.

P.-Exacto. Allí hay unas historias reales muy buenas, bastante buenas. Perdone que utilice adjetivos tan claros y tan exagerados.

B.- ¿Usted lee lo que los críticos dicen de sus libros?

P-Poco, poco. Pero eso no lo ponga.

B.-Los críticos sirven para poca cosa…

P.-Lo que sirve para poca cosa es la propaganda. La propaganda te la hacen los propios lectores. En cuanto a la crítica, perdone, pero en este país la crítica no es nada. A mí me gustaría ser crítico. Llenar cada semana una página de un diario y ocuparme de un autor. Como hacía Saint-Beaune, que para mí es uno de los más grandes escritores que ha existido.

B.-Usted ha viajado por todo el mundo.

P.-No, no. ¡Qué va! Si ahora mismo me pagasen un viaje al Japón o al norte de África, no iría. Sí, conozco Europa, Rusia un poco, América también…

B.-Pero lo mejor que hay en el mundo es l’Empordà.

P.-No, no. Lo mejor que hay en el mundo son los restaurantes, perdone que se lo diga. Y en este país no hay buenos restaurantes. Quizá Italia. Italia es un país muy importante, sin duda.

B.-Los críticos dicen que usted es el prosista más importante de lengua catalana, pero hasta fecha muy reciente no se le ha dedicado un libro, y es un libro que se ocupa más de su persona que de su obra.

P.-Bueno, a los críticos les gustan las cosas extravagantes, y yo lo soy poco. Lo que yo escribo no necesita explicaciones, y si no pueden explicar lo que leen, los críticos no saben qué decir.

El tiempo se ha consumido. Pla mira ya con franco rencor al micrófono. Considero lo más prudente levantar el campo. Me despide afablemente a la puerta de la inmensa sala.

Mientras busco angustiosamente la salida que lleva a la carretera de Palamós (por tres veces encaró el coche hacia direcciones erróneas), pienso que, efectivamente, con Josep Pla podría hablarse durante días sin parar. Y confío en poder hacerle, en una próxima y deseada ocasión, algunas de las muchas preguntas que se me han quedado en la punta de la lengua o que, hasta mucho más tarde, no se me han venido en mientes.

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