Mariano Rajoy, como buen gallego, se siente a gusto en esos territorios indeterminados en los que ni se va ni se viene. Ignoro por qué lo gallegos tienen esa peculiaridad. Tal vez sea por la acumulada inmigración sobre sus espaldas, que les hizo confiar más en los trayectos que en la dirección final de sus destinos. O su condición de habitantes del Finisterre, ese confuso espacio de encuentro entre lo que empieza y lo que termina que desorienta nuestros sentidos. Lo cierto es que, sea la causa que sea, los gallegos son así y Rajoy no iba a ser la excepción.
Eso explicaría la razón por la que el presidente se encuentra más seguro en sus reflexiones metafísicas, que algunos erróneamente han tomado por lapsus, que en la concreción de sus planteamientos. Es por eso que el inquilino de la Moncloa está como pez en el agua cuando nos sorprende con pensamientos de compleja hermenéutica como “España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles”, o con cualquier otra de sus famosas sentencias que intentan en vano desentrañar los más sabios cabalistas. Por el contrario, cuando Rajoy desciende al terreno farragoso de lo concreto tiene una irrefrenable inclinación a meter la pata, por no recurrir a una descripción más escatológica de su comportamiento.
Una de las últimas ocasiones en que hemos podido comprobar su desafortunada relación con lo concreto se produjo hace poco, cuando el presidente tuvo a bien recomendarnos un libro para que comprendiéramos la suerte que tenemos por ser “mucho españoles”. Rajoy debió crecerse ese día y decidió invitarnos sin ambages la lectura de 1.785 motivos por los que hasta un noruego querría ser español. Y así fue como gracias a su consejo los “muy españoles” nos despertamos perplejos unos días más tarde al conocer que Noruega es el país más feliz del mundo, mientras que el nuestro, en el puesto 34 del ranking de la felicidad, a duras penas supera en estas alegrías al melancólico fado portugués.
Claro que la felicidad es un ámbito complejo y contradictorio. La de los noruegos, por ejemplo, no se ve empañada por su condición de líderes planetarios en la caza de ballenas. De hecho, según los científicos, ese placentero y exultante estado de ánimo no es más que una correcta combinación de endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina, un cóctel químico que por desgracia no es posible obtener en laboratorio. Así que, por muchas recetas veganas y vida saludable y positiva que nos recomienden endocrinos y neurocientíficos, el secreto de la felicidad continúa estando bien guardado.
Por ello, a lo máximo que pueden aspirar los gobiernos bienintencionados no es tanto a ordenar por decreto la felicidad de sus ciudadanos, como a intentar corregir las causas de sus infelicidades. Asegurar unas amplias libertades que eviten que un mal chiste te lleve a la cárcel. Propiciar un clima de tolerancia que no condene a la sospecha al diferente, ya sea por la persona con quien comparte la cama o por la creencia que profese. Garantizar la salud y la enseñanza como un derecho universal e irrenunciable de todas las personas. Hacer de la solidaridad un compromiso de convivencia entre la gente. Velar porque hombres y mujeres gocen con la seguridad de un techo y un trabajo digno. Combatir la desigualdad, la precariedad y la pobreza que amenazan con cuestionar la estabilidad de nuestras sociedades.
Por fortuna, los deslices tienen en ocasiones la virtud de permitirnos rectificar nuestros errores, pues solo cuando reparamos en ellos estamos en condiciones de superarlos. Conociendo a Rajoy estoy convencido de que este será su caso. De hecho estoy plenamente seguro de que habrá sacado sus conclusiones de la desafortunada alusión a los noruegos tras estudiar a fondo ese modelo nórdico que tan feliz hace a los habitantes de los fiordos. No descartaría incluso que ahora mismo se encuentre negociando con Albert Rivera las primeras medidas para corregir la infelicidad de sus compatriotas. Así que los muy españoles y muchos españoles estamos de suerte: cualquier día de estos Rajoy legalizará por decreto la caza de ballenas. Y todos tan felices.
Periodista cultural y columnista.