La operación Al-Alqsa Flood del grupo terrorista Hamás, que tuvo lugar el pasado 7 de octubre, puso de manifiesto la vulnerabilidad de la seguridad y la inteligencia israelíes. Y la respuesta de Israel con la operación Espadas de Hierro, destinada a “destruir a Hamás”, nos sitúa de nuevo frente a un interminable y asimétrico conflicto, con muchas ramificaciones e intereses, cuyos orígenes son de sobra conocidos.

Vayamos, pues, a las ramificaciones.

El mensaje lanzado el pasado 10 de octubre desde la Casa Blanca por el presidente Joe Biden fue diáfano: manifestó su apoyo al Estado de Israel, condenó el terrorismo de Hamás y defendió, a su vez, las normas de la guerra.

También varios Estados miembros de la Unión Europea, así como diversas instituciones de la misma, han condenado los ataques de Hamás y han hecho público su apoyo al derecho del gobierno israelí a defenderse, sin que pueda justificarse, en ningún caso, el terrorismo. La OTAN se ha pronunciado también en este mismo sentido.

Un mensaje alto y claro, no solo para Israel

El ataque de Hamás ha sido considerado un mensaje alto y claro dirigido a Israel, pero también al resto de Estados árabes, tal y como ha señalado Hassan Nasralla, líder libanés de Hezbolláh.

El mensaje llega tras el paulatino proceso de normalización de relaciones diplomáticas que se ha ido produciendo por parte de algunos de los países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin o Sudán) con Israel mediante la firma de los denominados Acuerdos de Abraham de 2020, bajo el patrocinio de Estados Unidos.

La presión observada en los últimos meses en Oriente Próximo, por parte de Estados Unidos, para que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se apuntara una victoria en Riad con la firma veloz de los Acuerdos de Abraham, ha sido señalada como otro de los detonantes del ataque de Hamás. De firmar el acuerdo, Arabia Saudí se convertiría en la gran potencia de la región y recibiría armamento como contrapartida, comprometiéndose a no realizar concesión alguna sobre la cuestión palestina, que pasaría “de una causa simbólica –sobre la que los países del mundo árabe y de otros lugares han construido su legitimidad a lo largo de la historia– a una simple cuestión humanitaria”.

Un win-win en toda regla que no permitiría continuar hablando de un conflicto árabe-israelí, y donde un conjunto de Estados árabes reconocería a Israel como “una realidad jurídica y política en la zona”.

Pero el ataque de Hamás, junto al desmedido ejercicio de la legítima defensa por parte de Israel, ha trastocado los planes. Por un lado, ha revertido los efectos de ese posible acuerdo entre Israel y Arabia Saudí, poniendo en jaque el proceso de normalización de las relaciones entre Israel y el mundo árabe, al que otras potencias en la región como Turquía, Líbano, Siria, Irak o Irán se resistían. Pero simultáneamente, parece haber revertido también una posible alianza regional contra Irán.

Irán, ¿un actor principal a la sombra?

El ataque de Hamás permite a Irán mantener su control del grupo palestino. En este sentido surge el debate acerca de si Irán (el “poder iraní”) “estaba directamente involucrado en la planificación, los recursos o la aprobación de la operación”. Reuniones recientes de Irán con Hamás y Hezbolláh hacen sospechar si no será todo parte de un plan estratégico iraní contra Israel.

Ya en 2022, el informe israelí Contrarrestar la Estrategia Regional de Irán sugería el objetivo iraní de crear un espacio de influencia chiíta basado en “un corredor terrestre que conecte a Irán con el Líbano a través de Irak y Siria, hasta los puertos del Mediterráneo y las fronteras de Israel”.

Algunos hechos recientes parecen reforzar por esta teoría. Entre ellos, el apoyo iraní a Hezbolláh, la asistencia a los sunitas en Gaza, su intervención en Siria en 2011 y la declaración pública acerca de la destrucción de Israel.

Incluso el Ministerio de Exteriores iraní señaló hace poco que “Irán considera que el régimen sionista ocupante y sus conocidos partidarios son responsables […] de la violencia y el asesinato contra los palestinos, y hace un llamamiento a los países islámicos para que apoyen los derechos del pueblo palestino”.

Dichas declaraciones no han sido ignoradas por Israel, que ya en 2020 creó el Comando de Irán con el objetivo de evaluar las diversas amenazas iraníes y las posibles operaciones para contrarrestarlas: armamento y tecnología que apunta hacia espacios militares iraníes, ataques con aviones no tripulados que son atribuidos al Mossad israelí
o ataques cibernéticos como Stuxnet.

En todo caso, Irán ya ha anunciado que, si Israel entra en Gaza, intervendrá en el conflicto.

Dicho esto, la pregunta de oro ahora es: ¿quién tiene el poder de detener el conflicto?. Si bien algunas propuestas continúan apuntando de nuevo hacia alcanzar “la paz en Oriente Medio sin los palestinos”, y con la ayuda de los Estados Unidos y los Estados árabes, lo cierto es que la historia ya nos ha demostrado que este tipo de propuestas no suele ser la solución.


Irene Vázquez Serrano, Profesora de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, Universidad de Murcia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. 

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